domingo, diciembre 30, 2007

viernes, diciembre 21, 2007

Familia.

viernes, diciembre 14, 2007

LA NOCHE ORIGINAL.

La familia Alonso está sentada a la mesa. La madre llega de la cocina con un delicioso pavo. Están celebrando el cumpleaños del padre, Don Miguel. En la fiesta están sus tres hijos: Juan, Pablo, Alex. Y dos mujeres: la mujer de Juan, Lucía, y la de Alex, Beatriz.

Afuera llueve del demonio. La luz de los relámpagos revienta en las ventanas. El fuerte viento sacude el ambiente. La familia Alonso celebra plácidamente sin prestar mayor atención a la condición del clima. Llevan una ligera y divertida conversación.

Cuando comienzan a comer, algo golpea violentamente la puerta. Todos se sorprenden. Beatriz se asusta y se arrima a su esposo.

-Voy a ver –dice Alex a la par que se levanta.

-Te acompaño –responde Juan.

Ambos caminan hacia la puerta. Por detrás de ellos, una rápida sombra pasa por las cortinas. Alex va adelante. Juan mira hacia la mesa. La familia mira expectante. Están intrigados.

-Espera –dice Juan.

-Qué.

-No vas a abrir sin nada en las manos, supongo.

Alex busca por la habitación. Detrás de un librero encuentra un palo de golf.

-¿Ahora sí?

Alex va a abrir la puerta, pero nota que la manilla está girando lentamente. Se da vuelta y le indica a Juan que se quede callado. Juan se queda quieto. Alex levanta con cautela el palo de golf. La manilla termina de girar. Pasan cuatro eternos segundos. Entonces la puerta se abre de golpe iluminando todo con fuerza junto con el poderoso viento de la tormenta.

La puerta se cierra de golpe. Todo queda tranquilo. Juan se levanta confundido. La corriente de aire lo había empujado hacia la muralla.

-¿Todo bien? –grita el padre.

-Sí responde Juan. Cae en la cuenta que Alex ha desaparecido. Corre hacia la puerta. La abre para encontrarse con el jardín de la casa.

-Se lo ha llevado... –susurra Juan.

Cierra la puerta. Junto a él está Beatriz.

-¿Dónde está Alex? –pregunta nerviosa.

Juan la mira. Ella ya sabe la respuesta.

-No sé.

En ese momento tocan a la puerta. Beatriz se sorprende. Juan la retira con el brazo instintivamente.

-Anda a la mesa.

Beatriz obedece. Juan se queda parado frente a la puerta y cierra los puños. Nuevamente tocan a la puerta. Un segundo. Dos segundos. Juan abre de golpe la puerta y se lanza contra el intruso. El hombre con un brazo empuja lejos a Juan hacia atrás.

-¿Cómo te atreves a tratarme así, Juan?

Juan mira al desconocido. Lleva un impermeable negro, el pelo canoso a los lados y una cicatriz le cruza el rostro.

-¿Alex? –pregunta Beatriz desde el comedor.

El hombre observa el interior de la casa.

-Increíble... –divaga-. Nada ha cambiado. Nunca me creerás lo que me ha ocurrido, Beatriz.

Ella corre a abrazar a Alex. Los demás, en silencio, retoman su lugar en la mesa esperando que Alex comience a contar su aventura. Ya nadie recuerda, por supuesto, que es el cumpleaños del padre.

miércoles, diciembre 12, 2007

Instante(s).

foto


Reflejo de Padre
en espejo de pared.

Claire Boundou, 2007.

sábado, diciembre 08, 2007

Novella.



I

La gente normal asusta. Le doy vueltas al asunto, pero no llego a ninguna conclusión inteligente. Le pregunté a Natalia qué pensaba ella al respecto y me respondió aburrida: la gente normal no encaja en un mundo de megalómanos y neuróticos, la gente normal se queda en casa, disfruta de los nímios detalles que ofrece la vida, habla de cosas sencillas, se espanta ante la muerte.

Natalia es hermosa. Pero ciertos días, sobre todo cuando emerge de las sábanas aún medio dormida, pareciera ser que la pureza de la mañana libera en ella ásperos pensamientos, extensiones de sus sueños de niña bonita y mujer despreocupada. Natalia es una de las personas que teme toparse en la calle con la gente normal, como si la sencillez de lo humano fuera el cáncer capaz de consumir hasta la extinción sus aspiraciones literarias. Ella quería escribir un gran libro, uno que incluso pudiera llegar a pensar solo.

Trabajo en “Libros Santini”, una pequeña librería que sobrevive sólo por milagro. Así opina el señor Santini, calvo de grueso bigote, prominente panza y cara de nutria.

