jueves, marzo 27, 2008

reverencia Nro. 1

Aquí, sentado, desalentado, desorientado, pensando en construirme como se construyen los imperios: con voluntad y un poco de magia.
¿Qué significa la tristeza? O más bien, la triste, eléctrica, comprensión de las capacidades que arrastro cual grillete de castigos.
A los dioses los castigaban. Usualmente por sus nefastas decisiones. Pero algunos poseían lo que otros dioses no. El don de entender el poder y sus limitaciones.
Pregunto: qué hago con mis manos que se dedican a explorar el mundo sin invitarme a la aventura. Tal vez me inviten, pero nunca sé la ruta para seguirlas.
Miles de letras impresas guardan en su sentido mi huella digital. Un sello anónimo.
Confesemos, ¿me interesa que otros lean lo que por mí ha sido escrito? Por supuesto, es la respuesta. El asunto es que el náufrago nunca podrá saber con certeza si el futuro le depara la salvación o ser admirado como hallazgo arqueológico.
Claro que tengo historias por contar. Todas verdaderas, aunque nunca precisas. No busco la Belleza, sino que envío palabras para que la Belleza me encuentre una noche sentado escribiendo.
El sueño reclama mi cuerpo. Gran esgrimista, ha cerrado con sólo un movimiento mis ojos, y de la supuesta herida emana paz, esa paz malcriada por nuestra almohada.
Sin almohada mis manos no tendrían ansias de tomar aire por la ventana o saber si es de mañana o llueve oscurecido. Mis manos escribirían sin agotarse, sin pensar en nada, siendo el punto final la quimera de todo Imperio.

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