jueves, marzo 27, 2008

los viajes de Noel (cont.)

Hizo su aparición Mila, de quien les hablé antes, pero no describí.

Se subió al párvulo escenario, donde los músicos se veían apretujados y ridículos, niños cabían ahí de seguro, no adultos serios. Llevaba puesto un vestido largo, color intenso, abierto a un costado que de tanto en tanto jugaba a dejar ver su tersa pierna, juraría que hasta la cintura.

Tomó el micrófono. Breve silencio. Tenso silencio. Y comenzó a cantar lejana, acercándose nota a nota. Incluso el borracho que se supone debe permanecer inconsciente en la barra para que no le cobren levantó la cabeza.

Le escuché decir: "yo sabía que bajan a la tierra de vez en cuando".

Yo, que estaba escribiendo un libro sobre la imposibilidad físico-ácido-valproica de cualquier tipo de relación entre hombre y mujer, tenía el corazón vibrando como copa de cristal italiano.

Cual adolescente.

Joder.

Enamorado nuevamente de una chica que no conocía.

Comencé entonces un romance de miradas.

El tipo que atendía la barra comenzó a informarme sobre Mila cuando (sin esfuerzo intelectual) notó cómo la observaba. Al principio lo negué todo. Después me ofreció una cerveza a cambio de la verdad. Caí en la trampa –en realidad no tenía importancia que supiera- y se estuvo jactando de su buen olfato para detectar lo que él denominaba “el acto seductor”. Ridículas patrañas de barman encerrado por cristal y alcohol. Como sea que vea el mundo, siempre lo verá deformado. Deformado y mercantil: la info me costó cinco lucas...

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