Providencia. No es tarde, tampoco temprano. Hace frío, froto mis manos, tengo sueño. Quiero volver a casa. Atento voy si pasa un taxi. Nada. Pasa uno, pero no se detiene. Será mi barba. Mis rasgos arabescos. “No se puede confiar en nadie”. Se detiene junto a mí un jeep gigante, caro, lustroso. La ventana del copiloto baja. Veo que al volante va un hombre mayor, bien vestido, bien ABC1. Me sonríe. Me acerco. “¿Cuánto cobras?”, me pregunta. “¡¿Qué?!”, grito. El jeep acelera, pero logro abollarle de una patada la puerta al degenerado. Pasa el tiempo. Ningún taxi. Jodido Santiago nocturno.
domingo, febrero 06, 2011
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