viernes, septiembre 30, 2005

No todos somos héroes.

No es secreto para nadie: no tengo auto.

Iba entonces "arriba de la micro" viajando en dirección a la productora. Me senté al final, en los asientos que las madres y profesores prohíben a las niñas porque se supone atrás va SIEMPRE un maleante.
Bueno, era yo, dos obreros, un anciano que roncaba y un viejo malas pulgas que se paraba cada tanto para decir "dame una moneda, dame una moneda, dame una..."
El espectáculo consistió hoy en: 1.música folclórica tocada por dos sospechosamente alegres intérpretes de la guitarra, 2.un artesano que vendía carteritas con cinturón elástico, "para llevar en el brazo y guardar su billete de mayor valor, un producto que espero pueda competir contra los chinos, coreanos y taiwaneses que acaparan el mercado", 3.un vendedor del kino, delgado, pequeño, estilo Buscemi, que nos quedó mirando, sin decir nada, con los boletos en la mano. A los dos segundos se bajó.
Cuando el viejo esgrimió el imperativo de "dame una moneda" conmigo, moví negativamente la cabeza. Tenía monedas. Siempre tiene uno una moneda. ¿Darle una? No lo creo, me alcanzaba justo para comprar una bebida. Y ya había donado varias monedas al Hogar de Cristo en la farmacia.
Un chico con aspecto de rapero dime-algo-y-te-apuñalo, que era vigilado por una gorda teñida rubia la que tenía asumido que el chico la asaltaría, metió su mano en esos bolsillos amplios característicos de los pantalones que usan, esos que parecen saco de tela azul, se levantó y sin pensarlo se inclinó sobre el viejo para darle una moneda. Sin decirle nada, tocó el timbre y cuando las puertas se abrieron se lanzó fuera, antes que la micro se detuviera.
El viejo nos miró a todos y en sus ojos se leía claramente: cagados, cagados, que no me dan una moneda.

Sí, me sentí mal.

No hay comentarios.: