domingo, marzo 26, 2006

Formación del corazón militante.

M decidió regresar el mismo viernes, no esperar a la tarde del sábado, no ahora que está en terreno y vive bajo el polvo, desenterrando huesos de personas que alguna vez poblaron la costa de nuestro anoréxico país. Se casaba A, o Rommel como le llamábamos en el colegio, pero el resto de la gente lo conoce por Germán y en la misa el cura, que era algo deschavetado con sus opiniones y chistes de tarima, le decía Germán y yo lo saludé de Alex como en los viejos tiempos. Se casaba con M, otra M, no mi M que ya está casada conmigo, y era el sábado y mi M no quería llegar directo del terreno a desempolvarse el trabajo minutos antes del evento matrimonial.
Salí del canal el viernes a buscar a M a la estación de buses, pero me apuré un poco en salir así que me quedó algo de tiempo libre, digamos un par de horas, así que decidí caminar hasta Bellavista y de Bellavista a Huérfanos y en el trayecto el estómago me pedía a gritos que no sólo pensara en M que venía viajando por lo que me detuve en la funeraria Burger King y pedí el Whopper doble, "y por 200 pesos lo agranda". Démelo, que no quiero discutir más con mi cuerpo.
Me senté, miro alrededor, como uno siempre lo hace en estos locales tan públicos donde no se come con servicio, sino con las manos, como seguro comían los desconocidos que M está recuperando del pasado. Vi parejas que se hablaban románticamente en un local horrible y de mal gusto, porque el Burger King no es el da Vinci del Fast Food, es todo plástico, artificial, con esos colores chillones kitsch que no entiendo cómo no te quitan el hambre. Incluso parece insalubre, siempre hay un tipo o una chica limpiando el piso, y pienso que las bacterias flotan en el aire, comiendo a la par contigo del combo agrandado por 200. Pero, a pesar de sentir que estás dentro de un rubick no dejas nada en la bandeja que no sea manchas de ketchup, el papel arrugado de la hamburguesa, el vaso de medio litro y la caja de papas con la infaltable papa quemada que nunca te comes.
Entra entonces este muchacho joven, 19 máximo, uniformado de la aviación, se notaba que estaba de franco, como muchos otros que vi dar vueltas por la calle. Escondía a sus espaldas un ramo de flores. Se pone en una de las filas, irá a comer una de estas bombas de colesterol y carne con aire, seguro para probar algo distinto de lo que le darán en el cuartel. Se acercó a una de las niñas que atendía la caja, ella se ríe, nerviosa, él le pregunta por alguien, la chica va a la cocina, riendo nerviosa, ahora todas las chicas de las cajas lo están mirando, incluso dos señoras que comían empanadas fritas y hamburguesas lo miraban lascivas, será cierto que los uniformados son fantasía femenina.
Llega una chica de la cocina, ve al tipo uniformado, lo mira y sonríe para decirle: viniste. Él hace el amago de descubrir las flores, pero ella antes le dice: salgo a las nueve. Miro mi reloj, eran las ocho, uf, este muchacho que estuvo pensando durante semanas en su novia no recibía ni un beso de bienvenida, serán políticas del local que los empleados no tengan encuentros íntimos con sus parejas, pero el amor no debería tener política, menos si es un muchacho que se está entrenando para protegernos de enemigos invisibles que tiene un fin de semana para ver a su chica. Él, tranquilo, le responde que la espera. Caminó a una esquina, colocó su sombrero bajo el brazo, con el otro mantenía oculta las flores, adoptó la rígida posición de cuando los forman y mirando derecho a la nada, aguardó por ella.
Salí del Burger King con una sonrisa y la extraña sensación que la formación militar les lavará el cerebro a estos chicos, aunque también ese lavado de cerebro lo aplican a la propia vida: una hora de paciencia esperando por la chica con la que estuvo soñando por semanas. Y bien, se entrena para luchar y matar y ser abatido en combate y tiene una razón para semejante sacrificio: la chica en la cocina que sale a las nueve.

Llegué al terminal de buses. Quedaban 45 minutos para que llegara M. Esperé. Quieto. Y el tiempo podrá pasar lento o rápido, da igual, el resultado es el mismo: siempre llega el abrazo de la mujer con la que soñaste toda la semana.

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