domingo, febrero 25, 2007

Pocos y breves silencios antes de la inminente llegada de un caso de urgencia. La presión de salvar una vida. La fe en mi hermano médico y escritor.

Cabezasdepescadoduranteturnoinfamefomeflan-
ychocolateconplatanooriental.



Me llegó un mail del papá y resulta que soy abeto, o sea pertenezco a la familia de las pinaceas y a la clase de las confieras; tengo algo llamado bactrea y produzco piñones. Mi verdadero nombre es Bracteata, así nomás, sin apellidos. Supongo que me dirán el Brac, mis amigos. Sorprendentemente en el mismo mail se describe la personalidad del abeto; modesto, ambicioso, confiable, etc... Observando el abeto que crece en mi casa y que supongo será pariente cercano, quizás primo o hermano, no logro detectar esas cualidades, mas bien es un tipo callado e inmóvil. Confiable no es, ayer nomás dejo caer una rama en la acequia sin avisar y, sospecho, en forma mal intencionada para cagarme el regadío. Es verde el huevón y yo me he visto al espejo y mi color tiende a ser rosado, verde no. En fin, estoy confundido, mañana le voy a hablar, quizás me explique esto de ser abeto. Yo hubiera preferido ser cebolla, la cebolla si que tiene personalidad, es cabrona, si la empelotai te deja llorando, aunque uno crea estar de lo más bien, es incisiva, imposible que no te salgan las lágrimas.

Son las cinco de la mañana y yo en turno, insomne y aburrido, te podrás dar cuenta.

A todo esto me parece que tu eres alcachofa. Que personalidad tiene una alcachofa, no sé, pero de lo que estoy seguro es que andarle inventando personalidades a los vegetales es síntoma de alguna enfermedad quizás aun no descubierta. Yo le voy a asignar atributos a... las ampolletas.

Ahí va:

Enero a febrero: eres ampolleta Phillips típica de 50 Watts. Las personas de este grupo son transparentes, rechonchas, calientes y frágiles.

Marzo a abril: Tubo fluorescente; indecisos, titubean cuando se les exige que hagan lo que tienen que hacer o sea, alumbrar. Tienden a ser de contextura delgada. El Quijote es un fiel representante de este grupo.

Junio a Julio: Ampolleta de 100 Watts, una lumbrera pero no la quiere nadie.

Agosto a septiembre: Halógena. Pituco, bueno pa’ gastar, derrochador.

Octubre a Noviembre: ampolleta de Xenón con cristal de cuarzo. Las personas de este grupo son raras e incomprendidas. Sienten que no encajan en ninguna parte.

Diciembre: lucecitas de Navidad, obvio. Peligrosas y ordinarias, pero indispensables.

Ojalá te haya llegado el mismo mail porque si no capaz que no entiendas de qué mierda hablo.
Están cantando los pajaritos, son las cinco y media, todo tranquilo, sigo insomne y aburrido.

Un abrazo,

TITE*

(mail recibido por mí en Octubre 20 de 2006 a las 6:38 AM.)


*Senén Andrés Cornejo Bunger.
O bien, mi hermano mayor de prodigiosa pluma.



Yo y Cash en la misma noche.

Celular con cámara: virtudes que puede adquirir un objeto en manos de los japoneses que en realidad cumple un único propósito, ser un teléfono.




sábado, febrero 24, 2007

Algo me dice que fui niño.

Ficha.

De chico le gustaban las plantas. Así me ha llegado la historia al menos. Y cuenta además la leyenda que su interés era seriamente botánico, no de niño que se emboba con una cosa tan rara como una hoja.

Años después fue médico y manejaba los misterios de la biología con tanta certeza, que sus diagnósticos eran certeros en un 99.9%.

Así también lo recuerdan sus pacientes.
Lo extrañan.
El afecto que imprimía a cada consulta.
A cada paciente.

Fue médico. Lo sigue siendo. Y si un cielo existe, mi hermano aportó bastante más que la mayoría de los ciudadanos entre los cuales me cuento.

Salvaba vidas.
Las heridas las curaba.
oía las penas y brindaba consejos.
Compartía la alegría de quienes lograban tener esperanzas.

Se le partía el corazón con la pérdida de algún paciente.

Era así el médico de mi hermano.
Pensar que todo empezó con las plantas y el misterio que significaron para un niño.

Objetos inmortales.


*nótese la foto B/N en la esquina superior izquierda.



*La Familia.


La historia de este sofá es muy sencilla: es una historia de amor.
A quien se ha casado y conozca lo que es definir la lista de novios en una megatienda, coincidirá conmigo que es agotador, agobiante y claustrofóbico a veces.
Pasar más de una hora en una multitienda puede ser causa de cierto comportamiento irritable.
Tanta gente.
Tanto que comprar.
¿Quién tiene tanto dinero?

En fin. El sofá.
Es un mueble que cuidamos como si fuera el último de su especie.
Apenas nos sentamos en el por miedo a mancharlo o hundir demasiado sus cojines.
No, no es cierto, pero con esa descripción sobredimensionada explico mejor el cariño que le tenemos con M.

Decía que es una historia de amor la historia de nuestro sofá querido.
Lo es.
Recorríamos con M el sector "muebles", buscando algo para la casa donde poder sentarnos.
Todo era caro.
"Es imposible que alguien nos regale esto", nos decíamos.
Nos daba risa.
Nos desesperábamos.
Queríamos salir de la opresora multitienda, pero también queríamos escoger lo que deseábamos para nuestra casa.

Y entonces M lo vio.
Fue amor a primera vista.
El sofá.
Fui a verlo.
Encajaba perfecto con el estilo que estábamos imaginando para nuestra casa.
"Es imposible que alguien nos regale esto", nos dijimos nuevamente.

Y entonces yo tuve una ocurrencia.
Busqué el celular.
Marqué.
Contestó mi hermano.
Le dije: "¿cuánto quieres a tu hermano menor que está a punto de casarse?"

No dudó en responder: mucho.
Pero, inteligente como era, percibió el dejo de astucia en el tono de mi voz.
Mi voz que él conocía perfectamente.
Esa voz que me delata cuando quiero pedir o decir algo.
No encontraba cómo llegar al punto, la razón del llamado ese día.
Preguntó: "¿Por qué? ¿Qué pasa?"
"Es que con M acabamos de ver un sofá increíble, estilo setentero, como sacado de la película 2001 de Kubrick".
Me pidió que siguiera.
"Y bueno, te llamaba para saber si quieres a tu hermano menor lo suficiente para regalarle tan exclusivo mueble".
Quiso saber cuánto costaba.
Se lo dije de la manera más sutil posible.
Pensó un segundo.
Luego dijo: "Ya, si es tan espectacular y tanto lo quieren, yo se los regalo; cómpralo y después te lo pago".

