domingo, abril 29, 2007

Sobre los años que son raíz de un casorio.

Hace tres días se cumplieron dos años de casado ante el Estado y la Comunidad Civil y las mil Instituciones más.

Me casé con la mujer que conocí a los diecisiete años, 3º medio en el colegio, yo no era más que un cabro chico. Ella una niña. Lo digo mirado ahora desde los 29. Porque a esa edad ya me sentía un hombre, la verdad.

¿Cómo? ¿Por qué? ¿Para qué? ¿Y la libertad? ¿Y la monotonía? ¿Y el amor?

¿Y cuántas veces al día te paras a pensar por qué amas a tus padres?

Y es lo mismo.

Y no.

Qué importa la respuesta.

sábado, abril 28, 2007

Eso de festejar el cumpleaños.

Ayer, 27, mi único padre estuvo de cumpleaños. Como siempre mi madre le preparó una cena perfecta, pero ella lo niega, en sus gestos y comentarios, No se me ocurrió nada más, menos mal que...

Si me dicen que reservar una paella con horario de entrega en un local que se trasladó de estar a un par de cuadras del departamento a Las Condes con Tabancura no demuestra una sincera preocupación, bien, que alguien me postee y me cuente una historia que demuestre tan claro y natural acto de sincera preocupación de una esposa a su marido.

Nunca sé cuántos cumple mi padre. Pero sé el año que nació. Aunque nunca saco la cuenta. Que tenga los que deba tener, para mí la verdad es que tanto él como mi madre no envejecen. Canas, arrugas, calvicie... los signos "humanos" si los percibo, es el espíritu el que no les cambia y, así entonces, nunca dejan de ser las personas que son y tanto admiro, por mucho que la vida trate de disfrazarlos con la imagen del tiempo que transcurre. Del devenir de nuestra historia.

Comenté, creo, que mi hermano solía regalarme para el cumpleaños un libro que yo ya tenía. Bueno, para el cumpleaños de mi padre cometí el mismo error, le regalé un libro que ya tenía y que además me había prestado. Coincidencias. Tradiciones. Leyendas que quedan.

27 de Abril.
Feliz cumpleaños, viejo.

martes, abril 24, 2007

Pasivo entre el humo.


Nick Naylor: Few people on this planet knows what it is to be truly despised. Can you blame them? I earn a living fronting an organization that kills 1200 people a day. Twelve hundred people. We're talking two jumbo jet plane loads of men, women and children. I mean, there's Attila, Genghis... and me, Nick Naylor. The face of cigarettes, the Colonel Sanders of nicotine.

sábado, abril 21, 2007

Lo Bueno de Llorar.

viernes, abril 20, 2007

Ésta si que es una película gringa B de acción y...

I. La muerte y el funeral


Abrió los ojos. Le dolían. El sol estaba encima de él. Un redondo, amarillo, caluroso foco que le estaba quemando la piel. Se ladeó, enterró el lado izquierdo del rostro en la arena y despacio, muy despacio, terminó de abrir los ojos para descubrir el inagotable paisaje del desierto. Se incorporó. Los músculos tiraban, le dolían, como si un ejército hubiese marchado encima suyo. Un agudo dolor le perforaba la cabeza. El sol. Ese maldito fuego. Vio que sus brazos estaban rojos y algo hinchados. Sus piernas igual. Se percató entonces que sólo llevaba puesto los calzoncillos. Maldita sea. En calzoncillos en medio de un puto desierto. Debajo de sus pies la arena era un incendio, una gigante parrilla, una estéril tierra incandescente. Le resultó gracioso por un momento no recordar un importante detalle: cómo había llegado ahí. No pudo divisar ninguna señal de civilización a lo lejos. El horizonte no existía. Sólo desierto. ¿Qué más podía esperar en esa situación que la muerte? Pensó que al menos merecía saber el por qué del abandono, pero la memoria era otro extenso desierto. No recordaba nada. Ni siquiera su nombre. Entrecerró los ojos y miró ya algo más calmado el espacio inconmensurable que le rodeaba como un círculo. Nada. Pasó la pastosa lengua por los rotos labios y se hizo una herida. La sangre espesa le recordaba el dulce sabor de alguna fruta. No podía pensar en cual. Al mover la pierna izquierda con bastante esfuerzo notó con el pie que la arena quemaba como el infierno.

-Imposible... salir de aquí... -dijo y apoyó el otro pie. El dolor le obligó a apretar con fuerza las mandíbulas.

Caminó despacio unos cuántos metros pensando que debía salvarse, que no podía morir en un miserable desierto, deliraba, debía salvarse, debía hacerlo. Nadie puede morir sin conocer su propio nombre, dijo en voz alta.

Las heridas en los pies impedían que avanzara. Subiendo la que él pensaba era la quinta duna tropezó y rodó por la arena. El aire era poco para sus pulmones. La garganta le ardía. La cabeza en cualquier instante estallaría repartiendo sus sesos. Se puso de rodillas.

-Me voy a morir... me voy a morir -decía a su sombra.