-Hice una manda, niño, antes de abrir este negocio –me contaba, no sé, cada dos semanas.

-Hizo bien, señor Santini, la fe requiere de una enorme valentía, pregúntele a los sacerdotes que tienen que apartarse de los placeres carnales, ¿no cree que eso sería insoportable si no fuera por un acto genuino de valientes?

El señor Santini sonreía, se peinaba el mostacho con la mano derecha y a pesar de la crisis asiática interna del negocio, me permitía seguir trabajando. Gracias a Dios. A los veinticuatro años, en mi primer cuarto de vida, no había logrado conseguir ningún título universitario. Las clases, desde el colegio, me provocaban una alergia cerebral indescriptible. Algo como el asma. Las aulas, las cátedras, los profesores, enjaulan mis ideas y mis ideas se deprimen. Soy un canario que odia las rejas.

En el pequeño departamento que compartíamos con Natalia había un estante especial para los libros sustraídos “por horas extras” de la librería. Yo derechamente lo consideraba robo. Ella se excitaba por mi falta de moral y recompensaba mi osadía convirtiendo la cama en una hoguera, gemía enloquecida mientras recitaba algún párrafo del libro con el cual llegaba desde la librería bajo la chaqueta.

Yo soy un tipo normal. Además de los inocentes hurtos literarios no hay nada increíble que contar. Nacido en familia numerosa, lo único raro en mi historia personal es haber nacido en Chile Chico. ¿Chile Chico?, preguntan siempre y con paciencia respondo, Sí, Chile Chico, por allá, por el sur.

En las fiestas organizadas por Louis, el enano, amigo íntimo de Natalia, heredero de una fortuna de un tío árabe que nunca conoció, a muchos les divertía recordar Chile Chico, como si el maldito lugar fuera un Pacha Pulai o una base secreta de hombrecillos verdes.

Al carajo con los intelectuales sobrevendidos de esta ciudad. Para ellos la Naturaleza es una postal, un cartel de Green Peace, Por qué te enojas, mi amor, Me da lata, Natalia, que estos idiotas se burlen de mí, No se burlan, mi amor, les agrada un campesino bien hablado, Ja, ja, cuéntales entonces cómo te ordeño, No seas ordinario, No te rías tú de mí.

El enano de Louis compraba whisky, botillerías enteras. Aunque uno no quisiera tomar, el alcohol se respiraba en el ambiente, mezclado con el humo de cigarrillo y marihuana, los niños artistas, los jóvenes intelectuales, la fiesta desatada, yo entre ellos, el campesino que puede leer y escribir, a veces imaginaba que el suelo cedía, caíamos todos desde el octavo piso, cuerpos sobre cuerpos, huesos quebrándose, llantos, y el sobreviviente resultaba ser el campesino. Surgía de los escombros cubierto de polvo, capaz de resucitar a los que yacían muertos. Pero no lo hacía. Quizás regresaba a la vida a Natalia, sólo a ella, a quién más, nadie podía importarme los suficiente.

Natalia ocupa sagradamente unos lentes modelo años setenta. Los cristales tienen el diámetro de un telescopio interestelar. A ella le fascinan, dice que le hacen ver “cool”, Es súper rico poder ver la desgastada luz de la ciudad a través de un filtro amarillo. Trató de comprarme un par muy similares a los suyos, pero dejé pasar la oferta, no necesito pasearme cargando en el tabique dos vitrales para retocar las luces de la Urbe Magna. Gracias.

La conocí la fatídica tarde en que sus lentes se habían roto al bajar de la micro. Entró a la libreria preguntando si vendía anteojos, le dije que no, sólo vendemos libros, y se largó a llorar como una niña perdida en el bosque o un monstruoso centro comercial.

-No creo que valga la pena llorar.

Luego me abrazó.

lunes, diciembre 03, 2007

domingo, diciembre 02, 2007

Matr-i-Monio.

Cine Negro.


sábado, diciembre 01, 2007

Martes santo.

El martes, como todos los martes, a eso de las tres de la tarde, Jericó visitaba al deforme. La gente le llamaba así. Deforme. Pero lo que no sabían era que el hombre deforme sólo tenía la mitad del rostro desfigurada. El lado izquierdo era una visión horrenda. Y este hombre de rostro deforme escondía la dañada piel con pintura; se pintaba como un arlequín y la mitad informe de su labio era una grotesca sonrisa. No era ningún placer verle, pero para Jericó ya era un reto escuchar las confesiones de un hombre ensombrecido por su propia monstruosidad.