M era la más contenta.
Nuestro primer sofá.
Creo que incluso fue nuestro primer regalo.
Y fue de mi hermano.

¿Alguien duda en este punto que es una sencilla historia de amor?
¿Un amor de pareja?
¿Amor de hermanos?

Un sencillo gesto de mi parte, un llamado por teléfono, bastó para alegrar a M y sentir orgullo, cariño, cercanía, con mi generoso hermano que cual genio de leyenda me concedió un deseo.

Lo llamé a él.
Yo sabía que por verme feliz compraría el sofá sin siquiera verlo.
Yo sabía.

Soy su hermano menor.
El hermanito que se casaba.
Él también sentía orgullo por mí.
Lo siento.

Y es un sofá y la historia de amor que lo envuelve el recuerdo que nos mantiene cercanos...

Escrito el miércoles 17 de Agosto de 2005. Posteado por Matias Alonso a las 10:57 AM. La vida es un pañuelo.

El Club de la Pelea: golpes bajos.

La Vida se sacó la camisa de 200 dólares. Medía 2 metros. Y sólo de ancho. Los vítores alrededor de La Vida se elevaban al cielo como una plegaria: Muerte, Muerte, Muerte. La gente quería ver Muerte.

-No seas estúpido, yo recomiendo que te abroches la zapatilla que tiene los cordones sueltos y salgamos corriendo...
-¡Nunca! Ya llegamos hasta aquí. ¿Eres un cobarde?

Miré a La Vida. Con una mano levantaba a una familia de japoneses, mientras éstos le sacaban fotos desde el aire. Tragué desamparo.

-No tienes oportunidad, mira el tamaño que tiene, te va a arrancar la cabeza de un manotazo...
-David y Goliat.
-¿Qué?
-Yo soy David. La Vida será siempre Goliat. A veces, hermano, hay que pelear aunque la derrota sea inminente.
-¿Por qué? ¿Para qué vas a pelear si sabes que lo tienes todo perdido?

Apretó los puños. Elongó el cuello. Contrajo los músculos. Estaba listo para salir a pelear.

-Antes de salir, dime, para qué pelear si sabes que no hay victoria.

La gente aplaudía a La Vida, que arrojaba un oso al aire haciendo malabares.

-Cuando veas que caiga. Que la sangre brota de mi boca, mi nariz, mis ojos... ¿lo vas a olvidar o buscarás venganza?
-No es justo, hermano, la pelea con La Vida fue tu idea. No te sacrifiques, porque mi sangre se queda dentro de mi cuerpo, no la voy a perder vengando a un insensato.

Entró al improvisado ring. La gente guardó silencio. El silencio que precede al grito estridente provocado por el placer de ver sufrir y caer a otro. Mi hermano bajó los brazos y cerró los ojos. La Vida, en un principio, lo rodeó con los puños en alto. Mi hermano no se movía. Bastó un golpe de La Vida para que mi hermano volara seis metros por encima de la gente y cayera sobre el cemento con un crujido de huesos. La Vida levantó sus vigorosos brazos y los testigos aplaudieron frenéticos.

-¡Hermano!

Corrí a verle. Pero ya estaba muerto. La Vida se lo había llevado. Prometí a nombre de mi hermano que jamás permitiría que La Vida me llevara con tanta facilidad a mi también. Esa sería mi venganza...

viernes, febrero 23, 2007

La suerte de mierda o el por qué de la importancia de saber por dónde se va.

Ayer, caminando, pisé mierda
¿Por qué será que la mierda siempre está en su lugar?

Y todavía espero la suerte
Que dicen trae meter la pata en mierda

¿Será eso verdad?

Qué asco
La buena fortuna, nena, es estiércol
El amor entonces es puro abono
Y olor a paz

Qué mierda hago con mi suela
Qué mierda hago en esta ciudad
Qué mierda no tenerte cerca para amar

CORO:

¡A la mierda con todo!
¡A la mierda con la ciudad!

Te espero, nena, no me hagas esperar
La mierda ya está en su lugar
Dime si sigo caminando
O espero que nos encontremos
En alguna sucia esquina de la ciudad

CORO:

¡A la mierda con todo!
¡Que la mierda nos ayude a amar!

Estoy aquí parado
Mirando como nadie más pisa la mierda
Que arrastro por la vereda
Donde me dijiste que tenía que esperar

Nena, sin ti sólo me queda decir
¡A la mierda con la ciudad!

CORO:

(bis)

Crónicas del Duende.

Sentado junto a la ventana, la mirada sumida quizás en qué pensamientos, el cuaderno abierto, en blanco, sin nada garabateado más que un sencillo dibujo de un hombre de pequeña estatura con un largo sombrero que terminaba en punta, una mano sosteniendo la barbilla, la otra golpeando rítmicamente el banco, un ritmo monótono, aburrido, triste. Arturo esa mañana estaba escondido entre el aire, insensible a la presencia de lo real, y desganado miraba al curso, distribuido por la sala en cinco columnas de cinco filas cada una, y en cada banco veía grises uniformes que cubrían como tormentas el espíritu de sus compañeros. Era notorio, sin duda, el estado anímico de Arturo.

-...siendo la forma de la Nimbus. Arturo, ¿quieres, por favor, repetir lo que acabo de decir? -la profesora lo señalaba con sus lentes.

Arturo giró despacio su cabeza, ajustándose al parecer a la brusca entrada al mundo, porque era claramente ridícula la lentitud de su acción, algunas risas se escuchaban, otros murmuraban, Éste está loco, y Arturo seguía con el lento girar de su cabeza, sin dar luces de tener intenciones contrarias, o sea, de apurar la cosa.

-¿Qué tontera hace, Arturo? ¡Dése vuelta!

Arturo tenía bien abiertos los ojos, dos relucientes piedras blancas que miraban directo a la profesora, como dos bolas de cañón listas para disparar en caso de una agresión por parte del enemigo. Recordemos que Arturo desde pequeño tuvo una reprimida fobia al colegio, quién sabe por qué, ni él lo sabe con certeza. Se sentirá incómodo entre tanta gente o son las clases lo que lo aburren. O ambas.

-Arturo. Deje de poner esa cara absurda y molesta. ¿Qué tiene usted hoy? ¿Se siente bien?

Más que bien. Grandioso. Algo está por ocurrir, presentía, algo increíble e inexplicable.

-Me siento bien, profesora. ¿Usted se siente bien?- dijo amable.

La profesora pasó una rápida inspección por el curso, buscando conversadores o distraídos como excusa para no mirar a Arturo, que la ponía nerviosa, Si parece un loco.

