viernes, diciembre 23, 2005

One flew over the cuckoo's nest.


A mi casa llegó Bilbo. No el tío de Frodo, sino el perro "familiar". Y era familiar, porque de la casa nos fuimos mi hermano y yo, y luego mis padres optaron por un departamento. Bilbo, el perro "familiar", quedó entonces en calidad de expatriado.

Mi hermano vive en un loft. El que tiene patio soy yo, ergo, Bilbo se vino a vivir con nosotros. Pero, como quien sufre de temor a los largos viajes, Bilbo no se acostumbraba al cambio de geografía: de nacer para luego existir en un patio clásico, amplio, de espesa vegetación por nueve años, fue trasladado una mañana al patio de uno de sus dueños -yo- que es significativamente más pequeño. No tan pequeño como para no permitir que estirara las patas, pero si pequeño como para que se preguntara en su cerebro domesticado ¿cómo carajos vine a parar aquí? ¿dónde está mi esquina de siempre, el gomero de siempre, la comida de siempre, la voz reconocible de mis amos -mis padres- que todas las mañanas y todas las noches me saludan?

Alcatraz. Si Bilbo hablara, esa sería su primera palabra. Y por más casa "Mac-Dog" grosa, térmica y amplia que le compramos; por más toldo contra el sol que le pusimos; por más que le diera una vuelta por las calles aledañas para que fuera memorizando el nuevo entorno, Bilbo pensaba "Alcatraz".

Hoy M tenía que ir a Providencia. Me quedé en casa, pero recordé que yo tenía que hacer trámites urgentes. Bilbo quedó en el patio, a cargo de la casa. Habré demorado 3 horas.

Podrá uno negarlo, pero la vida tiene simbolismo, te envía mensajes, por demencial que suene. Antes de abrir la puerta, divisé la ventana del segundo piso abierta: raro, no recordaba haberla dejado así. Entré. El ventanal tenía tres vidrios rotos: más raro aún, no recordaba haberlos roto antes de salir. Nos robaron, alcancé a pensar, pensamiento que borré al ver que bajando por las escaleras al prófugo: Bilbo venía a recibirme. Por todos los santos, exclamé en otra jerga, y miré el sofá naranjo, ese que tanto nos gusta con M, el que nos regaló mi hermano, un objeto preciado. Las patas de Bilbo, firma de su fallido intento de escape, lo cubrían por completo. Ay, Señor, exclamé de nuevo con sinónimos más populares. Seguí el rastro hasta el ventanal: Bilbo con sus patas había quebrado tres y arrancado uno entero, por donde hizo pasar su lanudo cuerpo. Restos de sangre marcaban el agujero, el bruto se había herido una pata en su laboriosa odisea por regresar al antiguo mundo.

Fue así, según delataran sus vidriosos ojos de perro que sabe que ha hecho mal:

-Quebró un vidrio del ventanal.
-Atravesó por ahí, cortándose una pata.
-Antes de saltar sobre el sofá, rasguño una silla del comedor.
-Llegó al sofá y saltó sobre él como un niño que recibe para navidad lo que quería, pero sucio y con barro.
-Botó un macetero.
-Entró al laboratorio de M y subió al escritorio, buscando salir por la ventana. No pudo.
-Subió las escaleras, sucio y con barro.
-Saltó sobre la cama matrimonial, descubrió la ventana y de una patada la abrió (se resuelve el misterio de la ventana abierta a mi llegada).
-Llegó a la sala donde está mi escritorio y se recostó sobre el futón.

Las hizo todas y de una.
Tuvo que venir un señor a medir los vidrios para colocar otros.
Vino un señor limpia-sofás para rescatar el preciado mueble.
Bilbo fue llevado al veterinario y el diagnóstico del ayudante fue: este perro está histérico.
La histérica de mi vecina, LA QUE VIVE AL FRENTE EN UNA CASA VERDE, cuando lo dejamos correr por el pasaje asomó su rostro maquillado -que recuerda al senador Palpatine cuando es Darth Sirius- para gritar, ¡este pasaje no es un canódromo, voy a envenenar a ese perro! M le contestó, ¡usted lo envenena y nosotros la demandamos!

Yo no estaba presente para esa discusión. Cuando M me contó, sintió pena y liberó unas lágrimas. No quería que por nuestra culpa, por tener a Bilbo, por tratar de mantenerlo, la vecina terminara envenenándolo. No podría verlo muerto. No podríamos encontrarlo, una mañana, con el estómago tieso, la lengua afuera, la vida extirpada de su cuerpo.

Nadie mide sus palabras. Bilbo destrozó una casa y no por eso le vamos a dar pena de muerte. Una señora lo ve correr, pisar brevemente el pasto, y amenaza con matarlo. De que está loca la vieja, está loca. Nadie puede maquillarse para parecer el Emperador de Star Wars. Ni menos desear la muerte de alguien, sea bípedo cerebrado o cuadrúpedo histérico.

Esperamos que mi padre regrese con él y el diagnóstico del veterinario.
Lo seguro es que será enviado, como los huérfanos en las guerras, a un lugar lejos, donde temo que terminaremos olvidándolo.

Es así. Uno olvida. Para no sufrir, principalmente. Pero Bilbo podrá volver a tener un terreno infinito de vegetación para estimular en su inconsciente colectivo perruno las zonas que le recuerdan la época en que tenían que correr en manadas para cazar y sobrevivir, entre pasto verde húmedo y amaneceres en silencio... sin humanos cerca, ni bocinas, ni viejas amargadas con tanax en los ojos...


We all love you, dog. We really do.

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