Se arrastró unos cinco metros. Luego cayó hundiendo la cara en la arena. No pensaba en moverse. Los ojos giraban rápido y sólo se detuvieron cuando perdió la conciencia.

***

Lo primero que vio fue el rojizo sol de la tarde. El viento refrescaba su recalcitrante rostro. El desierto parecía un apacible mar escarlata. Entonces el sonido de unas aspas lo devolvió a la realidad. Con esfuerzo giró la cabeza. Tres hombres vestidos de negro y con las caras cubiertas por pasamontañas (Fuerzas Especiales según el equipo que pudo ver) viajaban con él en lo que reconoció como un helicóptero militar de operaciones inmediatas. Lo habían salvado. ¿Quién o quiénes? Le importaba un carajo, en verdad. Ahora sólo quería cerrar los ojos y dormir.

-General, le presento a Gabriel Roldán -dijo respetuosamente un militar que parecía ser Mayor por las condecoraciones que Gabriel vio prendidas en el uniforme.

En una amplia sala de concreto estaban sentados el General, el mayor y Gabriel. La mesa alrededor de la cual estaban reunidos se iluminaba por una luz blanca que caía intensa sobre los tres. El general miró severo a Gabriel.

-¿Recuerda usted su rango, señor Roldán?

Gabriel, vendado en las manos y cara, movió negativamente la cabeza.

-¿Sabe quién lo abandonó en el desierto?

Tampoco pudo responder esa pregunta. No tenía memoria. Sólo una nube borrosa de imágenes sin sentido. Hace dos horas que había conocido su nombre en la enfermería, mientras el doctor examinaba las quemaduras, y pedían que hablara de cosas que no podía rescatar del fangoso olvido. Gabriel Roldán. Le sonaba más a seudónimo que a algo propio; el nombre le era ajeno. Desconocido.

-...entre los desiertos del Alto Tapur y Yeddah. Es una zona muerta. Ninguna facción armada revolucionaria entraría en ella para botar a un “sicario” –dijo malhumorado el General.

Sicario. Sicario. La palabra comenzaba a rebotarle en la mente. Vio dos ojos azules. Sicario, ¿eres tú?, hablaba la voz femenina de los ojos, Gabriel, ¿eres tú?, soy yo, aquí, siempre cerca para protegerte. Sicario.

-No creo que esté prestando atención, señor Roldán.

El General había encendido un puro y fumaba con deleite. El Mayor revisaba documentos en una carpeta roja.

-Recuerdo todo, señor. Sé que los adornos en su uniforme corresponden a un General. Sé que estamos en una sala de Compromiso, aislada de micrófonos láser y radares de onda. Reconozco el lugar. Lo que no sé, General es por qué sé todo esto.

El mayor escuchaba atento lo que Gabriel decía. Una densa voluta de humo escondía el rostro del General, que emergió con un rápido movimiento disipando la nube.

-Dinos, Gabriel. Dinos que algo recuerdas.

Gabriel suspiró aburrido. Un largo tiempo de su vida se veía mutilada por la amnesia, días perdidos, quién sabe dónde y para qué. ¿Acaso creía que él no era el más interesado en aclarar ese turbio momento en su historia?

-General, si trato de recordar será porque yo lo he deseado. No crea que lo haré para compartirlo con ustedes.

-Debe hacerlo, sicario Roldán. No sabe cuánto vale para usted (y en especial para usted) que nos cuente lo que vio en los territorios del enemigo. ¿No es cierto, Mayor?

El Mayor movió bruscamente la cabeza asintiendo.

-Sicario Roldán, usted debería saber mejor que nosotros lo importante que son las descripciones de las bases del Comandante Darín.

La palabra sicario seguía rasgando las telas que envolvían su memoria. Entre las sombras la figura de una mujer se fue construyendo. Se ahogaba. La mujer se hundía en las profundidades de un agitado mar.

-Una mujer se ahoga –dijo Gabriel en voz alta.

El General y el Mayor intercambiaron miradas de complicidad. De la carpeta roja el Mayor sacó una foto que puso en la mesa, frente a Gabriel. Ante sus ojos tenía el retrato de una hermosa mujer.

-Irina...

-¿La reconoce, señor Roldán?

-Ella se quedó en el mar... no logró escapar como los demás.

-¿Recuerda de quién o el lugar del que escapaban?

Los recuerdos de Gabriel fueron adquiriendo una claridad que permitía encadenar escenas coherentes. Sintió el frío metal de una celda que no paraba de moverse. Eran seis. Él, cuatro hombres más y una mujer. Iban equipados para un asalto. Ya recordaba. Debían rescatar a alguien.

-¿Rescatamos al objetivo?

-¡Ah! Está empezando a recordar.

-¿Rescatamos al objetivo? –la voz de Gabriel se oía impaciente.

El Mayor rodeó por detrás a Gabriel y puso una mano en su hombro.

-Señor Roldán. Usted era el objetivo.

Gabriel levantó la mirada y vio que el Mayor le sonreía complacido.

***

Secretary.

