sábado, septiembre 10, 2005

Sobre el Schreiben*.

No es fácil armar un relato. Escribir, digamos, es de pocos. Y la apreciación no va a altura egótica y de falsa modestia: escribir, como se entiende, es un delirio a veces que enferma e invalida.
Ni siquiera sabemos por qué viene el impulso de trazar palabras y armar cuentos: para qué, para quién, con qué fin.
Leí en escritores.cl que aquél que quiso ser escritor, es ahora de seguro un escritor nocturno o de fines de semana, pero no de tiempo entero, porque no hay que ser profeta para entender que para vivir de las letras son ellas las que deben querer vivir de tí. Y ahí estamos varios, buscando dónde imprimir una idea, desde un blog hasta la servilleta de un café en alguna ciudad entre Santiago y el norte del mundo.
Por mi parte, escribir es entrar en guerra: arremeten las ideas como estampida de búfalos, todas parecidas y todas distintas, y es una sola idea-búfalo la que se aparta de la manada, y se disuelve y sometida la convierto en párrafos. Y pueden pasar cinco minutos o tres años. Comienzo con el final esculpido en la mente: casi siempre son relatos breves. ¿Agota escribir? Cansa, te chupa el alma, no saben cuánto puede pedir un relato, ¡pero te ruega vida y textura!, y te sientas y terminas y, por supuesto, no te gusta. Tratas de borrarlo, pero sólo lo alejas: ya dijera Da Vinci que una obra de arte nunca se termina, sólo se olvida.
En fin, el don del que tanto hablan, el don de la palabra, el don de escribir es una maldición incurable, que portas cada día y que va atento a las hojas en blanco del diario vivir. Porque uno lo quiere escribir todo, a cada rato, y cuando se te ocurre una idea que sientes te va a devolver el alma al cuerpo, o vas por la calle, o estás en una reunión, o al llegar a casa ya se te han quitado las ganas.
¿Para qué escribir? ¿Para quién? ¿Por qué si nadie tendrá acceso?

Y aquí me tienen. Escribiendo.

*schreiben: del alemán, escribir. (N. del T.)

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