jueves, marzo 31, 2005

Carta abierta a mi ge-ge-ge-generación.

Los ideales fueron servidos como huevos fritos sobre la mesa del diario vivir, cuando desayunábamos pensando en el futuro. ¿Qué fue de las arengas en los consejos de curso, los centros de estudiantes en la universidad, las filosóficas discusiones morales, éticas, políticas y humanas sobre el curso del planeta, la civilización y sus esferas?

Como dice Quino en uno de sus libros (improviso según lo que recuerdo):

Se acerca el mayordomo a su anciano y millonario patrón.

Mayordomo: Señor, en la puerta hay alguien que dice ser sus ideales de juventud.

El patrón se agazapa en el sillón y mira aterrado al mayordomo.

Patrón: Vaya y dígale que no estoy.

En fin. Fue simple decir: no estoy ni ahí, la política y TODO en general son lo mismo.

¿En qué momento nos excluimos del TODO? ¿Quién nos dio permiso?

Yo sólo pienso en lo que no hemos hecho y en lo que dejamos de lado. Nunca quise cambiar el mundo. O tal vez también me exculpo de no sacrificar mi vida, el nivel de mis estudios, la profundidad de mi altruismo para mejorar el mundo.

El principal problema es que la Rueda de la Fortuna la van tirando los mismos personajes desde hace años. Y será la fuerza de la costumbre lo que los mantiene. ¿Dónde estáis políticos jóvenes, éticos, luchadores, postmodernos? ¿Haciendo un doctorado en un país lejano o pensando en entrar a la arena para pelear por el pueblo?

Nadie nos dijo que se debe sacrificar una generación entera para comenzar los verdaderos cambios. Una generación que piense en el futuro de los hijos de otros. Una generación dispuesta a permutar el auto de lujo por un auto menos impresionante.

Una generación que arranque la maleza, reviva las raíces y dé las recetas para cultivar un nuevo, sano, glorioso Árbol Genealógico Humano.

Yo creo ya no lo hice. Tendré que ver cómo crecen mis hijos en un mundo en el cual no tengo opinión alguna más que un papel y un voto.

Y si hay más opciones para opinar, aún no las detecto.


La daban en Grecia, Patras. 1999. Posted by Hello


Gran película, gran tema, gran jabón dentro de un reloj. Y una verdad que no la puedes negar... (si miras el reloj por harto rato, vas a ver que se mueven las manecillas). Posted by Hello

miércoles, marzo 30, 2005

Cuento Oscuro.

A nadie le extrañó el trágico pacto que Aurelio había cerrado años antes con la bestia. Aure, como le decían en el pueblo, a los ojos de sus vecinos no era normal en ningún sentido, ni siquiera cristiano: dormía en los techos; desaparecía por diez días y regresaba sucio, hambriento y alucinando; se rascaba la entrepierna durante la sagrada misa, lo que obligó al párroco a desalojarlo reiteradas veces. La última vez dijo: Aurelio, no eres digno de entrar en la casa de Dios y que Dios me perdone por lo que he dicho.
La señora Berta recuerda el primer evento que desencadenó la promesa que Aurelio cerró con sangre ante la bestia. “Aurelio es tonto. Pero de los tontos buenos. Esos tontos que pueden estar ante las puertas del cielo o del infierno y no se dan cuenta. De esos tontos que no desconfían de nadie. Tonto de cabeza y alma. Aurelio tenía doce cuando la bestia apareció. Él se estaba bañando en el río, un poquito más abajo de la casa de los Rosales siguiendo el estero. Ahí el tonto de Aurelio se topó con la bestia. Y según me contara mi hija, la Petunia, se miraron un buen rato. No sé qué vio la bestia en los tontos ojos de Aure.”
La bestia comenzó a pasearse por las terrosas calles del pueblo, oliscando el aire, pisando severa y segura, despreocupada de la mirada inquisidora de los pueblerinos. Los niños fueron encerrados en sus piezas. Las mujeres se ocultaron detrás de la espalda de sus maridos. Varios de los más jóvenes se anotaron como rondines para proteger los cultivos, todos ellos concientes de que la bestia podía atacar en cualquier momento, especialmente de noche, dominio de grillos y demonios.
El poder de la bestia estaba en su forma. Alta como un gorila y dientes de oso; garras de águila y piel de suricata. Ojos de hombre. Un “bicho nunca antes visto por aquí”, comentó el alcalde, don Primero Cañas, “intentamos que se fuera, con palabras en un principio, a balazos después, y nada, la cosa esa regresaba una y otra vez acompañada del retardado de Aurelio”.
Las desapariciones de Aurelio se hicieron más extensas. La madre, doña Fecunda, pedía socorro a sus vecinos. Pero nadie quería estar cerca ni de Aure ni de la bestia. Ante el cambio de Aurelio de un tonto tranquilo a un idiota perverso los más radicales pedían linchar tanto a bestia como a hombre.
Pero nadie se atrevía. Otro de los poderes de la bestia. Se creía que la bestia podía escuchar a kilómetros el caminar de un ciempiés y ver la cima nevada de la montaña más lejana. “A la bestia no le temo”, dijo doña Fecunda, “a lo que tengo miedo es que Aurelio cumpla su promesa, que no regrese, que viva muerto como ese esperpento de nuestro Señor”.
Cuando la bestia murió, Aurelio tenía ya setenta. No tenía madre ni amigos. Regresó al río con la bestia a rastras. Estuvo parado junto a la orilla por horas. Caminó aguas adentro sujetando a la bestia muerta y con la misma mirada del niño de doce años, saludó a Petunia que estaba entre los habitantes del pueblo con un leve movimiento del brazo. Petunia le sonrió arrugando los ojos ya de niña madura.
Al atardecer, Aurelio regresó el cuerpo de la bestia a las profundidades. El pacto estaba cerrado. Sólo quedaba rezar para que la bestia cumpliera lo prometido una vez que Aurelio alcanzara las puertas del Otro Mundo.
Tres días después Marlicio, un niño de pocos sesos, regresó corriendo a su casa gritando: “¡he pactado con la bestia, viene, la he visto salir del agua!”