-No me gusta nada ese tonito, Arturo. Se está ganando una anotación negativa hasta ahora. Desde pequeño, siempre tan... -el discurso de la profesora apuntaba de manera inminente a repasar el historial escolar de Arturo.

No era un niño malvado, no de aquellos que en los primeros cursos tiran del cabello a las mujeres, golpean a los compañeros más débiles y flacuchos, desordenan las mochilas y roban las colaciones. No, Arturo llamaba la atención de los profesores por otra razón, más poderosa y atrayente. Les consumía la curiosidad por escuchar lo que Arturo decía cada mañana mirando por la ventana. Pero no decía nada. Era silencio. Los labios se movían sin voz. Al principio se creía que algo andaba mal en el cerebro de Arturo, algún retraso o especie de autismo, más nada fue comprobado y siguió en el colegio como un niño normal. Bueno, no del todo, porque ciertos sucesos ocurrían en torno a él que iniciaron habladurías: en segundo grado un profesor ensimismado viendo el rito secreto de Arturo se levantó bruscamente, salió de la sala en dirección a la rectoría, y exigió la renuncia. Alegó estar volviéndose loco. Nadie culpó a Arturo.

El mundo es el espejo de otro mundo, el sendero que lleva al otro mundo no es de piedra, tampoco de concreto, sólo hay una puerta, pequeña, detrás de tus ojos y delante del mundo. Despertó de un salto y agitó los brazos alrededor de la cama. Una fría luz delineaba las persianas. Apenas distinguía el cuarto, todo era sombras, seres oscuros. Se sentó, buscó el interruptor de la lámpara y la habitación se alumbró por entero, dispersando las apariciones. El anciano duende le repetía una vez más aquella sentencia. Arturo se cubrió las orejas con las manos. ¿Cuándo fue el primer encuentro? Ah, sí, en su cumpleaños número cuatro. Ese día le regalaron una pelota plástica que reventó al rato con un cigarro. Y en la noche, acostado ya el pequeño Arturo, tuvo la sorpresiva visita del duende, que sentado en una dorada silla, acarició bruscamente al niño y le dijo, El mundo es el espejo de otro mundo, el sendero que lleva al otro mundo no es de piedra, tampoco de concreto, sólo hay una puerta, pequeña, detrás de tus ojos y delante del mundo. El duende le sonrió, guiñó un ojo de largas pestañas y, sin más, desapareció. Después aparecía únicamente en los sueños repitiendo siempre las mismas palabras. Arturo creció escuchando a un duende. Es comprensible que el muchacho presente comportamientos alejados de lo regular y tenga mirada de pocos amigos, si es la soledad de un secreto lo que arrastra desde los cuatro años. Se debate entre la locura y la creencia, será el duende parte de su imaginación, será real el duende, un duende, por qué un duende. No es fácil la vida con un duende.

Fuertes campanadas anunciaron el fin de las clases. Un alboroto de alegría se desplazaba por la sala. La profesora gritaba colérica empecinada en mantener el orden, sin éxito alguno, claro, todos querían partir a sus casas y la autoridad de la profesora se había restringido luego de los campanazos. Arturo no se movió. No debía, puesto que había sido castigado, “por faltar el respeto a un profesor”. Sus compañeros salían raudamente por la puerta, sin fijarse en Arturo; para ellos era sólo un petrificado ser humano, que guardaba su lugar en la esquina iluminado por el sol de la tarde que entraba por la ventana. Ese día sintió una leve punzada entre el corazón y el estómago; la soledad le daba de puñaladas mientras veía que todos abandonaban el colegio, sin él, y más triste se sentía al pensar que nadie reparaba en su mala suerte. Qué les importa a ellos, se decía, yo soy el fenómeno, el extraño entre los normales, el que vive en otro mundo...

-Arturo, acérquese.- La profesora gruñía desde su banco.

Levantó el deprimido cuerpo y soltó un largo suspiro que terminó cuando llegaba donde la profesora.

-¿Por qué eres así, Arturo? Tienes que comportarte mejor, de manera más sociable. Apenas tienes amigos.

-No tengo -agregó Arturo.

-¿Ves? Y, como si fuera poco, tu conducta deja harto que desear. No prestas atención en clases, no tomas apuntes, no tienes amigos. ¿Qué esperas de todo eso?

Las palabras de la profesora, tranquila por la desaparición del alumnado, sonaban a dulce reprimenda. Era un trato dócil, como si de un animalito poco doméstico se tratara, Arturito para allá, Arturito para acá, más rápido hubiera sido que le dijera de una sola tirada que estaba harta de las lúgubres historias que se repetían cada mañana en la sala de profesores referidas a Arturo. ¿Qué era qué tenía el niño que no se acomodaba a las estructuras básicas de la sociedad? ¿De dónde provenía tanta rebeldía? Tantas preguntas se hacía la profesora que dejó ir a Arturo, y la sonrisa por salvarse del castigo iluminó el rostro del muchacho. A la profesora la cabeza le daba vueltas, ese niño, pensaba, ese niño no tiene nada. Miró la puerta por donde Arturo recién había salido.

Sólo habla por las mañanas.


(Miércoles 31 de Enero de 2001.)

The Godfather: el cine que admiraba.


Clemenza: All right, you just shot 'em both. Now what do you do?
Michael: Sit down and finish my dinner.

Héroe can.

Un hombre de mirada perdida e inquieta tiene frente a él una gran lupa de escritorio. Examina un bulto negro con conexiones de cables rojos y amarillos. Tiene una incipiente barba, el pelo revuelto y suda profusamente. Alrededor de él se encuentran carteles que dicen “El mundo es una mierda”, “Me meto por el culo a tu gente”, “Hay que destruir para crear”, etc. Su boca hace una ridícula mueca. Cuando termina su labor con el bulto, LO introduce en un bolso negro. Luego viaja en su camioneta a un concurrido cine, donde espera a que todas las personas entren a la función. Desciende y coloca la bomba detrás de un basurero de la forma menos llamativa posible. Caminando en dirección al cine viene un ciego acompañado de su perro que carga un bolso negro similar al del antisocial. El perro sale corriendo, abandonando a su dueño, y agarra el bolso negro detrás del basurero. El hombre se sube a su camioneta y parte sin notar que el perro corre desesperado persiguiendo el vehículo. El ciego grita el nombre del perro. Unas cuantas cuadras más allá el antisocial detiene el auto. El perro se sube a la parte trasera. El hombre presiona un detonador...

Pasamos a...

Vemos después al ciego en la consulta de un otorrino, al que le cuenta que a parte de ciego, se ha quedado sordo. El médico le responde que la culpa la tuvo la bomba esa y le pregunta por su perro. El ciego suspira y contesta que murió a pesar de los esfuerzos de los veterinarios, aunque ya se habla de que lo recordarán como un patriota. Incluso se habla de una estatua en su honor, claro que el ciego dice que tendrán que esculpirlo en base a sus recuerdos, porque fotos de su perro no tiene, "usted entenderá por qué, doctor"...

jueves, febrero 22, 2007

Alguna vez.


