Uno calcula a veces para mejor, pero todo resulta al revés. Me bajé de la micro convencido de que tomando un taxi llegaría antes a la casa, donde me esperaba mi mujer hace dos horas. Ella se fue hoy temprano a Quinteros a trabajar en lo que se destaca: arqueología.
Bueno, me bajé de la micro. Y no ocurrió nada. Pasaban micros. Y más micros. Ningún taxi.
Ayer, en una reunión prolongada y agobiante -espero tener algún día la pluma para escribir sobre la fauna de los comerciales, los clientes, las productoras y agencias- la cabeza se me fue inflando, los ojos saliendo de su órbita -como a Arnold en Total Recall sobre la superficie marciana. No podía, no se puede, pero se debería poder, levantarme y decir: señores, estimados, damas presentes, me retiro, mi mujer se va por varios días y ha prometido hacer una deliciosa cena para la despedida y acá están ustedes, hablando de caracoles, de salsas con ajo, de la humedad en Miami y el olor agobiante de México, pues bien, YO ME MARCHO.
Volvamos al taxi. La Gran Energía Del Cosmos se apiadó de mí y envío un negri-amarillo auto a recogerme. Me subo y le agradezco al taxista la fortuna de encontrarlo. Va escuchando un programa sobre el Quijote. Le pregunto si ha leído el Quijote. No, me responde. Y añade: acaban de decir estos tipos que el Quijote habla sobre la democracia, ¿sabe usted qué tiene que ver el Quijote, que estaba loco y luchaba contra "remolinos", con la democracia?
Llegué y la cena estaba lista. Y fue deliciosa.
viernes, septiembre 30, 2005
Taximetrosofías II: cuando M. partió a la mañana siguiente.
tecleado por Mat. cerca de las 10:58 a.m.
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