- Llega tarde, Padre.

Desde un rincón, oculto entre las sombras de un amplio entretecho, una grave voz llamaba a Jericó.

- Lo siento, hijo. Hoy la misa congregó a muchas señoras impacientes por recibir respuestas del Señor.

Jericó se sentó en la única silla que había en la habitación. La tenue luz que entraba por la ventanilla iluminaba un raído colchón en una de las esquinas. No había nada más dentro de aquel espacio. Sólo Jericó y el deforme.

- ¿Y Dios les dio respuestas a las ancianas aterradas por la proximidad de la muerte?

- A su tiempo Dios se las dará.

- Cuando estén muertas.

Jericó dejó caer la grave Biblia que llevaba en las manos. Se tomó la cabeza con ambas manos.

- Gabriel, deja ese sarcasmo. ¿Crees que el mundo te odia por... por?

Jericó vacilaba.

- ¿Por mi deformidad, Jericó?

El deforme acercó su rostro a la pálida luz.

- ¡Mírame! Con odiarme a mi mismo basta. Aunque pronto todo eso cambiará.

Jericó levantó la Biblia del piso y le sacudió el polvo.

- Espero que eso sea verdad, Gabriel. Hace mucho tiempo te vengo diciendo que deberías salir, aprender a vivir contigo mismo. El Señor no te ha dado la vida para que la desperdicies.

- No, sólo para deformarme.

- Eso fue un accidente y tú comprendes que dentro del libre albedrío que Dios nos otorga el azar también tiene un espacio...

Con un grito de repudio el deforme se arrastró para resguardarse en el rincón a media luz.

- Es un maldito ególatra que creó un juego y olvidó las reglas; Dios no me sirve y nunca lo hará.

- No digas eso. Dios únicamente puede salvar tu alma... ¿Por qué me has hecho venir todos los martes, a esta hora, desde hace dos meses si no quieres rendirte a la misericordia y el amor de Dios?

- Para que escuche mis confesiones.

- ¡Pero si sólo has confesado pecados de tu infancia y me has hecho escuchar tus agresiones hacia todo lo luminoso que existe en el mundo!

El deforme se rió de las palabras del Padre.

- Lo luminoso. Es usted un mal poeta, Padre. Pero no se preocupe. Hoy mi confesión no será como las de antes. Escuche con atención, Padre:

Hace exactamente dos años celebrábamos el cumpleaños de mi hermano menor en su nuevo departamento. Era un edificio recién construido así que eran pocos los departamentos ocupados. Teníamos la música muy alto, por lo que no escuchamos la primera explosión.

- ¿Explosión?

Interrumpió Jericó.

- Cañerías dañadas de gas. De repente, la cocina explotó también. El fuego se expandía rápidamente. Al principio nos quedamos mirando, maravillados de los largos brazos del fuego; después todos estallaron en pánico y corrieron hacia la puerta principal. Los pasillos estaban en llamas y era difícil alcanzar las escaleras. En todo ese caos, sonó el telefono.

- Los bomberos, seguro.

- ¿Para qué van a llamar los bomberos por teléfono, Padre?

Jericó quedó pensativo.

- Llamaba la novia de mi hermano desde su teléfono celular. Desesperada, le decía a David que se encontraba en el ascensor, detenida, encerrada, asustada....

- ¿David es su hermano, verdad?

El deforme movía negativamente la cabeza.

- ¿Es que no presta atención, Padre, a mi última confesión?

- ¿Y a que se debe que sea la última?

- Porque con ésta podré tener al fin la conciencia tranquila. ¿En qué iba? Estaba Consuelo, la novia de mi hermano David (le queda claro, Padre) encerrada en el ascensor entre el piso de mi hermano y el piso inferior. Tenemos que sacarla, chillaba David. Buscamos algo que nos ayudara a abrir las puertas del ascensor. Él tomó una llave inglesa y yo un trozo de metal que encontré entre los restos de la cocina. Sofocados por las llamas logramos luego de un esfuerzo sobrehumano abrir las puertas. El ascensor estaba precisamente a unos tres metros más abajo. Ve tú, me dijo David, y yo los recibo a ambos. Salté sin querer discutir en medio de un incendio. Después de todo era su novia. Abrí la escotilla de escape y Consuelo, histérica, saltaba sin dejar de mover sus brazos. Sácame de aquí, sácame de aquí. Gritaba sin control. Entre sus chillidos y los gemidos de mi hermano, pensé en verlos morir, consumidos por las llamas. Yo pensaba al igual que ellos en salvar mi vida, pero no estaba alterado. Saqué a Consuelo con brusquedad y, podríamos decir, se la arrojé con fuerza a David. Él la tomo con torpeza y demoró un poco en subirla. El humo ya no me dejaba ver bien. Los veía en la orilla de las puertas. Al instante dejé de verlos. Esperé unos segundos. Grité el nombre de mi hermano varias veces. Silencio. Creí que habían muerto incinerados. Y sentí culpa. Qué estúpido de mi parte. ¿No lo cree así, Padre?