Leónidas fue advertido sobre el gran número de arqueros que poseía Jerjes. Herodoto de Halicarnaso indica que se le dijo a Leónidas que «sus flechas cubrían el sol» y «volvían noche el día». Dienekes, soldado espartano, consideraba el arco como un arma poco honorable, ya que evadía el enfrentamiento cuerpo a cuerpo. Fue entonces cuando pronunció su famosa frase:


«Tanto mejor, lucharemos a la sombra».

miércoles, febrero 21, 2007

La hora del cambio.

Las calles casi vacías, el cielo negro y sin estrellas que amenaza con truenos y lluvia, los edificios con los balcones cagados por las palomas, los perros que buscan entre la basura acumulada en las calles, las legiones que vienen de los sectores marginales a escarbar entre los desechos de los afortunados, buscando cartones, latas, botellas e incluso comida en mal estado, cosecha con la que cargan sus triciclos y emprenden el regreso a sus hogares hechos de cartón, planchas de zinc, con suelos de tierra, hogares en donde esperan los hijos que aún no tienen edad para acompañar a sus padres en el trabajo de recorrer Santiago buscando en la basura de otros lo que para ellos es sinónimo de comida, abrigo y, a veces, si Dios es generoso, de diversión, como una pelota de fútbol desinflada o un televisor que aún funciona.

Santiago de noche se transforma. Toda la gente que camina a paso rápido por las calles del centro cargando bolsas plásticas, mirando ávidos las vitrinas iluminadas, todos los ejecutivos con sus trajes oscuros y corbatas de seda, los pacos, los quiosqueros, las mujeres desenfrenadas y sensuales que atienden los cafés, los fanáticos religiosos que gritan los salmos para redimirse, el mendigo que en una esquina pide, desde hace años, una monedita porque esta ciego y que a la tarde se levanta, compra el diario y se lo lee en la micro a casa, todos ellos antes de que caiga la noche desaparecen y entonces otros personajes toman su lugar. Después del ocaso incluso los sonidos y los olores son distintos. Una fría brisa serpentea entre los edificios y barre el aire espeso mezcla de frituras, gases de autos y el aroma de miles de hombres y mujeres bajo el calor de la ciudad. Las micros también se han ido y los bocinazos y el tronar de los motores da paso al suave ronroneo de una maquina que avanza lentamente echando agua y cepillando las baldosas de la calle. El metro inicia su último viaje, ya no se podrá salir del centro por debajo de la tierra. Para llegar será necesario caminar o tomar un taxi, y ambas opciones conllevan peligro.

Es el momento en que aparecen las prostitutas perfumadas, haciendo notar sus encantos con mucho escote, poco sostén, blue jeans apretados o mejor pantalones de cuero y todo esto coronado por unas botas altas brillantes e insinuadoras. Se dirigen a las esquinas y bares en donde seducirán a hombres muy dispuestos a que los seduzcan y cuyas billeteras están llenas de lo necesario.

También es a esta hora cuando los niños de la calle llegan a la plaza de armas y bajo la esfiguie de Pedro de Valdivia inician la venta de drogas al menudeo u ofrecen servicios sexuales a cambio de droga o dinero mísero. Los arbustos y arboles que rodean la plaza serán durante esta noche testigos de los impulsos mas primitivos que un ser humano lleva en su alma…


Senén Cornejo Bunger.

martes, febrero 20, 2007

La vida, es lo que hay. Carpe Diem.

Baja la música. No quiere que todo el pasaje se entere de su presencia. Antes de que el portón eléctrico termine de abrirse acelera y maniobra el auto para entrar. Lo único que quiere es abrir la puerta de su casa. Se estaciona. Toma su mochila. Resopla cuando abre la puerta. Se baja y se siente libre. Cierra con llave el auto. Su mujer lo espera en la puerta. Se dan un beso. Luego ella camina hasta un sofá y se sienta con una expresión afligida. Él empuja la puerta. Siempre te sientas en esa posición cuando algo no está bien. Ella le asegura que todo está bien. Él se sienta junto a ella. Discuten por el horario que él tiene. Se defiende diciendo que no es un genio, que cualquiera podría ocupar su puesto. Eres un genio, dice ella. Le dice que tiene una buena noticia para contarle. Cuál. Nuestro amigo CC y M quieren tener otro hijo.

Entonces ella comienza a llorar y se arruma a él. No le dice nada, pero él comprende. Él sabe que el dolor que ella siente es tan profundo como el amor que siente por el hijo que aún no reposa en su vientre.

Él le asegura que tendrán hijos. Siempre y cuando los eventos ocurridos no lo mantengan, claro, en el triste estado que está viviendo. Y piensa que su amigo CC tal vez tenga paciencia y lo espere para que ambos hijos nazcan en similares fechas. Así, ya de pequeños, pueden hacerse grandes amigos. Como lo son ellos, el tío CC y el tío M. Grandes amigos.

No quiere verla llorar por un sueño que es de los dos, que necesita de ellos dos. De su amor. Porque de la soledad no se puede engendrar un niño y traerlo al mundo, ese mundo que todos creen no es adecuado para un niño, el mundo gris, tóxico, peligroso en el que nosotros al menos podemos vivir.

Pero lo importante para él es no verla nuevamente llorar.
Porque cada tarde anhela llegar a casa.

domingo, febrero 18, 2007

sábado, febrero 17, 2007

Sinceramente.

