La gente se obsesiona con lo que desea. Yo no, para mí los deseos no logran ser obsesiones, sino meros vistazos espontáneos de lo que podría ser la felicidad. Como el fútbol. Tengo amigos que pierden la voz gritando en los estadios atiborrados de fanáticos. Yo disfruto con el gol. Y a duras penas.
El día ha caído triste sobre la ciudad. Las calles están húmedas, pero no limpias. La lluvia no es la de antes, esa lluvia que veía correr por las ventanas cuando tenía seis años, días de invierno que me obligaban a refugiarme en casa, pensando, leyendo, jugando, pintando, escabulléndome en secreto para mirar al oscuro cielo y dejar que el agua mojara mi pelo y mi cara. Algo como un ritual de niño en busca de purificación. Como si las gotas cayeran junto con algún misterio.
La gente se obsesiona. Construye ideologías, lucha por concretar los sueños que nacen del deseo, va al estadio, pone bombas, escribe poemas de amor, mata con cuchillo o de lejos. Y da igual si está lloviendo o es de día. Mientras que yo, Noel Morea, no me obsesiono con nada. Sólo deseo.
Se llamaba Mila. Aunque siempre sospeché que su nombre real era otro, uno más vulgar, más simple, algo como María o Julia. De todas formas, llamarla Mila me gustaba, tanto que jamás pregunté por su apellido. El secreto de su nombre ocultaba ciertas certezas de su personalidad que ayudaban a no caer en la rutina inevitable, en el “nos conocemos, ¿qué podemos hacer que sea novedoso?”
El Piojo, largirucho y delgado amigo, parecido a una nutria, tocaba el saxo en un grupo de jazz todos los primeros martes de cada mes en el “Tro´bar”. Todos los primeros lunes de cada mes me llamaba por teléfono para recordarme su presentación.
-El mes pasado prometiste lo mismo, huevón.
-Te digo que ahora voy, no seas grosero, Piojo.
-¿Grosero? ¿Que te pusiste purista en el lenguaje? Eres un huevón bien raro, Noel.
-No soy purista. Estoy tratando de escribir y el huevón no me sirve para pensar literariamente.
-Lo que tú digas. Si mañana no vas, maricón, te prometo que no compro ningún ejemplar de la novela que todavía no escribes y que supongo nunca publicarás.
-Ja. Ahora si que tengo ganas de ir a ver como tocas con el resto de las pulgas, Piojo.
Fui. Qué otra opción tenía. Al pobre Piojo hace rato que todos lo habían olvidado, a pesar de su aceptable calidad como músico. La verdad es que yo era su único amigo.
Esa noche llovía. No tan fuerte como hoy, pero llovía con fuerza. Maldije al Piojo. Hace años que la lluvia ya no me traía la sensación de pureza de la infancia. El viento me secaba los ojos. Luego las gotas los humedecían. Luego se volvían a secar.
El “Tro´bar” estaba concurrido como un seminario de semiología. ¿Han asistido a uno?
Yo tampoco. Sólo sé que nunca hay nadie.
Entonces entró Mila, y la lluvia, y la música, el vacío, los borrachos en las mesas, los viejos músicos jugando cartas... nada de eso importaba.
Y ahí fue cuando todo comenzó. Cuando sentí por primera vez, lo que llaman, el primer latido de un amor a primera vista.
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