Pero si es la típica película gringa mula que...

1.

El despertador suena. Son exactamente las 8 de la mañana. El rumor de la ciudad retumba lejano. A través de una de las cortinas entreabiertas entra la luz de la mañana. Por la ventana distinguimos un edificio al frente.

Martín Álamo, sin abrir los ojos, estira una mano y apaga el aparato. Es la rutina de cada día. Lo vemos acostado en una cama matrimonial, al lado derecho. Se gira y deja caer su brazo izquierdo, esperando abrazar a alguien. Con la mano tantea la cama, vemos su anillo de casado. Abre los ojos. Observa la cama, después alrededor. Se queda quieto, en silencio.

-¿Sofía? ¿Amor?

Nadie responde. Martín se levanta. Recorre el departamento pieza por pieza. Comienza a angustiarse.

-¿Sofía?

El teléfono suena. Martín contesta. Una voz distorsionada electrónicamente le habla:

-Deje de buscar a su esposa, doctor Álamo. Nosotros la tenemos.

-¿Quién es usted? ¿Dónde está Sofía?

-Si quiere volver a ver a su esposa, consígame lo que quiero.

Martín está pálido.

-No sé a qué se refiere.

-Ya lo sabrá –le responde la voz y corta.

Martín baja el teléfono lentamente, con la mirada perdida…

2.

Martín de terno negro, sin corbata, manejando. Habla por el manos libres.

-Diego, me tienes que ayudar –dice Martín, amargado y ojeroso-. Contrata a ese investigador privado del que tanto hablas. Tengo que encontrarla. Se la llevaron, secuestraron a mi mujer y no me di cuenta, me la quitaron estando ella al lado… Esta gente… No sé quiénes son, pero son profesionales…

-Calma, Martín –responde Diego por los altavoces-. Seguro te van a pedir dinero.

-No. Dijeron que les tenía que conseguir algo.

-¿Conseguir algo?

-Sí –dice Martín en el momento que tiene que frenar bruscamente porque atravesada en la calle se encuentra una camioneta negra.

-¿Martín? –pregunta Diego, pero Martín queda mudo al ver que lo rodean cuatro individuos encapuchados sosteniendo M-16 que le apuntan. Uno de ellos le abre la puerta a Martín.

-¡Baja! –le ordena el mercenario. Martín levanta los brazos y obedece.

-¿Martín? ¿Estás ahí? –sigue preguntando Diego.

El encapuchado agarra a Martín de la solapa y lo acerca a él.

-Te vienes con nosotros –le dice a Martín mientras lo empuja hacia la camioneta…

3.

Martín despierta en una habitación de concreto iluminada sólo por neones. Al centro, una mesa y dos sillas. Martín se fija en una puerta de metal que se abre en ese instante. Un hombre mayor, muy bien vestido, entra y se sienta en una de las sillas. Con una son sonrisa invita a Martín a sentarse. La puerta de metal vuelve a cerrarse. Martín se sienta frente al hombre.

-Hola, Martín. Mi nombre es Julio Montes.

Martín no responde.

-Estoy aquí para facilitarte las cosas.

-¿Sí? Devuélvame a mi esposa. Luego hablamos.

Julio Montes se sonríe.

-Lamento lo de su esposa, pero necesitamos un seguro.

-¿Un seguro? –pregunta molesto Martín.

-Un seguro de que nos va a conseguir lo que queremos –responde el hombre, aún con la sonrisa en la cara. Martín comienza a ponerse furioso.

-Cómo sé que Sofía está bien.

Julio Montes sonríe, saca un celular y lo acerca a Martín. En la pantalla vemos a Sofía, amarrada, con un mercenario al lado. Julio Montes apaga el celular.

-¿Satisfecho? –pregunta a Martín.

-Sí. Muy satisfecho.

Antes de que Julio Montes pueda reaccionar, Martín le toma la cabeza y azota la frente de Montes contra la mesa, dejándolo inconciente inmediatamente. Martín se levanta, se acerca a Julio Montes y comienza a registrarlo. Encuentra el celular, un juego de llaves, una pistola y un cargador extra, además de una caja de fósforos de un bar.

Martín se guarda todo, examina la pistola, y se acerca a la puerta, pegando la espalda a la pared. Golpea tres veces. La puerta se abre, ocultando a Martín. El guardia entra desprevenido, ve a Julio Montes, va a reaccionar pero aparece Martín que lo noquea con la pistola. Martín le quita el arma, sale de la habitación y cierra por fuera. Corre por el pasillo con sólo una cosa en mente: encontrar a su esposa…

jueves, abril 19, 2007

Feliz Cumpleaños. Y estás aquí.

Tal como lo predije, ocurrió lo inevitable.
29 años.
He cumplido 29 años.
Ayer eran 28.
Hoy no.
Y la expresión "estar 29 años más joven" no suena como sonaba "estar 22 años más joven".
¿Ahora comienza la caminata montaña abajo?
¿O es hacia arriba?

Tú lo sabes, hermano.
Siempre lo supiste.

A tus 33 recién cumplidos.