El doctor que me atendió, al que tuve que acudir a causa de tu pérdida (en parte para dejar tranquilos a los que quiero y también para prevenir cualquier emoción distinta al dolor de tu ausencia; ¿ausencia? el otro día me tropecé y supe que había sido tu culpa) me pregunta si tengo rabia contigo. Por lo que hiciste. Por partir un poco apresurado al otro lado del río. Y bien, claro que da rabia. Pero no rabia de querer revivirte corporalmente para castigarte a golpes. Eres mi hermano. El único. La rabia viene porque nos vamos a perder unos cuantos años juntos. Años que pudimos disfrutar. De que te vinieras a ver una película. De tratar de elevar ese volantín que no pudimos, quedando en ridículo ante la familia. Pero bueno. La rabia ya no está. Y el dolor que siento es porque mi amor hacia a ti es profundo. Qué se le va a hacer. Una cosa va de la mano con la otra. A mayor el amor, más grande la pena. Pero uno sabe que podrá convivir con ella. Me pregunta el doctor si he pensado en hacer lo mismo que tú. Le digo que no. Que tú eres tú y yo soy yo. Si te sientes mejor ahora y necesitabas la libertad que otorga la muerte, entonces no tengo nada que decirte. Tú escogiste y como ya dije, respeto tu elección. Pienso que tomaste la misma decisión que algunos de tus escritores más respetados tomaron: Hemingway, J. Kennedy Toole, Mishima, Salgari. Mándales saludos. Que te confiesen secretos de la literatura y después me lo traspasas en sueños. Y si te subes al ring con Hemingway, dale fuerte.
Salgo a regar. M me dice que no riegue la maleza. Pero mientras riego, pienso en las cosas que siento cuando me acuerdo de ti. Y siento la energía de la vida. Siento que todo necesita vida. Como si los años que dejaste pendientes fueran posibles de traspasar al mundo. En mí nace la idea de traer vida junto a M. El deseo de un hijo. Para trascender a través de él y que tú también trasciendas. Que nuestros viejos vean en él lo que ven en ti y lo amen como te aman.
El doctor me dice: el Dalai Lama enseña que cuando pierdes, no pierdes la lección, sino que aprendes de ella y te enriqueces.
Así me siento. Triste, pero determinado a vivir la vida por ti de la mejor manera, vivirla lo más alegre y plena posible junto a M, amando a los viejos por los dos con el corazón abierto para que se filtre tu amor hacia ellos. ¿Recuerdas cuando olvidabas el regalo de cumpleaños de uno de ellos y te venía el remordimiento, por lo que entregábamos mi regalo en nombre de los dos y después rajabas a comprar uno?
El doctor me dice que será un proceso largo. Con "largo" me imagino se refiere a toda mi vida. Lo que finalmente es más gratificante. Que estés presente en cada detalle, que no huyas de mí, que me hables desde la memoria y te refugies en mi alma.
Además, retornas como el eco entre la gente que te conoce, un eco de recuerdos que habla sobre ti con alegría, orgullo y admiración. Es lo que llaman La Hermandad Cósmica. O dioscidencias.
El doctor me dice si noto que hablo de ti en tiempo presente. Lo sé
racional y espiritualmente. No estoy loco. Es imposible evocarte y hablar en tiempo pasado, como si sólo hubieses sido una maravillosa anécdota. Si tuviera que explicar por qué me refiero a ti en presente, diría que en cierta medida te congelaste en el tiempo. En cinco años seré más viejo que tú. Y luego seré otro año más viejo, y otro, y otro, mientras que tú te quedarás intacto. Eterno. Invariable.

Entonces se acabarán mis años, cerraré los ojos, y al abrirlos me encontraré sentado en una grada frente a un ring de box donde veré a Hemingway perder por K.O. ante ti y tus guantes certeros.

Children of Men: el silencio de los niños.


Año 2027. Digamos, en veinte años más. El hombre más joven del planeta, el último concebido por una mujer fértil, es apuñalado a la salida de un bar en Argentina por no querer dar un autógrafo. El culpable del asesinato es luego linchado por una turba. En el planeta reina la desesperación, la certeza del fin de la humanidad. Se vende legalmente una droga para quitarse la vida. Para qué vivir si en veinte años no ha nacido ningún ser humano. La Civilización ha llegado al punto final de la Historia. El presente es el futuro y el futuro es, simplemente, la angustiosa espera del Fin cuando el último individuo vivo deje de respirar y reine en la Tierra la desolación por las calles de las ciudades alguna vez saturadas.



La guerra ha consumido a las Naciones, las capitales yacen en ruinas, sólo permanece Gran Bretaña regida por un sistema totalitarista que tiene como política de control el prevalecer como sociedad separando a los ciudadanos británicos de los fugis, los refugiados que intentan vivir en el único país que aún no cae en el caos absoluto. Los inmigrantes son arrestados y llevados a campos de concentración. Pero si escuchamos a Hemingway, Un hombre puede ser destruido pero no derrotado. La oposición es un grupo terrorista conocido como Los Peces (¿quienes son los terroristas en verdad? ¿El Estado o el grupo subversivo?). Los Peces luchan por la igualdad de los inmigrantes en relación a los británicos y derrocar el agresivo régimen imperialista. Pero Los Peces tampoco son la respuesta al trágico destino de la Humanidad. Se habla, como "mito urbano", de The Human Project, una agrupación que busca resucitar el milagro otorgado a hombres y mujeres: procrear, concebir, dar a luz un niño, un nuevo Hombre que preserve la existencia, que luego será el responsable de permitir la trascendencia de nuestra especie.

La película desarrolla un mensaje claro: la inminente extinción del Hombre será causada por el propio Hombre y su imposibilidad de someter el orgullo -y la ciega búsqueda de supremacía ante El Otro- para una convivencia donde no se señale a nadie por su raza o creencias como "el enemigo". La Civilización está involucionando. Pierde minuto a minuto la capacidad de maravillarse con el mundo con inocencia e ingenuidad, tal como lo experimenta un niño. Va perdiendo la capacidad de jugar, de interpretar el juego no como una necesaria competencia que deba ser llevada al nivel de enfrentarse hostilmente. Con armas y muerte.

La falta de niños y su risa, de su percepción libre de prejuicios sobre el mundo, del inquieto deseo de explorar cada rincón de lo que se les va presentando, deja en el Hombre (aquél que se convence a sí mismo que ya nada queda de niño en él) un triste y oscuro vacío imposible de reemplazar.

Sólo un niño, en su fragilidad y asombro, es la respuesta para emerger de la pesadumbre que el hombre sufre día a día al conocer el fatal destino hacia el cual se ha arrojado como piedra que se hunde en los abismos del más profundo y oscuro de los mares.

¿Estaremos a tiempo de evitar que la vida imite al arte? ¿En particular de la hipótesis presentada por Children of Men?

A quién la Fe sea fundamental, que rece.
Porque no quiero pensar que tendré hijos sólo para que sean testigos del Juicio Final.


Alfonso Cuarón, el responsable de Children of Men, y varias secuencias notables.


Así eran tus vacaciones.



(Fotos encontradas que presentaban un estado de desvanecimiento mayor, por lo cual fueron intervenidas para su rescate.)

Dime Freud qué estoy diciendo.