martes, marzo 29, 2005

Y ella.

Me mira como mujer que es. Algo, en esa plena sonrisa, oculta de madre: me está protegiendo todo el tiempo. Se preocupa. Será que me ama de ambas formas en su único corazón.


Blog de Portada. Posted by Hello

Reflexiones mediterráneas sobre el Blog.

Le estuve dando vueltas al significado de la vida. Y como me di vueltas, terminé mareado.

Entonces pasé a otro tema: el blog. ¿Qué es un blog? Es un diario de vida online, me respondí. Un diario de vida donde publicas lo que piensas, lo que ves, lo que escuchas, no un diario de vida de la vida misma, que esa es personal e intransferible.

Y pensé: ¿Cómo sería un libro de una autobiografía en tiempo real? Pues no se puede. Por eso el blog.

Incluso pensé en una portada, si alguien desea robar la idea.

De todas formas, ya todo alguna vez se ha dicho.

Cuento Breve: (Des)amor.

Olvida Hollywood
20 de Julio, 2002

Llovía. Los días de lluvia en general me parecen señal de purificación, un relajo del cielo dispuesto a limpiar de lodo existencialista las inmundas calles del Gran Santiago.

Otros abren sus paraguas y no piensan las estupideces que yo pienso cuando cae la lluvia como delicadas serpientes transparentes por la ventana.

Y de tanto pensar, no se me ocurrió un paraguas. Yo y mi amor por la naturaleza. Un cosquilleo en la fosa nasal izquierda indicaba un estornudo o una inminente pulmonía. Ciertos deseos y afectos pueden terminar en obsesión, en la punta de una bala, como yo y la naturaleza, como el pobre maestro Kawabata y sus mujeres.

Corrí con las manos en los bolsillos, concentrado tibetanamente en no resbalar, una cosa es amar la natura, otra muy distinta es caer y quedar como idiota. Además, sucio y mojado. Me digo y me desdigo. Pareciera que con la lluvia llueven también las contradicciones.

Llegué tarde. Mara, apoyada en la muralla junto a la boletería, fumaba un cigarrillo que no botaba humo, sino enojo, porque es poco probable fumar algo que está empapado. La vi delicada, una trémula inquietud se mezclaba con el frío alrededor de sus pupilas, sacudía el cabello rubio, ahora oscuro por el agua, y antes de llegar tuve que hacerme la idea que, siendo encantadora la imagen de la mujer que yo amaba, al acercarme ella tendría algo que decir antes del beso de bienvenida.