Jericó despejó su mente de las escenas relatadas por el deforme.

- El amor fraternal nunca desaparece, hijo, porque se lleva en la sangre.

- Cierto. Yo no odio a mi hermano por dejarme ahí. Pero ya no siento ningún cariño por él. Y salvé a quien ahora es su señora esposa. Mi rostro por la felicidad de mi hermano. Pero él debería tener sólo la mitad de esa felicidad, tal como mi rostro. En recompensa deberían devolverme mi mitad ¿No cree, Padre?

- Eso no es posible.

- Dios no puede.

- Nadie puede, Gabriel. Deberías dejar crecer tu parte sana...

- ¡No! No, Padre. Estos dos años he estado muerto. ¿Pero que son dos años si puedo retomar la vida e incluso la eternidad?

Las sudorosas manos de Jericó se abrían y cerraban.

- No entiendo, hijo.

- Cuando estaba sobre el ascensor, rodeado de humo y quemándome vivo por el calor intenso, apareció un anciano, sin ojos, calvo, de facciones delgadas y manos con largos, huesudos dedos.

- ¿Imaginaste algo mientras estabas encerrado?

- No. El era real. Su presencia traía el silencio; un gélido silencio. Y yo veía las llamas y sabía que hacía calor. Pero dentro de ese silencio hacía frío. En una de sus manos sostenía un libro. Léelo, me dijo, está en una lengua que no comprendes, pero que ya comprenderás. Y se disipó junto con el humo. Me ví con un libro atrapado en un ascensor, ahora más sorprendido que asustado. Fue entonces que el ascensor comenzó a subir y en el momento que pasaba frente a las puertas del piso de mi hermano, éstas se abrieron y recuerdo apoyar el libro sobre la parte derecha de mi rostro y escuchar el rugido de las llamas. Un mes después desperté en un hospital público, vendado por completo, con el libro encima de mis rodillas. Y comencé a leerlo, sin comprender nada al principio.

- ¿Y tienes ese libro contigo ahora, hijo?

Como una sombra, el deforme se delizó hacia el colchón. Metió la mano debajo y extrajo el libro. Un libro de cuero rojo. El deforme se lo entregó a Jericó. Éste lo hojeó con notoria fascinación. No podía distinguir las letras o símbolos en las páginas.

- ¿Entiendes lo que dice, Gabriel? Es una escritura bastante extraña. ¿Y esto te lo dio aquel... aquel ser?

- Si.

- ¿Y qué dice?

- Es secreto. Pero ya que usted a sido tan fiel hacia mí, le contaré. El libro es un enigma. Un enigma que hoy he resuelto. “En la guerra de los Cielos los Demonios caídos buscaban el cuerpo de un Ángel para retornar al Paraíso. Y sólo uno lo logró. Su nombre fue Lucifer. Pero Dios lo descubrió y enterró a Lucifer y a sus Demonios en lo profundo de la tierra, donde no hay más luz que la del Fuego...” Es uno de los párrafos, mal traducido, pero eso cuenta.

- No llego a comprender. ¿El libro es un relato bíblico “no oficial”?

- Es un hechizo, Padre. Acérquese para que entienda de una vez y no siga sufriendo por la incertidumbre.

El Padre se acercó al deforme. La mitad pintada le provocó temor por primera vez. Sin darse cuenta, el deforme puso su mano izquierda en la cara de Jericó, y la mantuvo con fuerza. El Padre intentaba soltarse desesperadamente.

- ¡Gabriel, suéltame! ¡Qué haces, hijo! ¡Suéltame!

- Se me olvidaba algo Padre. El hechizo funciona para los humanos. Sólo se requiere de un hombre devoto a Dios. Y en dos meses usted a demostrado serlo.

- ¿Qué dices? ¡Qué vas a hacer!

- Quedárme con su rostro, Padre, y usted con el mío.¿Podrá mirar a Dios con mis ojos?

El Padre abrió ampliamente los ojos que miraban a través de los dedos del deforme. Luego los cerró y la mano se retiró violentamente de su rostro. Jericó sonreía. Gabriel se tocaba el cuerpo y gritaba angustiado. Cayó al suelo llorando.