Soñé que iba por un túnel amplio. El techo no lograba verse. Necesariamente tenía que caminar por el túnel para llegar a casa. No era oscuro, cierta luz me indicaba el camino hacia adelante. Iba solo. De pronto, recordé que debía pasar al banco a retirar dinero. O pagar una deuda. Creo que era lo segundo. Al llegar al banco me encontré con que estaba abandonado. Escritorios vacíos, teléfonos sin contestar, nadie que me atendiera. Comencé a recorrer el lugar hasta toparme con la bóveda abierta de par en par, de la cual salían cuatro tipos cargando bolsos llenos de billetes. Ninguno de ellos se percató de mí o simplemente yo no significaba un peligro. Los seguí con la mirada hasta que se fueron. Y ahí quedé. Frente a la bóveda recién abierta. De curioso primero, entré. Las paredes blancas contrastaban con el metal pulido de unas repisas y los barrotes. Luego, de codicioso, busqué por el suelo algún billetito suelto. Y como se suele decir, "la curiosidad mató al gato", antes de poder reaccionar, sentí el ¡CLICK! de las gruesas puertas sellándose. Pues quedé encerrado en la bóveda, pensando si tendría oxígeno. Si podría salir. Para matar el tiempo y calmar mi angustia, seguí buscando inocentes billetes olvidados por los asaltantes. Fui encontrando varios, incluso dólares. Como iba vestido de camisa, abrí los botones superiores y cual canguro madre guardé en mi panza el dinero que recolectaba. Al recoger el último, las gruesas puertas de la bóveda se abrieron nuevamente. Me vi enfrentado a un caballero de señorial porte y edad avanzada, vestido de impecable traje negro, que me dijo: señor, mis saludos, soy el gerente de este banco. Crucé los brazos para ocultar mi panza abultada de billetes. ¿Me acompaña a la salida?, me preguntó el aristocrático gerente. Salimos juntos de la bóveda. Me tomó del brazo, gesto que percibí incómodo, pero también daba cuenta que el señor de ancianas canas tenía una fuerza que no correspondía a un cuerpo de hombre viejo. No sé si me empujaba o yo trataba de zafarme de él. Quizás ambos. De pronto ya no hubo túnel, sino un camino campestre. Ahora nos dirigíamos hacia una puerta de madera de una parcela. Era mi parcela. Mi hogar. El anciano me hablaba: todos podemos ganar algo con lo ocurrido, señor, ¿no le gustaría incrementar sus riquezas? Lo miré con una apagada sonrisa y noté que los dólares asomaban de mi camisa. Los oculté como pude. Ante la puerta de madera había un citófono. Toqué, pero la puerta se abrió antes de que alguien contestara. Cuando contestó alguien, yo ya estaba lejos y sólo atiné a gritar: ¡Madre! Una familia sentada en círculo en mitad del sendero de tierra que llevaba hacia la casa se prestaba a cenar. Junto a ellos estaba un armario de madera. El gerente se acercó a la familia y me arrastró con él. Nos sentamos para acompañarles. La madre era joven, el padre era joven y tenían dos hijas, una que calculé tendría seis años y la otra no más de cuatro. No nos saludaron y la madre, en rústicos platos, nos sirvió una especie de guiso. El padre curaba a la hija menor con una extraña crema. La madre dijo, sin mirarnos, Si no le hacemos las curaciones puede enfermar gravemente. La hija mayor comenzó a llorar, se levantó de un salto y corrió a perderse. La madre se disponía a salir detrás de ella, pero el padre le dijo que no se preocupara, que él iba a buscarla. Aquella escena me hizo comprender que el dinero que tenía en mi panza no valía nada si no se lo entregaba a la familia para que pudieran ayudar a su hija menor y vivir tranquilos.

Cuando vi al padre de pie se me reveló el enigma del sueño: el padre era yo.

jueves, febrero 15, 2007

martes, febrero 13, 2007

W E L C O M E: the beginning.




Nico Poblete y Paulina Eguiluz durante el rodaje.

sábado, febrero 10, 2007

SCOR II.

Hombre derrotado.
Partido en dos.

El dolor no tiene fecha de vencimiento.
No es una neblina pasajera.

Pero lee con atención:
El Hombre que pierde todo
Nada ha perdido.

Los recuerdos.
Ninguno de ellos se ha perdido.

El corazón y su memoria.

Cita. O "préstamo" intelectual.

"De todo lo que se escribe, sólo me gusta lo que un hombre escribe con su propia sangre. El que así escribe máximas no quiere ser leído, sino aprendido de memoria."

NIETZSCHE, Friedrich

Eso es. Click.




Historias de un querido viejo perro.

CUENTOS DE VERANO DE LA NACIÓN DOMINGO, 4 DE FEBRERO DE 2007.


LLORAR A COLUMBO.

Y qué mierda tiene que ver Columbo en todo esto, me dijo Daniel y dirigió la mirada hacia el lado, como si buscara la complicidad de alguno de los jóvenes de la mesa vecina. Al fondo, un plasma colgado sobre el muro mostraba a unos raperos llenos de cadenas y chicas en hot pants. Columbo, le dije, el detective del impermeable largo y el puro apagado en la boca, ¿no te acuerdas? Por supuesto que me acuerdo, siguió Daniel, mirándome ahora a los ojos, cansado, como si hablar conmigo le demandara un gran esfuerzo, pero te conozco demasiado como para no darme cuenta de que sólo estás sacándole el bulto al problema. No es eso, intenté explicarle, se trata de un televisor en blanco y negro, un mueble más en el living de la casa, se trata de nuestra infancia, Daniel, del primer caso que le tocó resolver a Peter Falk, más conocido como Columbo. Daniel negó con la cabeza, le dio un sorbo a su vodka y dijo que preferiría que fuéramos al grano, que si las cosas estaban como estaban entre nosotros, no podía creer que lo haya llevado a ese lugar ruidoso y con el piso de vidrio para hablarle de Columbo. Sólo quería que analizaras bien el asunto, le dije, que te dieras cuenta que las cosas ya no son como antes y nosotros tampoco somos lo que quisimos ser, Daniel. Somos Jorge Enrique Pedraza, me dijo él, bajando la voz y revolviendo los hielos del vaso, y eso me parece suficiente. Pero al menos quiero que analices la oferta, le dije, que la pienses bien, no creo que eso signifique dejar de ser Pedraza.

El asunto había comenzado a fines de los ochenta. Con Daniel éramos jóvenes, impulsivos, disconformes, ambiciosos, intransigentes, peleadores, pretenciosos, borrachos. Es decir, conmovedoramente ingenuos. Y tan soberbios que creíamos que no valía la pena que nuestros nombres verdaderos aparecieran en la portada de los libros que pensábamos escribir por montones. Entonces inventamos a Jorge Enrique Pedraza. Era una época extraña aquella, llena de miedos, de transacciones estúpidas, de deslumbramientos fáciles. Cuando publicamos “Callan los muertos” la crítica sólo tuvo palabras de elogio para Pedraza y las ventas superaron las expectativas de la editorial que se arriesgó a publicar a un autor joven sin siquiera verle la cara. La prensa me llamaba a mí, el supuesto agente de Pedraza, y yo les explicaba una y otra vez que él no daba entrevistas, que vivía aislado en una parcela cerca de Rancagua, que tenía una pequeña huerta donde plantaba tomates y marihuana. Fue a Daniel a quien se le ocurrió juntar una foto mía y una suya y trabajarla en el computador para enviársela luego a la encargada de prensa de la editorial. Esa es la foto que todo el mundo conoce: un Pedraza adusto, con el esbozo de una sonrisa socarrona, los ojos brillosos.