¿La verdad o la mentira protocolar?
Hoy fue triste mi cumpleaños.
Vivir la espera de alguien que no vendrá.

Otro año.
Qué más da.

Habrá que ver.


The world is a fine place and worth the fighting for and I hate very much to leave it.
Ernest Hemingway

miércoles, abril 18, 2007

Ausente y feliz cumpleaños.

Mañana cumplo 29 años.
Por ahí escuché que aquél que posee algún talento relacionado con la creatividad, a partir de los 30 el talento se manifiesta y el autor logra plenitud en su obra.
Me falta un año.
Quién sabe, tal vez sea cierto.

Mañana cumplo 29 años.
Otro año de vida a vivir.
A vivir ahora con la ausencia de mi hermano.
Me pregunto:
¿Debo celebrar?

Por ahora no.
No puedo.

Pasa que no puedo dejar de pensar cómo hacerle yo un regalo:
entregarle mi año 29 y que estuviera mañana en la celebración.
O si le tocara turno al menos me llamaría.
Y sería escuchar su voz después de tanto tiempo.

Mañana cumplo 29 años.
Y un puesto en la mesa quedará vacío.
Y la conversación llevará por debajo, escondido, un silencio largo.

Triste he andado estos últimos días.
No necesita explicaciones.
Así como no puedo explicar el dolor que se siente, cerca de donde el alma nace.

Mañana cumplo 29 años.
Podrían ser 40.
O 65.

Llegarán nuevos años que me irán envejeciendo.
En ninguno de ellos estarás conmigo.

Son las 5:02.
Me da vueltas en la cabeza y me la incendia.
Mi cumpleaños.

El primero que lo pasaremos separados.

Sin recibir, como solía pasar, un libro de regalo de tu parte que yo ya tenía.
Pero no te decía nada.

Porque era tu regalo.

domingo, abril 08, 2007

Vectorized Scarlett by Livingdoll.

Seguiré hablando de ti.

Tuvo que desgarrar el mundo como quien desgaja una naranja madura para probar el sabor agridulce de la derrota.

Con sus manos, violento y desencantado, partió el mundo en dos buscando el eje del dolor, arriesgando a separarse de lo real.
De lo importante.

Caminante no hay camino...

El único camino es el amor.

sábado, abril 07, 2007

Don de encontrarte.

Difícil de entender, pero es cierto; nada se pierde, sólo se transforma. Y cómo iba a adivinar yo, siendo tan joven, tan ingenuo, que una mujer puede ser parte de las leyes físico-químicas, y convertirse en algo sutil, hermoso, deseable, cuando era (a la corta edad de quince años) una penosa carita de ojos caídos, cabello descuidado y una boca siempre en silencio. Esos labios que nada decían y nunca atrajeron la atención de un beso, esa boca que yo imaginaba insípida, esos pálidos labios de una boca que se abría sólo para decir “me llamo Consuelo”. Seis años sin verla, desde el colegio, donde nos reíamos de su soledad o simplemente la ignorábamos y mirábamos a las demás compañeras preocupadas (casi compulsivamente) por su aspecto, llegar pintadas, perfumadas, atentas a ser coquetas, preparándose para la interminable búsqueda del hombre perfecto que viera en ellas en el futuro no sólo la rigurosidad de su ingenería estética, sino también su milagroso y tierno mundo interno. Consuelo mantenía callado su cuerpo, oculto, reacio a formarse de una vez. Sin saberlo, mantuvo difusa su imagen y la primavera que curvó su figura, agrandó sus pechos, cortó su cabello, suavizó su piel y dio color (de pasión, de erotismo) a sus labios, llegó tarde; o mejor sea dicho, llegué tarde al despertar de la belleza, de Consuelo, y todavía no se convencen mis ojos de verla tan cambiada.

Estoy solo, tomando el enésimo vaso de ron, en un bullicioso bar al que vine a parar luego de discutir qué se yo qué cosa respecto de no sé qué problema con la Maca. El alcohol aturde y quizás tenga claro el motivo de la pelea, pero no vine a sentarme a tomar para recrear la escena amorosa conflictiva que acabo de vivir. Vine a encontrarme con Consuelo, la compañera perdida, y mirar sin descaro sus labios pintados, húmedos, conversando sonrientes con alguien que no conozco. Con el dedo índice retrato su boca en la mesa y tomo otro trago. Las mujeres son un imperio: crecen despacio, ampliando sus dominios dependiendo de la conveniencia; logran su apogeo, mirando al cielo, estirando sus delicadas manos al sol, equilibrándose en el cénit de su desarrollo, como flores de corta vida, de suaves pétalos, de profundas raíces que absorben la savia de la tierra y sus beneficios; después, decaen con sabiduría y, manteniendo el recuerdo de la gloriosa época de frescura, se casan, se convierten en madres, en abuelas, en apacibles rincones plétoros de memoria estriados por el tiempo. Consuelo estaba a unos cuantos metros, formando su imperio, buscando conquistar hombres que estuvieran dispuestos a convertirse en soldados para su causa. Y fue ahí cuando deslizó su mirada, un instante similar a un destello, para decirme al oído ¿ves como he exorcizado la fealdad que me cubría y ahora soy, incluso para tí, un objeto de deseo? Fumaba y bebía un trago dulce. Sus labios lejos estaban de ser insípidos. Debían saber a cigarro, a licor, a dulces años de espera.