- No llore, Padre. En dos años usted podrá hacer lo mismo que yo, si consigue comprender el libro.

Jericó se levantó y caminó hacia la puerta.

- Qué me has hecho, Gabriel, por qué lo has hecho.

- Para vengar el rostro que llevas, Jericó.

El Padre salió de la habitación. Cuando bajó los dos pisos y estaba abriendo la puerta principal, aún podía oír los lamentos del deforme.

Tu sombra.

c

El muy cabrón no se cansaba de perseguirme. Todas las noches abría con cuidado la cortina y ahí estaba, estático, apoyado en un farol de luz fumando, tratando de aparentar que yo no notaba su presencia, constante como una infernal picazón por dentro del cuerpo que es imposible de alcanzar. Maldito. Me recostaba sobre la cama tratando de dormir, pero en cada sombra de la habitación surgía su depredadora mirada.

Finalmente opté por dejar encendidas las luces desde el atardecer hasta la nueva salida del sol en la mañana.

c


Dios.



Gabriel contesta molesto el teléfono. Es un milagro, piensa, que aún podamos recibir llamadas. Dos días lleva la línea cortada. Pero el teléfono sigue sonando. La compañía sabe cómo meterte por el oído tu irresponsabilidad con los plazos o, más doloroso aún, cómo despertar de nuevo la angustia de la falta de empleo con un simple y monótono timbre. ¿Aló? Buenas tardes, llamamos de los Seguros da-igual-el-nombre para ofrecerle nuestro amplio plan de cobertura para aquellos esforzados trabajadores que han sufrido la pérdida de su fuente de ingreso, no, no le interesa, bueno, si cambia de opinión llámenos al número que-no-tengo-ánimos-de-anotar. Un seguro de desempleo. Si no hay trabajo, no hay dinero. Sin dinero, no se puede vivir. Y menos adquirir un seguro contra un evento que ocurrió ya hace dos semanas. Este mundo es un mundo de constantes contradicciones. Por qué le amarraban a la espalda el peso de su supuesta falta de “eficacia y determinación” en el trabajo como un intencionado karma que repetía una y otra vez en su mente las palabras INÚTIL, FRACASADO, DISPENSABLE, etc. Veinte años dedicado a una institución financiera y les fue muy simple expulsarlo de su oficina; ese microuniverso que contenía todo lo que él comprendía del engranaje comercial y donde aplicaba la sabiduría obtenida de una de las universidades con mayor prestigio del país. ¿De qué servían los votos de distinción en su título? Sonreía cuando su hijo menor alababa su inteligencia por haber alcanzado semejante honor. Ahora sentía vergüenza. No eres nada sin un título, no eres nada sin trabajo, no eres un hombre, un ser humano, eres un desempleado, un individuo al margen, un estorbo en la producción, una hormiga que ha perdido sus dos antenas y no puede seguir cargando los elementos que mantienen la colonia. Eres un insecto a disposición de la gran suela de la bendita división del trabajo, madre del progreso, cuna de las ciencias, padre severo con los Gabrieles del planeta que por alguna razón han dejado de funcionar correctamente y vagan entre las esferas laborales buscando una fisura para reintegrarse a la ruleta rusa que les da de comer, beber y que los entretiene, protege, educa, inspira, pero aquí estoy, solo, esperando que llegue mi mujer con los niños para decirle que llevo catorce días sin leer y releer documentos y que en este tiempo me he dado el espacio para interpretar la sociedad: hombres todos, hemos creado un hermoso paraíso de concreto y burocracia; sin embargo, lo que en algún momento fue el nacimiento de un hermoso bebé que procuraría cuidar de nosotros se ha convertido en un horrenda bestia incontrolable, que nos ha sometido a sus deseos y ha frustrado el deseo de crear el paraíso en la tierra. Dime, Gabriel, se pregunta a sí mismo, por qué siento que estoy flotando en el espacio, viendo girar al mundo, un mundo hermoso, plétoro de maravillas (y fantasías), y es todo tan distante: el rostro de la humanidad tiene los ojos cerrados y permite la automática pérdida de libertad dentro del orden establecido. Dime, Gabriel, ¿somos el mundo o el mundo tiene una oculta estrategia para dejar de depender de nuestros servicios en determinado momento de la historia? Sólo has perdido el trabajo. Da gracias a Dios que todavía respiras y que no debes desplazarte en silla de ruedas. El asunto es que los inválidos tienen más oportunidades que tú ahora.

short

"Para asistencia técnica, marque 1... Para asistencia técnica sobre lo técnico, marque 2... Para un técnico que le asista en la técnica de lo tec...."

dilbert


dilbert