Lo que propones es peor que dejar de ser Pedraza, me dijo Daniel, solemne, lo que propones es traicionar a Pedraza. En la pantalla se veía ahora la figura de un roquero argentino, viejo como nosotros, que tocaba para un estadio lleno de adolescentes. La música reptaba y explotaba debajo de las mesas, como si proviniera de un subterráneo, ese fondo acuoso que se veía bajo los vidrios del piso. También se escuchaban risas, ruidos de vasos, atisbos de alguna conversación acalorada. Vamos, hombre, le dije, no veo qué puede tener de malo escribir guiones para la televisión. Daniel se limitó a buscar a la muchacha que nos atendía y a dibujar con la mano un círculo en el aire.

Al principio la idea funcionaba. Un Bustos Domecq de la transición, ganando becas y premios a costa de un país que había aprendido a despreciarse a sí mismo bajo la apariencia de una alegría falsa y rastrera. Le inventamos una pequeña biografía a Pedraza: ex mirista, desencantado, alcohólico. No mucho más que eso, lo suficiente para que ardiera la leyenda. Para entonces la gente ya hablaba de él, lo invitaban a lanzamientos, a dar charlas, a firmar libros en las ferias. Por supuesto, debíamos rechazarlo todo y limitarnos a publicar de vez en cuando algún artículo de prensa implacable y tendencioso por el cual, de paso, nos pagaban como si viviéramos en España. Bueno, lo de mandar a Pedraza a España también fue idea de Daniel, pero cuando Herralde quiso conocerlo antes de publicar “Juego de sirenas”, tuvimos que devolverlo rápido a Rancagua, lo que al parecer Herralde consideró una descortesía imperdonable, de modo que el libro salió por la misma editorial que publicó “Callan los muertos”. Pero la nueva novela no logró el mismo efecto, quizás simplemente porque era mala o porque el país ya había cambiado demasiado o porque Pedraza, Daniel y yo habíamos perdido la furia de antes. Quién puede saberlo.

Una luz azulgrana prendía y apagaba el rostro de Daniel, ocultándolo o, más bien, mostrando fragmentos de una sonrisa que también podía ser un gesto de dolor. Hacía mucho calor allí dentro y me pareció ver una gota de sudor rodando por su cara. Traté de detenerla, pero él esquivó mi mano con un gesto brusco. Escúchame, Daniel, le dije, nada será tan distinto, yo iré a las reuniones en nombre de Pedraza, y luego escribiremos sin movernos de nuestro departamento, ya lo hablé con el productor y está de acuerdo. ¿Ya lo hablaste?, me preguntó Daniel, levantando la vista. Bueno, fue una conversación informal, para tantear el terreno, dije. Una conversación a mis espaldas, remató él, con ese aire de víctima que comenzaba a colmarme la paciencia. Déjate de pendejadas, le dije, sabes muy bien que necesitamos ese trabajo, nuestros libros no se venden, no tenemos novelas que ofrecer y a nadie le interesan ya los artículos de Pedraza. No hay que ponerse nervioso, dijo él y ladeó el tronco para que la mesera le colocara al frente un nuevo vaso de vodka. Mira, Daniel, mi hijo está enfermo, los remedios son caros y no puede seguir dependiendo del trabajo de su madre, le dije. Yo te advertí que no era buena idea tener un hijo, me enrostró él, y yo sentí que la sangre se me subía a la cara. ¿Y tú quién mierda eres para meterte así en mi vida?, le dije, apretando los puños sobre la mesa. Soy la mitad de Pedraza, remató Daniel, sin mirarme.

Entonces nos quedamos en silencio. Yo esperaba que Daniel recapacitara. Solía pasarle que decía algo hiriente y luego trataba de corregirse. Lo conocía bien. Entonces volví a recordar aquel episodio de Columbo. Una exitosa dupla de escritores de novelas policiales pelea porque uno de ellos quiere escribir por su cuenta. El otro no está de acuerdo y, para zanjar la discusión, lo mata con un balazo en la frente. Columbo, con su estilo desafectado y cadencioso, desenmascara las oscuras razones del asesino: ya no tenía talento ni energía y no estaba dispuesto a perder un negocio tan rentable. Era raro recordar todo eso, en ese momento, y sumar poco a poco detalles absurdos, como el sonido de una vieja máquina de escribir, o la portada de “Newsweek” con la dupla sonriendo y hasta el nombre del capítulo, “Murder by the book”, escrito a un costado de la pantalla en blanco y negro. Me aterró pensar que ese episodio se había mantenido durante años camuflado en mi memoria y que ahora sacaba sus garras para decirme algo que no quería escuchar, y que quizás sin saberlo incluso había ejercido su poder, cuando hace más de veinte años se nos ocurrió inventar a Pedraza.

No metas a Pedraza en esto, me dijo Daniel, seco. Luego sacó del bolsillo delantero de la camisa un cigarro y se puso a jugar con él sin encenderlo. Pero te necesito, Daniel, lo necesito, me corregí de inmediato, la gente del canal quiere a Pedraza y está dispuesta a pagar por su nombre. Ah, viste, dijo él, como si saltara de un sueño, orgulloso, o sea que todavía lo recuerdan. No, Daniel, tampoco es tan así, traté de aclararle, sólo que creo que Pedraza puede reinventarse, volver a ganarse un espacio, yo también quisiera verlo como en sus mejores momentos. Pedraza, dijo Daniel, es un escritor de culto, y a sus seguidores no les gustaría verlo escribiendo estupideces, o acaso no has leído los blogs de los jóvenes escritores, siguió entusiasmado, lo admiran, lo respetan, no hablan las barbaridades que hablan de los otros escritores. Ya se les va a pasar, le dije, es cosa de tiempo, no te das cuenta que están esperando una nueva novela de Pedraza, algo grande que esté a la altura de sus propias inseguridades. Escribamos esa novela entonces, dijo Daniel y golpeó con las palmas abiertas sobre la mesa. Su reacción no logró impresionarme. ¿De verdad crees que todavía podemos hacerlo?, pregunté sin curiosidad, sin rabia, anticipando el gesto de Daniel que bajó la vista y soltó un murmullo: al menos podríamos intentarlo, dijo, derrotado. Los dos sabemos que eso es imposible, Daniel, porque estamos cortados por la misma tijera, le dije, y no sé por qué pensé en “Nip Tuck”, en McNamara y en Troy enfrentados a los dilemas que plantea la belleza y la miseria humana.

