jueves, enero 18, 2007

Cuenta conmigo (secretos revelados).

Sobre mi madre.

Tengo entre ocho y once años. Hay un vacío temporal de tres años, pero como es el recuerdo el que importa, esos tres años son "despreciables" (eso haría notar M). Nos quedamos solos en casa, nuestros padres salieron, ¿dónde?, no lo tengo registrado.

(está sonando a las 2:03am un tema de Damien Rice, el que bailamos como vals con M, The Blower's Daughter)

Retomando.
Quedo a cargo de mi hermano mayor. O sea, cualquier cosa podía pasar. Mi madre nos dejó preparados unos tallarines con salsa de mariscos (¿era de mariscos?). Como está a cargo, mi hermano tiene que calentar la comida. Enciende la cocina y revuelve los tallarines. Alguna pregunta le tengo que haber hecho, algo parecido a "¿cuál es el auto más rápido?" o de seguro me estaba hablando de lo magnífico que fue el imperio romano, sus adelantadas estrategias de batalla y la ingeniería en la armadura, espada, casco y escudo que ocupaban los soldados. Quizás comentábamos algún chiste de Asterix y Obelix. No sé. Éramos dos hermanos conversando. Con los tallarines listos, mi hermano se sirvió un plato. Le pedí que los probara, porque un extraño olor emanaba de la olla. El valiente de él agarró un tenedor, enrolló unos cuantos tallarines y se los metió a la boca. Masticó dos veces y los escupió con asco. Me reí. Dijo que estaban incomibles, que la salsa sabía a cualquier cosa, que simplemente nos habíamos quedado sin comida. Y agregó: no podemos dejar que la mamá se entere, le va a dar pena pensar que le quedaron horribles los tallarines y sienta culpa por dejarnos sin otra opción para comer... tenemos que botarlos... pero si los botamos, los va a ver en el basurero... ya sé, busca una bolsa plástica... los vamos a enterrar en el patio. Busqué ansioso la bolsa, la idea de mi hermano me parecía genial, era toda una aventura. Echó los tallarines dentro de la bolsa, la cerró y buscamos la pala. Salimos al patio y buscamos el mejor lugar para hacer desaparecer la evidencia. Además, teníamos que evitar que nuestra cocker Pinta desenterrara el cuerpo del delito. Decidimos dónde y mi hermano comenzó a cavar presuroso, nos preocupaba que llegaran nuestros padres. Enterró la bolsa y la cubrió con la tierra suelta. Le pusimos hojas encima para tapar signos de excavación evitando así ser descubiertos.

Cuando mi madre nos preguntó cómo le había quedado la nueva receta de salsa para los tallarines, ambos respondimos lo mismo: muy rica, mamá.

Sobre mi padre.

Rudy, un amigo del colegio, era un adelantado y visionario: logró que su padre ingeniero químico le enseñara acerca de los componentes de la pólvora y en qué porcentaje mezclarlos. Éramos chicos, creo que el tío nunca pensó que tendríamos mente de pequeños terroristas y fabricaríamos el susodicho polvo gris. ¡Niños que sabían producir el contenido de un cartucho de TNT!

Llegué a casa. Mi hermano, por alguna razón, ya estaba. Veía tele en la mansarda. Subí. Nos saludamos, hablamos de esto y lo otro y se me ocurrió comentar que ojalá nuestro padre hubiese tenido el conocimiento de cosas como hacer pólvora. Mi hermano me miró muy serio y dijo: nunca vuelvas a hablar así del papá, él sabe muchas cosas, muchas más que cualquier otro papá, ¿me escuchaste?

Y tenía razón. Nunca más puse en duda el infinito conocimiento de nuestro padre.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muchas gracias Matías, por compartir tú dolor con nosotros, por tú sencillez, por tús sinceras palabras, por ser como eres. Toda una lección que me gustaría aprender, uno aprende cada dia... Un abrazo.