Me topé con tres o cuatro amigos, los cuales despaché rápidamente alegando que me iba a encontrar con la Maca para discutir un asunto delicado, tú sabes, cómo no, bueno, suerte. Y se iban sin saber que estaba sosteniendo mi cabeza con la mano y jugando con la otra en la mesa no por tener un corazón roto, sino por el aletargamiento provocado por el exceso etílico y la asombrosa revelación que tenía ante mí. Pasaron veinte, treinta, casi una hora y yo la miraba. ¿De qué conversaba con aquel tipo? El desconocido era una interferencia dentro del cuadro que ella llenaba con sus gestos: las piernas cruzadas, de tanto en tanto arreglarse el oscuro cabello ondulado, sonreír y sus dientes alineados, blancos, y yo nunca había reparado en ellos, es que en el colegio era un fantasma, un ser humano entre otros. Dios mío, un vaso más y voy hacia ella, fingiendo nostalgia por nuestro pasado escolar, una o dos anécdotas divertidas y luego al grano, a la lucha por conseguir una invitación para despejar toda duda acerca de su renacimiento.

No tengo recuerdo alguno de haber conversado con ella. ¿Entonces de qué vamos a hablar? No puedo acercarme buscando una inmediata intimidad, como tampoco puedo quedarme parado sin decir nada. Tratemos de recordar. Le iba bien en todas las materias, no sobresaliente, pero estaba metida en el mismo saco que yo, los que ocupaban la media de notas. Leía con avidez, eso sí es un hecho. Los que leen mucho pasan por cabezotas o por solitarias almas sin nada que ofrecer más que fantasías. Supongo que le gustaba escribir, ya que andaba el día entero con un cuadernito de hojas blancas bajo el brazo, anotando poesías, ideas, dibujando. Fantaseaba y ahora debe poder decir mucho más de lo que yo podría decir. Cultivó su alma solitaria. Yo me quedé estancado, preocupado de compartir mi alma con los demás, y el resultado es un adulto sufriendo del síndrome de Peter Pan, por clausurar mis sentimientos para que otros no lograran detectar las grietas de mi persona y terminaran conociendo las formas de hacerme daño. Consuelo, es irresistible ver cómo esa fragilidad, ahora es un rostro hermoso de despiertos ojos y un cuerpo sinuoso, impredecible como el baile del humo de cigarro que exhalas en este instante. Consuelo. Hasta tu nombre tiene algo de redención.

¿Por qué siento esta atracción hacia ti, Consuelo? Culpemos, en primera instancia al ron. Sí, el ron es definitivamente culpable. En este estado (cercano a la ebriedad, manteniendo lucidez, claro) el ruido del lugar es intenso, plano, constante estruendo, eco de conversaciones, seguido de un sentimiento fuerte de aislamiento, de soledad, solo, muy solo me siento, y mi percepción se aferra a tu presencia, te magnifica, te convierte en el centro de mi universo; todo gira en torno a ti, porque todo lo eres. Y se me arranca lo poeta, lo sensiblero y romanticón, mirándote. Te amo, precisamente ahora creo que te amo, y que fuiste un amor dejado a la deriva, un nuevo mundo sin descubrir, un inmaculado paraíso escondido durante seis largos años. ¿Qué estarás pensando? Soy un conquistador que le dio la espalda a la historia y no dejó su huella, su marca, su signo, en tierras que denotaban prosperidad y riqueza. Qué digo, qué estoy diciendo. Otro vaso, por favor, antes de perder la valentía y la elocuencia.

Me levanto. Con esfuerzo disimulado (ya no soy ningún mocoso para andar dando señas de mi incapacidad) y termino el último vaso con lentitud, dejando a los hielos como testigos de que es realmente el último esta noche. Camino hacia la barra, chocando con la gente que se afana en impedirme llegar a tu lado, arreglando el cuello de mi camisa, pasando una mano por el pelo, tratando de enfocarme en la meta, tus labios y tú. Tres largos pasos y serán mis ojos buscando conectar con los tuyos, seguir con la comedia del casual encuentro, besar tu mejilla, aspirar tu aroma y conseguir que de tu boca brote una sonrisa.

-Hola. – No escuchas mi saludo. El rumor no te deja oírme.

-¡Hola, Consuelo!- Se me fue a los cielos el tono, pero por lo menos llamo tu atención. Me miras de arriba abajo, como si fuera un vagabundo o un loco. Yo sonrío, adolorido un poco por ahí por donde está el corazón, sin dejar de insistir.

-Soy Oscar, tu compañero de colegio. ¿No me recuerdas?- En tus pupilas tirita la memoria, luchando por recordarme. Un gesto parecido a una sonrisa asoma en tus labios, aunque podría significar incomodidad, denuesto, una infinidad de cosas. Tus labios tienen una personalidad propia.