Lo siento, me dijo Daniel, poniéndose de pie, pero tendrás que hacerlo solo, creo que llegó el momento de matar a Pedraza: ¿te parece bien un suicidio? Me limité a mirarlo, tratando de reconocer qué quedaba de mí en él. Se hará así entonces, dijo Daniel con tono amenazante o despectivo, no estoy seguro, aunque adiviné que estaba pensando en unir definitivamente su destino al de Pedraza. Cuando me dio la espalda para irse, estiré un brazo y lo tomé de la muñeca: tienes que pagar, Daniel, le dije, tienes que pagar tus tragos, ¿o crees que todo esto es gratis?

Luis López-Aliaga

EL AUTOR:

Luis López-Aliaga ha publicado “Cuestión de astronomía” (Grijalbo, 1995), con el que obtuvo el Premio Consejo Nacional del Libro mención cuento, “Fiesta de disfraces” y “Bazar Imperio” (Lom, 2005). También ha sido incluido en diversas antologías tanto extranjeras como nacionales. En la actualidad oficia de guionista para el Área de Ficción de Canal 13.



martes, febrero 06, 2007

Palabras que te acompañan y descubrimos en el lugar donde ahora descansas.

17 de Enero de 2007

Sólo tengo recuerdos alegres contigo amigo mío, la distancia entre nosotros me regaló un recuerdo alegre de ti, pero esa misma distancia me da la pena de no haber estado contigo en los malos momentos y esa pena siempre la tendré. Un abrazo para toda tu familia y siempre te voy a recordar con alegría.

De tu amigo Sebastián Silva Hein.

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25 de Enero de 2007

Senen Cornejo Bunger,

Mi querido amigo, aún recuerdo aquel día de invierno que llegaste todo tímido a mi consultorio, y cómo después de irnos conociendo y compartiendo tan lindos e inolvidables momentos te aprendí a conocer y a querer un montón. Aún mi corazón no comprende tu partida, pero le pido a Dios todas las noches que estés lleno de la paz y el amor que siempre deseaste. Siempre estarás en mi recuerdo y corazón. Te quiere mucho.

Tu amiga Laurita (Laura Leiva Hidalgo)

domingo, febrero 04, 2007

Uno de sus autores.


"Every man's life ends the same way. It is only the details of how he lived and how he died that distinguish one man from another."

Ernest Hemingway

sábado, febrero 03, 2007

El corto del que te hablaba, hermano. Welcome.



LATERCERA - - ONU: Temperatura de la Tierra aumentará entre 1,8 y 4 grados para 2100.

ONU: Temperatura de la Tierra aumentará entre 1,8 y 4 grados para 2100

El informe del Grupo Intergubernamental sobre el Cambio Climático presentado hoy confirma que existe una "muy alta probabilidad" de que el calentamiento global se deba a la actividad humana.

Fecha edición: 02/02/2007 17:32

La temperatura de la Tierra aumentará entre 1,8 y 4 grados centígrados hasta finales de siglo, según el informe del Grupo Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC) presentado hoy, que subraya que hay una "muy alta probabilidad" de que el calentamiento se deba a la actividad humana.

Los expertos del IPCC, que basan sus estimaciones en el compendio de las investigaciones científicas realizadas en los últimos seis años para corregir los datos de su anterior informe de 2001, calculan que según diversos escenarios la horquilla de la subida de las temperaturas podría ampliarse a entre 1,1 y 6,4 grados.

En las próximas dos décadas, la temperatura va a aumentar en 0,2 grados por decenio por las emisiones de efecto invernadero que ya se han realizado, y tampoco se podrá evitar que el incremento continúe a un ritmo de 0,1 grado por decenio aunque dichas emisiones se contuvieran en el nivel de 2000.

El calentamiento previsto reducirá la cobertura de nieve y los casquetes polares e incluso no se descarta que a finales de siglo el hielo se derrita completamente en el Polo Norte.

Una de las consecuencias de esa disminución de la masa de hielo será la elevación del nivel del mar, que para finales de siglo, y en función de los diferentes escenarios contemplados, podría situarse entre 18 y 59 centímetros.

Fenómenos extremos como las olas de calor y las trombas de agua seguirán siendo cada vez más frecuentes y los ciclones tropicales más intensos, en particular la velocidad del viento y las lluvias asociadas.

Es "muy probable", según los redactores del informe, que la cantidad de precipitación aumente en las mayores latitudes, mientras que disminuirá en la mayor parte de las zonas subtropicales (en torno al 20% en 2100), de acuerdo con las tendencias observadas.

El calentamiento será mayor en los continentes que en los océanos y en las latitudes norte, y menor en el sur y en partes del Atlántico norte.

La conocida Corriente del Golfo, en el Atlántico, se ralentizará durante la actual centuria en torno al 25 por ciento, aunque eso no impedirá la elevación de las temperaturas en la región.

Los autores de este informe recuerdan que desde que existen registros climáticos fiables a mediados del siglo XIX, once de los doce años más calurosos se han dado desde 1995.

Sobre las razones, dejan muy poco lugar a las dudas al señalar que hay una "muy alta probabilidad" de que se debe a la actividad humana desde el comienzo de la era industrial y en particular a las emisiones de dióxido de carbono (CO2), cuya concentración en la atmósfera ha llegado a 379 partículas por millón en 2005.

Además, las concentraciones de CO2 se han acelerado en el período de 1995-2005 (en 1,9 partículas por millón cada año).

El actual informe pretende establecer las conclusiones de las bases científicas del cambio climático, y en los próximos meses vendrán otros del IPCC sobre el impacto del calentamiento, las formas de mitigarlo y el informe de síntesis, que debe aprobarse en Valencia (España) en noviembre.

EFE

jueves, febrero 01, 2007

Carta abierta a mi hermano.


Tite,



Han pasado sólo quince días. Para algunos esos días son días de vacaciones. Para nosotros, la eternidad de tu ausencia. Te imaginan en el cielo. Yo te veo jugando cacho con San Pedro.

Ayer terminamos de filmar un corto de terror. La tesis de tu primo Christian y la mía. Se llama Welcome. Lo habrías disfrutado. Pero no te preocupes, te llevé al rodaje conmigo. Me puse tus camisas y corbatas.

Claro que me habría encantado que estuvieras presente mientras filmábamos.

Ya lo verás terminado, a la distancia que estés, en el lugar en que estés, a través de los ojos de mi corazón.

¿No era acaso también tu sueño verme dirigir en cine?


Un abrazo muy fuerte de tu hermano pequeño...