-Entremos –dijo al verme. Se giró y de dos zancadas ingresó al cine. Me quedé bajo la lluvia. Al igual que Woody Allen, no puedo ver una película que ya ha comenzado. Es un insulto al proyeccionista. Y tal vez al cineasta. Mara asomó la cabeza entre las dos grandes puertas de vidrio.

-No me vengas con eso de Woody Allen –dijo y la tensión en su voz clamaba sangre. Sus incisivos frontales se afilarían como los de Nosferatu y rasgarían mi cuello de una sola mordida. Los cinco minutos de atraso la había afectado.

-Lo siento. No puedo. Imagínate llegar tarde a un ritual de iniciación en alguna de las tribus africanas. No puedo entrar. Ellos no me dejan.

Era una inmadura excusa sin un mínimo de gracia, al menos, para rescatar el humor de Mara. Ella salió del cine. Cruzó los brazos y miró al suelo, donde descubrió el cigarrillo dado de baja. Con la punta de sus feroces bototos aplastó al delgado y largirucho receptáculo de nicotina, que por arte de la lluvia lo escuché gritar adolorido, “Mara, perdóname, Mara”.

Pedimos dos cafés. Desde el local podía ver por sobre los hombros de Mara la entrada al cine. La gente salía y una angustiosa envidia dio de picotazos en el corazón de mi cinefília. La noche del mundo nada puede hacer contra la sensación de salir del cine, la noche del cine, esa percepción aguda de haber dejado algo en la butaca, algún sentimiento, un rencor, empatía con las imágenes y los cuentos de hadas que brincan divertidas del romance a la muerte. Las historias serán siempre las mismas, soñaba Borges, la vida, la muerte y el amor: la serpiente se muerde la cola.

Yo quería disculparme, pero Mara estaba más atenta a los ingredientes de la mostaza, como si leyera en ellos un fragmento de la Sagrada Biblia. Mi mirada lacónica de perro Labrador con hambre no funcionaba o era demasiado patética. Llegar tarde es una tradición genética en la familia, estuve tentado de decir. Luego, claro, me arrepentí. No se puede culpar por la eternidad a los padres por nuestros errores. Alguna vez hay que asumir, aunque sea por apariencia, porque después el estigma de Peter Pan no te lo puedes rascar de tus espaldas, por mucho que te recuestes y alguien durante cuarenta y cinco minutos te recite los monólogos de Freud.

-Mi amor –el primer disparo de cariño para poder correr hasta la próxima trinchera.
-Mi amor, nada. Siempre haces lo mismo, Gabriel. Llegas tarde, dices “mi viejo también llega tarde a todas partes”, y crees que lo arreglas con un beso. Yo no quería ver la película, tú querías.
-Es que la micro no pasaba nunca, a esta hora empieza el taco, el tráfico se estanca, la ciudad se gangrena –dejé de hablar, Mara me miraba distante y enojada, igual que De Niro mientras se come un huevo duro frente a Mickey Rourke en Corazón de Ángel.

Traté de relajarme, parecer un niño grande dispuesto a defender su atraso. En el colegio, cuando llegaba tarde a misa, las excusas afloraban en mi boca como un canto gregoriano, constantes, constantes, hipnóticas.

-Estoy cansada.
-Uf, y yo, agotado.
-Estoy cansada de nosotros –dijo como si estuviera anunciando un número del bingo. Acerqué el cuerpo y las orejas, corrí con la mano la taza de café.
-Repite eso, mi amor.
-No me digas “mi amor”, hace todo más difícil –bajó la cabeza, cerró los ojos, pensé que iba a llorar.

Mara tiene unas largas, hermosas pestañas. Recuerdo cuando ella cerraba los ojos, daba la impresión de estar reverenciando al silencio.

-¿Qué pasa, Mara? –mi voz parecía viajar por un largo tubo y me robaba el aliento.
Mara relajadamente tomó un sorbo de café. El cine apagaba las luces. La ciudad se muere, pensé, y yo también.
-Hace rato que le doy vueltas. Hace meses. No creo que debamos seguir juntos, Gabriel.

Ouch. Eso dolió. El asunto se ponía serio, se hablaba de tiempo, de fingidos orgasmos, una sensación de carga. Yo pensaba que hacía bien mi papel, preocupado del preámbulo, acariciar su piel, ser un caballero y después un perverso...

-Bueno, eso tiene solución. Compramos La Cuarta justo el día que viene el suplemento acerca de las relaciones sexuales y todo eso –dejé de hablar por segunda vez. Mara no se permitía, ni por cortesía, una sonrisa.

Una viejita entró al local. El paraguas que traía era tan grande como la carpa de un circo. Saludó cariñosamente a los empleados, se sentó en la barra y pidió un café irlandés.

-¿Me estás escuchando? –preguntó Mara.
-Claro que sí –dije. Mentir no ayudaría en nada, pero lo hice.
-¿Qué te estaba diciendo? –su voz me recordó a la Inquisición, a la voz del estereotipo de oficial nazi en las películas de directores judíos.
-Lo de los orgasmos no puede ser tan terrible.
-Gabriel, qué te pasa, qué orgasmos –me tironeaba de la parka-, qué estupidez estás diciendo.

Mi cerebro quedó mudo.

Un momento: no quedó mudo, hablaba consigo mismo. Lo que temías, los detalles en la cama, los detalles en una reunión familiar, los detalles por teléfono, “me quedo a estudiar, Tamara me lleva, un beso, chao”. Me estaba dejando hace rato.

Subía el ancla y se iba a otros mares. Bueno, extrañaré la barcaza, pero mi tripulación no quedará a la zozobra. Es más, ahora podré elegir libremente el horario al cine. Y con quién ir.

¿A dónde iba la discusión? ¿Empezaría con “Quiero tiempo para mí, conocerme, salir, estudiar fuera”?

-Quiero tiempo para mí, conocerme, salir, estudiar fuera.
Sin pensarlo uno anticipa sus desgracias. Es como si por ahí anduviera el destino, asomándose desde la esquina, o en las palabras de Mara, mientras tomamos café.
-Siempre te he dicho que te vayas a estudiar a gringolandia, pero no escuchas.
-¿Yo no escucho? –inquirió molesta.
-¿Ah?
-Payaso.

Era una feroz tormenta la que cruzábamos con Mara. Uno multiplica los esfuerzos para no hundir el barco, pero ese acto de sobrevivencia elimina la energía para saber correctamente hacia dónde ir en una situación como la de Mara y yo.

Puede que la ligereza romántica los engañe. Pero mis palabras están impresas con el espíritu roto de mis manos.

Perder a Mara dolía.

-¿Por qué Mara?
-¿Por qué? Pero cómo es que no te has dado cuenta. Mírame. Mírame a los ojos. Qué hay en ellos, Gabriel, dime qué hay.
Limpié los lentes en la polera.
-Veo tristeza, Mara –arrastré las manos por la mesa y las dejé caer ingrávidas sobre mis piernas.

Mara suspiró, se tomó la cabeza con ambas manos, dejó que el húmedo cabello rubio tapara su rostro, y después apoyó la cabeza en la mesa. Se escuchaba la guitarra de “tu amor se me va”. Irónico. Ridículo. Apoyé mis manos sobre la cabeza de Mara y noté que el cabello estaba tibio, vaporoso, real. Lloraba.

-Me voy a licenciar, mis tres hermanas son profesionales, mis compañeras de colegio trabajan hace dos años y son exitosas y son felices y sé que te parece egoísta lo que te estoy diciendo, Gabriel, pero no es egoísta, te lo juro, es porque tengo miedo, miedo de no ser nada, Gabriel, de no saber nada... –muchas veces había escuchado ese monólogo, y yo siempre bromeaba, “no te preocupes, ¿qué puede salir mal?, piensa que sólo te quedan cincuenta años de vida”. Ahora me lo decía llorando, cerca, entre una taza de café y el infinito espacio entre nuestros cuerpos.

No podía tocarla, ella quería alejarse esa misma noche, no me pedía ayuda, sólo me daba aviso del cambio de dirección.

Cuánta tristeza, y te pido disculpas, ahora tal vez habría percibido el abatimiento de tu amor.

Mara levantó la cabeza despacio. Pensé en una semilla que florecía y daba dorados pétalos. Sus ojos rojos me decían que era una flor triste.

-Mara, llevamos tanto tiempo que no entiendo a qué quieres llegar, si hay problemas, los conversamos, nos tomamos otro café, y solucionamos lo que sea esté mal.
-El problema es el tiempo que llevamos.
Salté hacia atrás con el alma y caí por la lluvia, volé junto a la señora del paraguas de circo, por el cine vacío que veía por encima de los hombros de Mara, y reboté de vuelta, como un bungee, directo al punto de partida.
-¿Y por qué es eso un problema, Mara?
-Tú propusiste dejar de vernos, conocer otra gente, ya que llevamos tanto tiempo.
-Yo nunca dije eso.
-Sí lo dijiste.
-Dónde.
-Qué importa dónde, Gabriel.
-Por supuesto que importa. Dónde.
-¿Tienes seis años?
-No, veinticinco. Mara, dónde.
El asiento de Mara, sospecho, tenía propiedades de trampolín. Con un movimiento invisible al ojo, Mara se puso de pie y gritaba.
-¡Qué importa dónde, qué importa, lo que importa es lo que te dije antes, lo que siento, lo que ya no siento por tí, lo que siento por mi vida y lo que quiero hacer, no escuchaste nada, no prestas atención, nada te lo tomas en serio, así cómo quieres ser algo, un artista, un cineasta, así cuándo vas a filmar alguna vez, pendejo!
La miré con paciencia. Lo que hacía imperfecta a Mara era su sobreactuada neurosis.
-He escuchado todo lo que has dicho. Y filmaré cuando pueda, cuando se pueda, cuando me dé la gana o cuando los ancianos dejen el oficio. Y no me grites. Esto está lejos de ser Atracción Fatal.

Se sentó. La anciana sonreía y saludaba a Mara con el café irlandés en alto.

-Me aburro contigo. Eso es. Eso es todo. Hablas todo el día como si la vida fuera una película. La vida no es una película. Yo me voy.

Detuve a Mara. Quiso protestar, pero le indiqué que callara. Dejó de moverse al instante.

La anciana bajaba la taza de café, ya no sonriendo, sino aterrada. Entendí qué ocurría. Aunque muy tarde.

-¡Buenas noches! ¡Todos sentados y quietos, esto va a ser rápido, pero si alguien se las da de héroe, puede que también sea doloroso! ¡Quiero las billeteras, joyas o cualquiera puta cosa de valor sobre la mesa!

Mara temblaba como un hámster antes de ser atrapado por una tenaza de cinco dedos gigantes. En plena ruptura sentimental el local era asaltado. Genial.

-Quién dijo que la vida no es una película –dije a un volumen que sólo Mara podía oír.
-¡Cállate! –escupió rabiosa Mara.

Los ladrones se cubrían los rostros con medias. La nariz deformada por el fuerte elástico de la prenda femenina me recordó a Martín Vargas, el pugilista de rostro en 90 grados.

La lluvia se llevaba a Mara, mi billetera, el reloj que le regalé para nuestro aniversario, la última función de una película que esperaba hace meses y el inmenso paraguas de la anciana.

Los asaltantes dejaron el Café. La anciana consolaba el histérico llanto de Mara. Yo le daba vueltas al asunto entre nosotros, pero también en una idea para un cortometraje basado en los eventos recientes. “Una pareja discute acerca de su relación, entran dos ladrones, él se levanta, se despide a lo Valentino y muere con una bala en el corazón”.

También pensaba en irme a casa y cómo hacerlo magistralmente sin mojarme.

sábado, marzo 26, 2005


Pauli, Sole, Pelao, mi novia y yo. Fiesta de graduación, siglo pasado. 1996. Posted by Hello


El último negativo y su perfil que se desvanece sonriendo. Posted by Hello


1, 2 y... Posted by Hello


El tiempo pasa, amigos. Sorry. Posted by Hello


Y Mili dijo: Oh... Posted by Hello


Retrato no autorizado durante un extenso viaje en tren. (Autor: Vegeta) Posted by Hello


Un viaje a Esparta. Posted by Hello


The Praga-no-cachamos-nada Boys. 1999. Posted by Hello


Viví de pequeño en una lejana ciudad. Estoy justamente indicando la ventana dónde asomaba mi infantil mirada. De pequeño. Posted by Hello


Me hablas a mí? Posted by Hello


Y el tren se "echó a perder". (Italia) Posted by Hello


¿Cuándo un Panda te había sonreído? (Fijarse en el reflejo de A.) Posted by Hello


Aquel fiel escarabajo que un día desapareció. Extraño los días en que la bocina se quedaba pegada y andaba cuadras haciendo escándalo o cuando el parachoques se caía... Posted by Hello


Olmué. Posted by Hello


Remembranza Mística Gótica a la Rembrandt. Posted by Hello

RECETAS PARA MENTIR. (A.A. Cammins)

I.

Sin perder de vista lo importante
Lo primero
Es conocer el propio nombre:

¿retumba como eco
o
palpita en los labios?

Te llaman
Y si te das vuelta
Y no es la muerte
(Es el amor)
¿Sabes qué responder?

¿Qué invoca tu nombre?

Segundo:
¿Palpita en los labios?
¿Retumba como eco?

Cerrando:
Tu nombre
Inicial de Historia
El pasado que invoca

¿Regresa al Final?

¿o es tu nombre algo que empieza
pero no quiere terminar?

Empecemos primero por las respuestas.



II.

Lo único sabio que hacemos
Es esconder el corazón:

Sabemos hablar de amor:
un amor trágico
un amor perfecto
un amor de película

¿pero es amor lo que veo?
¿lo que llevo oculto?

¿Y el corazón?
¿sabemos cómo encontrarlo?

Pequeño animal inteligente
hombre de fe
hombre de guerra.

Volvamos al corazón.

El que tenemos oculto.


III.


Termina todo
a fuego lento.

el sabor de la vida
va tomando
fuerza.

Agregue un nuevo comienzo
pensar en cero.

Repita:

para vivir no necesito receta.
la vida es una enfermedad sin cura.

para vivir no necesito receta.
la vida es una enfermedad sin cura.

hay que vivir la vida.
la muerte vendrá
pero vendrá descalza
sin previo aviso.

Retire y sirva.

Precaución:
la vida es un plato insaciable.
Y es el único plato que vale la vida misma.

¿Está dispuesto a probar?

Siga las instrucciones
y sírvase junto a la memoria.

Una idea bastante sencilla
para compartir con los cercanos:

la vida es una enfermedad.
y no tiene cura.

Sólo queda vivir.

Vivir y punto.


Nico Arze. Pato Muñoz. Personas inolvidables. Fragmentos Urbanos. Posted by Hello

Simular la vida, ser héroe sin serlo, soñar: anotaciones sobre el Playstation.

Un estimado primo menor me prestó desinteresadamente un PS1. Y con varios juegos. No sé si mi novia entiende por qué tengo uno de esos aparatos justo debajo del televisor.

Es como leer. Aprendí a jugar videojuegos a los tres, luego aprendí a leer y escribir.

Y los juegos son mitos digitales que tienen un comienzo, un universo por desarrollar y un final. Igual que los libros.

Sólo que en un PS1 son tus opciones las que te llevan al final correcto.

Eres un espía.

Eres un ninja.

Eres Superman.

Puedes ser cualquier cosa en un videojuego sin tener que sufrir las consecuencias de querer ser un héroe, al menos, por unos días.

Me parece un trato justo.

Fábula a la italiana.

Sorpresivamente, de la nada misma, me enteré que mis tres primos hermanos habían decidido regalarnos a mí y mi novia una gran cama y un fabuloso refrigerador.

De inmediato llamé a mi prima.

“Es lo menos que podíamos hacer si somos familia.”

Y familia somos.

Gracias.

viernes, marzo 25, 2005


1998. 20 años. ¿Para quién sería? ¿Lo escribí yo? Posted by Hello

jueves, marzo 24, 2005

www.sietejudas.cl

No Hay Lugar Sagrado
(texto por la editorial del diario SIETEJUDAS)

El periódico virtual SIETEJUDAS es fruto de un proyecto colectivo donde participan escritores, sociólogos, periodistas y diseñadores unidos por una larga amistad y algunos desafortunados intereses comunes. Desde un comienzo, el único objetivo que impulsó el diseño de este sitio fue intentar cumplir con una modesta expectativa: acercarnos a los diferentes tópicos que nos parecen relevantes sin la esquizofrenia que rige a la prensa en general, que al cumplir su cometido –es decir, ser intermediarios entre un acontecimiento y el público- olvidan que nuestras propias experiencias individuales son un instrumento infalible para colegir si existe o no una exposición rigurosa, recta e imparcial del suceso noticioso. Cuesta aproximarse a las razones que han conducido a los medios de comunicación a una discordancia tan absoluta entre un hecho y su posterior relato, sin incurrir en un torpe reduccionismo. Una primera mirada nos lleva a pensar que dichos motivos tienen directa relación con ciertos intereses económicos, políticos, institucionales, incluso personales –los poderes fácticos operando-; pero creemos que también hay algo de desidia en todo esto, de la perversa costumbre de referir a medias o como brinde mejores réditos editoriales, de mediocridad, de maña. Como sea, es en este escenario donde la mayoría de las personas ha logrado desarrollar una gran virtud, una forma de relacionarse con el mundo acaso inédita hasta el momento: el total escepticismo. Ya nadie cree en lo que dice la prensa, o en lo que hablan los políticos, o en el criterio y proceder de las instituciones públicas o morales. Ya nadie cree en las falaces promesas de los discursos o en las garantías implícitas de un estado de derecho; nadie espera esas justas reivindicaciones que siempre están por venir, en los cambios de fondo y no cosméticos que en un instante alguien ofreció, en un voluntarismo que sea de veras encomiable y no el producto residual del mezquino beneficio privado que en realidad se busca.
Pero nosotros tampoco queremos erigirnos como referentes de pureza y probidad. Acaso lo único que nos mueve es mostrar un punto de vista, una opción determinada. Y aunque tratemos de ejercer la crítica, también sabemos que nada muy significativo está en juego: en el Chile de hoy las cosas están lo suficientemente inmóviles y afincadas como para suponer que una expresión disidente podrá alterar algo de manera esencial. Y tal vez eso sea lo más positivo del tiempo que nos tocó vivir: como nada cuenta con nuestra irrestricta confianza, como las cosas no son lo que parecen ya que un tupido velo las cubre, y nada es seguro y duradero, podemos emitir nuestros juicios sin padecer el temor de antes. Hemos tomado conciencia de que la verdad es espuria y contradictoria, que se difumina como el hálito de nuestra respiración entre la densa capa de smog que cubre la ciudad. Ya no tenemos la candidez que se requiere para clamar por las emancipaciones en que creyeron nuestros padres y abuelos. El capital que ahora nos resta es escaso, reducido, de hecho es sólo nuestra propia voz. Por eso la atrabiliaria idea de crear un sitio virtual donde ocuparla como se nos venga en gana. Fueron ellos los que construyeron este mundo y aunque no nos guste y nos quejemos, tampoco queda más alternativa que asumirlo de una vez por todas. Ellos derribaron las ridículas utopías que dominaron el siglo anterior, los meta relatos, los grandes discursos. Y por fin lo consiguieron, deberían estar felices: para nosotros, igual que para ellos, ya no hay lugar sagrado.

miércoles, marzo 23, 2005

Gajes.

Ayer fue mi primera vez. Llegué al cumpleaños de un amigo, donde habían otros amigos, y gran parte estaban casados o por casarse. Mi primer diálogo adulto-casado compartiendo experiencias, tallas y consejos. Y se veían felices. Y hablaban de hijos. Y responsabilidades.

Yo le he dicho a mi novia: ¿segura de casarte conmigo, un niño alto que pasa de Peter Pan a Capitán Garfio?

Sí, segura.

Entonces acepto. Como aceptaron todos mis amigos ya adultos.


Amsterdam. 1999. Posted by Hello


Los mismos desordenados. Yo en la cima. Posted by Hello

martes, marzo 22, 2005


Chuncho, Uge, Darinka, Vegeta, Tamara, Pelao, Joaco, Pitofo. En el Quisco, en algún año ya remoto. Posted by Hello


dudo, luego pienso, luego existo... Posted by Hello

Qué moderno es ser moderno.

Bob el constructor. Nunca lo he visto, pero así es como le he puesto por esta semana a mi novia. Todo empezó cuando llegó un día con tres muebles hágalos-usted-mismo. Dos repisas, un clóset. Ok, era un manco para manualidades, empero nunca deja de ser entretenido y cautivante armar un mueble.

La cosa está en que yo no los armé. No enteros. Mi novia, casi en plan ninja, armó los tres. Me decía: esto está al revés, yo armo muebles y tú repartes partes de matrimonio.

Igual aporté. Pero ella hizo todo el trabajo de ingeniería al reunir las piezas. Es que ese día tenía que repartir varios partes. O eran los partes o era armar muebles.

Decidimos en conjunto que me esperaría, lo que no hizo.

Por eso la llamo ahora Bob el constructor.

lunes, marzo 21, 2005

Conspiración democrática.

Siguen pasando los aviones, como bandadas de motores con alas. Algunos son de combate, otros de transporte, al resto no los identifico. Vuelan hacia el norte casi siempre en formaciones de tres o cinco. Es la altura a la que planean lo que llama la atención: cerca de la superficie de edificios de la ciudad, buscando quién sabe qué. Alguien sabe, ¿pero quién? Exijo me den el nombre de la amenaza. Si va a explotar una bomba nuclear agradecería me lo dijeran, porque la van a sufrir millones más uno: yo.

También aterrizo mi nave mental de complots y pienso que están cambiando aviones de una base a otra. Nada, sólo rutina.

La gente miraba por los balcones. Los niños alzaban la mirada. Una señora los veía pasar con el ceño fruncido y rostro preocupado.

De pronto me sentí en una mega-producción de Emmerich/Spielberg y que los aliens atacarían en cualquier momento: “El día de la Independencia 2: Chile y la Guerra de los Mundos”.

Uf.

Mal título.

Ya veremos.

domingo, marzo 20, 2005

La ciudad que nunca duerme.

Mi vecino en estos momentos tiene montada una notable jarana al ritmo de los clásicos pop de los ochenta: Madonna, Cindy Lauper, y otros.

Será una reunión de viejos compañeros.

Escucho como se van algunos por el pasaje, riendo.

Las fiestas que escuchas alrededor por las noches siempre suenan como si fueran la mejor fiesta nunca hecha.

Son rituales privados que mejor vale no perturbar. El llamado a los carabineros es una herejía y una falta de respeto. Una noche de música y carcajadas no mata a nadie. A menos que la fiesta, inesperadamente, irrumpa en tu casa.

Pero es dudoso que ocurra eso. Las mejores fiestas son las lejanas.

De soslayo: Sideways.

Otra película independiente norteamericana que toca el tema del matrimonio, el futuro matrimonio, el matrimonio pasado, el sexo como arruina-matrimonios, el amor que se confunde en el matrimonio con el monótono diálogo dentro del matrimonio acerca de que mucho amor habrá, pero el sexo es deplorable. En fin.

Yo, a cinco semanas de casarme.

La película, un amigo que pasa a buscar a otro amigo para un viaje la semana antes del matrimonio del segundo amigo nombrado.

El primero quiere compartir una semana de retiro espiritual. El otro, el que se va a casar, sólo quiere en esa semana de retiro espiritual encamarse con una mujer antes de ponerse los anillos.

El primer amigo, el depresivo, el que busca el retiro entre las viñas de California, es el que más fuerte cree en el amor, pero las frustraciones personales lo tienen encadenado al pusilánime ritmo del hombre en sus tardíos treinta que piensa que no ha logrado nada en su vida.

El otro, el que se casa, no tiene nada claro, lo único más que pensado que tiene es el ser infiel antes de tener que someterse a la fidelidad.

Junten esos dos personajes, sumen dos bellas mujeres, y tienen una excelente película de personajes llamada SIDEWAYS, que expresan sus ideas a través de la cata de distintos vinos, aludiendo a que la vida tiene distintas fechas, cosechas y sabores. Sea bueno o malo.

Y bueno, la identificación con algunas de las reflexiones no dejaron de presentarse. Las del amigo por casarse y las del amigo divorciado añorando el amor.

(Un amigo me cuenta por Messenger que está en San Diego, California. Ciudad donde comienza SIDEWAYS. La hermandad cósmica llega a todas partes. Esperemos todo le salga como planea.)

El Jardín Secreto de Ñuñork.

A cuadras de mi casa estilo Ley Pereira, en plena esquina donde convergen dos “importantes” calles, hay un jardín botánico. Un jardín secreto.

Los dos lados que se ven desde la vereda son altas murallas blancas. Es como si las plantas y flores se hubiesen construido una fortaleza para dejar la ciudad detrás. De hecho, el señor que atiende, tiene los modismos propios de un huaso, de un habitante fiel y orgulloso del campo. ¿Sabrá que cruzando la puerta hay una urbe alrededor? Lo mejor fue cuando mi novia le pagó un Asparragus y él dijo: son 1.000 dólares. Se refería a mil pesos. La talla la repitió luego con una señora igual de ladino.

*un Asparragus es como un arbusto chascón o un pino mal peinado*

La planta era para una tía. Fue regalada con el parte de matrimonio entre las ramas.

Y dos arañas, antes de entregarla, casi me pican, alegando quizás que las sacara del refugio del secreto jardín botánico de Ñuñork.


Excelente. Posted by Hello