-Sí, ahora me acuerdo. Ha pasado tanto tiempo.- Tu voz es clara, aguda, de ella yo no me acordaba.

-¿Qué cuentas, Consuelo?- En un acto deliberado de mala educación me interpongo entre Consuelo y su desconocido interlocutor.

-Nada nuevo. Te presento a Jorge, un amigo.- Me volteo, sobreactuando sorpresa, y le extiendo la mano. Que apretón le doy, señores, a ver si se va y me deja a solas con ella.

-Te invito un trago, Consuelo, para que hablemos de los tiempos escolares. ¿Te parece?- Algo apresurada la entrada, pero qué remedio queda. Esto se ha transformado en un juego donde la apuesta es muy alta: Consuelo.

-Otro día, tal vez, Oscar. Jorge y yo ya nos íbamos.- Los dioses saben mentir también. Es una ardua tarea asemejarse a los seres humanos. Siendo Consuelo una diosa, pues perdonada estaba.

-Vamos. ¿Tantos años sin vernos y me niegas un trago? Sólo estoy pidiendo que conversemos, Consuelo.- Deja de mirarme y mira con desesperación a Jorge. ¿Qué papel interpreta él en este romance? ¿Nuestro romance pospuesto desde lejanos tiempos?

-Hey, Oscar. Ya te ha dicho ella que nos íbamos.- ¿Nos? Y éste se sigue incluyendo. En toda gran empresa siempre hay riesgos y obstáculos. No me voy ha dejar intimidar por un macaco con nombre, más aún si se ve tan débil y se oye tan pusilánime.

-Mira, Jorgito, yo vine a saludar a Consuelo. Tú, si quieres, vuelves otra noche.- La lanza de la discordia directo a la estima del oponente. Consuelo, soy un hombre de guerra si eso se requiere para cruzar la tierra de nadie y caer en tus brazos. Lo siguiente, por supuesto, es revitalizar mis municiones con un beso. Y mis labios, sin aviso previo, presionan los tuyos, Consuelo, con fuerza. Siento el cigarro, el licor dulce, y tu aliento. Agridulce Consuelo.

Nadie pudo describir bien la escena. Ofuscado, y con justa razón, Jorge me tomó por los hombros, aparentemente, me puso a una distancia cómoda para sus puños y me dio tres o cuatro trompadas con empeño y coraje, tirándome al suelo. Yo, revuelta la cabeza por el ron y la ira del macaco ese, salí del bar por un pasillo formado por curiosos y me senté en la acera, entre dos autos. Un amigo que presenció los hechos me comentaba después que había oído decir a Consuelo “yo no le conozco, Jorge, ningún compañero mío se llamaba Oscar”. Yo también lo había escuchado. Me negaba. Tanto amor para darle y se desvaneció de mi vida, dejándome un beso a modo de presente. Yo no le conozco. No le conozco. Con esas palabras palpitando en mi adolorido rostro, recuerdo caminar hasta una cabina telefónica y haber llamado a la Maca para reconciliarme. En cuanto al bar, para mí ese local es un clausurado recuerdo de un amor que pudo ser, pero siempre estuvo errado.

Matías Cebé

Cuento sin amor.

No era la gran cosa. Sólo se mudaba a un nuevo departamento. No fue ella quien me pidió que le ayudara a cambiarse. Fue mi primo, que un día cualquiera, temprano, me visitó y dijo: vamos a ayudarle. Yo no la conocía. Soledad. Ese era su nombre y era todo lo que sabía respecto de esta amiga de mi primo que, en palabras suyas, era una de las mujeres más hermosas que revoloteaban por el mundo. Primero pensé en una mariposa pincelada de varios colores tenues y vivos que volaba en zigzags, arriba, abajo, volando... Pero las mujeres no tienen alas y las mariposas son unos tímidos insectos que nada tienen que ver con la especie humana. Así que me enfoqué en subir el pesado sillón a la camioneta, amarrarlo y esperar a conocerla. Sólo quedaba ese sillón blanco, suave, blando. Le sugerí a mi primo llevar el mueble a mi casa, porque en realidad era tiempo de tener un sillón tan confortable. Una negativa de su parte hizo que me retractara. Era una broma de todas formas. Ya en dirección al nuevo habitáculo de su amiga y al ritmo de Bob Marley and the Wailers, me fue contando un poco respecto de Soledad. Tímida, coqueta, risueña y liviana. ¿Liviana? Buena onda. Ah. No era de Santiago. Y era bonita. Lo repitió tres o cuatro veces. Me negaba en cierta forma a creer en sus palabras. Las descripciones ambiguas y poco específicas acerca de Soledad no permitían a mi imaginación formular un cuerpo, un rostro, una sonrisa; a él le gustaba, claro. Pero como dicen, ver para creer.

