viernes, julio 25, 2008

La Familia Chilena: dos experiencias a comparar.




Vivo en Ñuñoa. En un pasaje que llaman "Ley Pereira". Es bonito, cada casa con un color propio y original, empero, somos el único pasaje a lo largo de Simón Bolivar que sigue siendo de tierra. ¿Por qué? Mi vecino, un señor jubilado y que ha vivido 30 años en el pasaje se encoge de hombros: he peleado con todos, he presupuestado, he tenido incluso la loca idea de hacerlo yo solo... Pero seguimos siendo de tierra. Ya solucionaremos eso, señor, ya lo haremos.

Al tema entonces. La familia chilena. Siendo pasaje Ley Pereira, las casas son pareadas. Y ocurre el fenómeno que ocurre siempre cuando dos casas comparten una muralla para sostenerse: los ruidos del vecino a veces ocupan nuestro ambiente, nosotros ocuparemos el suyo también de vez en cuando. Yo tenía mi escritorio pegado a la pared que colindaba con mis vecinos del lado sur. No era de orejón o metete, pero escuché ciertas noches conversaciones enteras. Verán, por mi trabajo de escribano guionista y mi biología falta de equilibrio, me es más productivo el silencio de la noche para escribir. Y en ese silencio es que se escuchan voces. Ayer, claro, lo que escuchamos no necesitaba de la quietud de la madrugada. Era de día y domingo. Mi vecina gritaba, rabiosa (dejar de leer los delicados de lenguaje), "¡huevón mentiroso, por la chucha, no me volvai a mentir por la cresta, ¿entendiste, huevón?!". Con mi mujer nos miramos, cómplices, diciendo: pelea furiosa de pareja. Hasta que la vecina gritó nuevamente: "¡Eres un huevón mentiroso, XXX, ándate a tu pieza antes de que te saque la chucha!". Nos miramos de nuevo con mi señora, ya que XXX no es el nombre de nuestro vecino-pareja de ella, sino su único hijo de siete años. Pensé en ir, tocar el timbre, manifestar mi molestia, decirle "¿no te da vergüenza gritarle así a tu hijo, cargarlo de garabatos, ¡eres su madre, qué te pasa en la cabeza!". Pero, no lo hice. ¿Debería haber llamado a los pacos?

Hoy me subo a un taxi. Si puedo conversar con el taxista, lo hago, gozo escuchando sus anécdotas y filosofía de vida. Cuarenta años trabajo como chofer de micro, desde las recordadas "góndolas". Siete años llevaba de taxista. Había conocido a su mujer en uno de los recorridos, siempre la pillaba barriendo y le tocaba la bocina, hasta que un día que iba sin pasajeros se detuvo a hablarle. Tienen tres hijos, varios nietos, un terreno en Pichidangui, un nuero que se pone con todo en la casa de dos pisos, una hija menor que tiene una florería que es un éxito, otra hija casada con un minero en Iquique que le envía a sus padres pasajes bastante seguido para que vayan a verla y un hijo que, como él en sus tiempos, maneja un camión para el diario La Tercera, manejando a partir de la 1 de la mañana hacia Viña y Valparaíso para distribuir el diario por las ciudades. Es feliz, fue feliz de chofer -pega estresante-, pero siempre la familia estuvo primero. No por nada fue la hija menor la que le construyó la casa que tiene en Pichidangui.

Pensando en ambas familias: ¿qué pasa con mi vecina, que en comparación al señor taxista está en un nivel socio-económico más alto, que podría entenderse como menos deudas, más acceso a una educación y poder adquisitivo mejor?

¿Es su niño un monstruo que merece ser degradado a gritos y garabatos?

¿O el taxista me contó un cuento de hadas?


1 comentario:

Anónimo dijo...

Le pasa que está amargada, frustrada, y sobre todo vacía por dentro, e intenta canalizar toda sus miserías en ése inocente niño. que ó bien será un calco suyo, ó quizá sea capaz de superarlo y convertirse en un ser humano, y no en una mala bestia cómo la madre.
El nivel socioeconómico, no siempre es determinante, en lo que a educación se refiere, y el aspecto emocional, es decir, la capacidad de dar y recibir.