Estacionó mi primo la camioneta justo frente a la recepción del edificio de su helénica enamorada y fue a avisarle que habíamos llegado. Ella le preguntó con quién andaba. Con mi primo, dijo él. Y ése quién es, preguntó ella. Yo mientras desataba el mullido sillón sonreía, satisfecho de permanecer anónimo. Si realmente era “un amanecer luego del fin del mundo” (hermosa en palabras más apropiadas) prefería que se encontrara con el shock de conocer al primo vago y distraído de mi primo. Yo. Bajamos el sillón y nos dirigimos al ascensor. No cabía. Más mi primo insistente lo introdujo no supe cómo y me dejó atrapado al final del ascensor, junto al espejo. Él no logró hallar un espacio, así que partí solo al cuarto piso. Me miraba en el espejo, junto al níveo sillón y maldije el instante en que me ofrecí mecánicamente a transportar cosas de gente que no conocía ni tenía intenciones de conocer. Giré la cabeza hacia las puertas del ascensor al sentir que éstas se abrían. Y se abrieron. Ella estaba esperando su sillón. Yo la estaba esperando desde siempre. Eres el primo?, me preguntó curiosa. Yo soy Soledad, hola. La Soledad nunca tendrá cabello brillante como una luz almendra, frágil, suave; tampoco ojos claros, interminables, puros, dos finos mundos que nunca conocieron la oscuridad; un cuerpo cincelado por mi sorprendida mirada; era todo lo que mi primo había dicho y todo secreto que la perfección pueda ocultar. Te ayudo a bajarlo?, y su voz fue un canto, un enlace entre su presencia y mis sueños en torno a la mujer perfecta que intentaba cada noche crear a través de la poesía. Bueno, te ayudo o no? Sacamos el sillón. Lo arrastramos hasta la entrada de su departamento. Mi primo venía subiendo en ese instante las escaleras. Ella lo saludó efusivamente y entre los tres terminamos el trabajo. El sillón quedó en el Living, junto al ventanal cuya panorámica era bastante tediosa. Sólo edificios. Nos sentamos agotados sobre el sillón. Nos ofreció tomarnos un trago. Fue a la cocina y trajo consigo una botella de Pisco. Pero no hay Coca Cola. Grave dilema para los beodos jóvenes acostumbrados ya a esa combinación. Hay un localcito en la esquina, dijo Soledad. Es ir y volver. Mi primo se levantó y dijo que iba al baño. Segura manera de no tener que ir a comprar la dichosa bebida de fantasía. Soledad se acercó más a mí. Nervioso estaba; al lado de ella me sentía un demacrado y encorvado demonio, temeroso de cometer algún acto poco apropiado. No quería hacer el ridículo. Yo voy a comprar de una carrerita, dije airoso. Qué bien, gracias, y me besó una de las mejillas. Es que no te había saludado. Dios mío, y ese sillón tan cómodo. No le dije nada y salí. Bajé por el ascensor, que ahora parecía más amplio. Caminé sin rumbo primero, porque nunca pregunté dónde quedaba el localcito aquél. Finalmente lo hallé. Una Coca Cola, por favor. Comencé a pensar en que si esgrimía correctamente las palabras quizás ella notaría lo agradable que puedo ser debajo de esta piel que oculta mis verdaderas cualidades. Quizás demostraría interés y conversaríamos animadamente sobre cualquier cosa. Quizás ella diría que tenemos varías cosas en común, que somos como almas gemelas. Entonces tomaría con una caricia mi mano y me mostraría su nuevo hogar, pieza por pieza, hasta llegar a la suya. Ahí prendería la radio y se dejaría caer, agotada, sobre su cama de dos plazas. Lo de la mudanza es horrible. Yo, tranquilo, me sentaría a la orilla de la cama asintiendo. Soledad sonreiría y con un gesto me daría a entender que me tendiera a su lado. Y lo haría, lo más cerca que pudiera, para sentir el perfume invisible que la rodeaba. Ella, en ese momento, me pediría que la besara. Con precaución y anhelo dejaría a mi mano perderse por detrás de su cuello y después de sentir su dulce aliento, la besaría. Todavía me quedaba suficiente energía para intentar, por primera vez, dejarme llevar por la impulsiva irracionalidad de un delirio. Llegué ante la puerta del departamento. Primo, te agradezco la ayuda para traer el sillón hasta acá, te pido ahora que comprendas que Soledad y yo queramos acomodarnos en él un rato, nos vemos en mi casa, tu primo (por favor deja la Coca Cola junto a la puerta) Chao. Dejé caer la bebida, leí por última vez la nota pegada sobre el ojo de gato de la puerta, tomé el ascensor y caminé por calles que ya desconozco y que dejaron de tener importancia el día aquél que conocí finalmente a la soledad.

viernes, abril 06, 2007

Spiegel im Spiegel.

5:03.

No me siento orgulloso de la hora. Debería estar durmiendo, "higiene de sueño" le llaman. Un nombre espantoso para definir "descanso". Pero estoy viviendo de noche. Necesito el silencio de las escasas horas después del atardecer.

Cuando los otros retornan a casa.
Y la ciudad detiene la rueda del Molino.

Me canso de decir que sólo han pasado tres meses desde su muerte.
Que es en la noche que escucho a Pärt y enfrento a la vida.
A las interrogantes que dejó mi hermano sin respuesta.
Al silencio de madrugada que lo acogió a él en su final apresurado.

5:07.

Hace tres meses parte del mundo se vino abajo.
Treinta y tres años tenía.
Yo, su hermano, sigo en pie.

¿Seré la llave para entender el misterio?
¿Forjados como fuimos por la misma sangre?

5:11.

Perder a un hermano.
Recuéstese y cierre los ojos.
¿Ve esa pastilla?

Duerma.

Verá cómo se mejora.

5:17.

Han pasado sólo tres meses.
Tres.
¿Alguien en tres meses logra entender la muerte?
¿O soy yo el que está mal y siente que el mundo viene girando de cabeza?


jueves, abril 05, 2007

M&M.

Dónde estará
le pregunto a sus brazos
al cuerpo de mujer
la mujer que me ama:

en el viento
responde.

está en el viento.

y ya sé.
es el viento.
ella me lo ha susurrado.

mujer
sin ti y tus versos
mis labios habrían sido hojas en blanco.

y de nuestro amor anhelamos que vuelva.
pero no volverá.

la muerte viene
sólo una vez.

no aún por nosotros.

tú y yo somos
el futuro que sellamos
años atrás con el primer beso.

Alcanzamos a compartir este libro. Pero no recuerdo si me lo devolviste o tuve que recuperarlo.

miércoles, abril 04, 2007

Look at me.


grande Norton.

Firmado.Entregado.Archivado.

Declaro un 4 de Abril que:

  • he visto más de 3.000 películas por Bazuca.com, afirmación que podría ser cuestionada si se descubre que la videoteca de tal empresa no guarda tanto título.
  • el punto cero de mi nueva vida es la muerte de mi hermano mayor, mi único hermano, dolor con el cual me levanto, cruzo el día, y luego me acompaña en la noche, sigiloso, cobrando la forma de cualquier objeto que me lleve al recuerdo, a él, a nosotros como hermanos.
  • me falta un cuarto del corazón.
  • los restantes cuartos de ese músculo emocional se los entrego a quienes amo.
  • mis padres cruzaron la tiniebla más oscura y regresaron al perder a su hijo.
  • regresaron de la niebla y la desesperación para entregarme esperanza, apoyo y el amor inabarcable que sienten por mí.
  • la familia es la esencia de todo, el núcleo de todo, el santuario íntimo donde no existe pecado que no se perdone.
  • la sangre es la sangre, y entre quienes la comparten, el fiel amor no se cuestiona.
  • los padres son el pilar desde el cual me asomo al mundo.
  • uno nace de vientre materno y bajo la atenta espera del padre, pero desde que se nace, nunca se sabrá el destino de esa vida.
  • la vida no es una opción, se llega simplemente; luego será la vida la que nos presente (demasiadas) opciones.
  • la muerte de mi hermano me afectó, me afecta y me afectará, pero no me invalida, y por favor usted que lo entendió así, le pido imprima esta oración y la lea después con calma.
  • deseo tener familia.
  • quiero trascender.
  • la mujer con la que estoy casado es la verdadera -y única- madre de mis hijos por venir.
  • ya nada en este mundo me puede dañar: si la tristeza es un pozo, sé que llegamos al fondo con mis padres.
  • percibo que mi hermano mira el atardecer en algún lugar mágico, debajo de un frondoso árbol; alrededor suyo se encuentran las plantaciones más extensas y productivas, tal como era su deseo cuando veía caer el sol detrás del horizonte en estas tierras, la que llamamos "la de los vivos".
  • tengo ganas de escribir una novela, pero sé que no estoy listo.
  • mi mujer duerme perdida entre las sábanas, plácida, con su perfil delicado recortado contra la ventana.
  • tendré, no sé cuándo ni dónde, un perro.
  • el perro se llamará BUCH.

Buenas noches.

martes, abril 03, 2007

Célebres declaraciones.

Si Nike lo dice, a pesar de los niños que tiene trabajando por allá lejos a un dólar la jornada...

Gran Señor, fiel opositor a Dios.

El Túnel y la Luz al Final de la Semilla.


RETORNO.
CABALLERO CRUZADO DE HERRUMBROSA ARMADURA.

CERRADOS ESTUVIERON LOS GRUESOS PORTONES.
LA ENTRADA A LA VIDA RECIENTE.

REGRESO.
A CONTAR MIS HISTORIAS.
SIN GLORIA.
SIN ÉPICOS VERSOS.

SÓLO LA VIDA Y LO RECIENTE.

SU RECUERDO Y MIS MANOS.
MIS PALABRAS.

LO QUE SOY.

INVITADOS A LEERME.
¡ABRAN YA LAS COMPUERTAS!
¡BAJEN EL PUENTE LEVADIZO!

QUE ENTREN.
QUE VIVAN.

TODO ES -Y LO DICE EL TIEMPO-
RECIENTE.