"plagiario es aquel que no ha digerido bien la sustancia de los demás: devuelve los trozos reconocibles" (Valéry)
No era difícil identificar el problema con las chicas. Éramos tres desadaptados, cada uno con su rareza en particular: Chico y su actitud misógena; Pablo y sus ensueños románticos de poeta extinto; yo y mi silencio.
La fiesta estaba en el momento álgido. Susana, compañera nuestra en el colegio, celebraba sus quince años. Algunos andaban borrachos, jactándose de que tomaban tequila o whisky. Pablo tenía en su mano un vaso de Coca-Cola. Yo tomaba una cerveza. Chico se negaba a ingerir alcohol. Es algo estúpido perder la conciencia y el control de la mente por un agente ajeno a tu organismo, decía malhumorado Chico por encima del estridente hip-hop de House of Pain, es mejor meditar y saturar las neuronas a través de la hiperventilación. Con Pablo nos reíamos a carcajadas. El mundo nos miraba como lo que éramos: tres extraños con mundo propio.
-Ahí viene Natalia –dije a Pablo.
-Pues anda y háblale –me motivó con una sonrisa irónica.
-No seas patético –intervino Chico -, nunca te va a pescar, acéptalo, no tienes estilo.
Cuando Chico se ponía extremadamente opaco en sus comentarios daban ganas de estrangularlo. Lograba hacerte sentir culpable, sobre todo si ya tenías decidido hacer alguna movida.
-No seas un amargado, Chico, que no te gusten las mujeres no significa que a nadie le pueden gustar –dije bromeando con sequedad.
-Tómate una Coca –dijo Pablo. Pero sabíamos que Chico no tomaba Coca-Cola: el brebaje aquél contenía cafeína y eso aceleraba a nuestro amigo tanto como si hubiese jalado. Reímos nuevamente. Los ojos de “los bacanes”, apodo que le habíamos puesto a nuestros compañeros cuicos y arribistas, se posaron nuevamente en nosotros, el trío de nerds. Pablo levantó su vaso y saludó a Iván, el bacán de los bacanes, que en ese momento repartía patadas en el aire al ritmo de Stereo MC´s. Iván le mostró los dientes y se tiró encima de Paula, la matea me-visto-a-la-moda, que soltó un agudo grito de sorpresa –cínico, por cierto- y se puso a bailar con el chimpancé que aprovechaba para correrle mano y tocarle las pequeñas tetas.
-El hombre es malo –comenté a Chico.
Chico frunció el ceño juntando por poco sus espesas cejas.
-No es malo –respondió sin mirarme-, sólo es ignorante.
Me gustaba proponer temas filosóficos existenciales de la nada, porque mis dos amigos seguían el juego y divagaban, aunque nunca llegábamos a la respuesta. Era un juego de niños que leían demasiado.
-No puede ignorar que es malo –contestó Pablo. Como siempre, una discusión entre Pablo y Chico se venía, claro que el primero lo hacía sólo para fastidiar al segundo. Entonces yo me mantenía al margen y observaba desde fuera el diálogo vacuo e intelectual que tanto detestaban los otros, ¿se creen mejores los huevones por hablar tanta huevada?
-No dije que ignorara la maldad, dije que es ignorante, lo que significa que no entiende, como tú –Chico arremetía contra Pablo.
-No sé –dijo Pablo-. Sólo sé que nada sé.
-Estúpido.
Pablo le dio unas palmadas en el hombro a Chico quien las rechazó sacudiendo con la mano el invisible polvo del sarcasmo.
-¿Y si le entrego la poesía? –dije mirando fijamente a Natalia.
-Si le entregas la poesía quedarás como fleto –agregó Chico-. Te digo que la poesía es de maricones sensibleros y a las minas le gustan los hombres, no un Lord Byron del siglo veinte.
-Y eso que la opinión viene de un hombre-hombre, Matías, hazle caso a Chico.
Sin aviso Chico lanzó un puñetazo al brazo de Pablo, pasando por encima mío, casi botando mi cerveza. Luego Chico volvió a su postura de gárgola que acecha maliciosa a los visitantes. Pablo tuvo que dejar el vaso sobre el parlante del equipo para carcajearse tranquilo. Natalia fumaba. Me dieron ganas de fumar también.
-¿Se pueden calmar el par de putas?
Pablo y Chico me miraron.
-Resulta que ahora te damos vergüenza, eh –dijo Pablo-. ¿Quieres ser bacán? ¿Quieres ser uno de ellos?
-Lo sabía. Un traidor en nuestras filas –dijo solemne Chico.
Ambos se apartaron de mi lado, ofendidos.
-¿Pero qué les pasa? –pregunté molesto por su actitud pendeja.
-Nada, qué nos va a pasar, ya sabía yo que la bacán de Natalia te iba a afectar el seso –dijo Pablo y tomó el vaso.
Agité la lata de cerveza. Nada. Vacía.
-Voy por otra.
-Y a mi qué. ¿Soy tu mamá acaso? –dijo un Chico resentido.
Me levanté. Para llegar a la cocina era necesario pasar cerca de Natalia. -Aprovecha y háblale –me aconsejó Pablo. O podía leer mis pensamientos o se me notaba en los ojos lo mucho que me gustaba Natalia.
No era difícil identificar el problema con las chicas. Éramos tres desadaptados, cada uno con su rareza en particular: Chico y su actitud misógena; Pablo y sus ensueños románticos de poeta extinto; yo y mi silencio.
La fiesta estaba en el momento álgido. Susana, compañera nuestra en el colegio, celebraba sus quince años. Algunos andaban borrachos, jactándose de que tomaban tequila o whisky. Pablo tenía en su mano un vaso de Coca-Cola. Yo tomaba una cerveza. Chico se negaba a ingerir alcohol. Es algo estúpido perder la conciencia y el control de la mente por un agente ajeno a tu organismo, decía malhumorado Chico por encima del estridente hip-hop de House of Pain, es mejor meditar y saturar las neuronas a través de la hiperventilación. Con Pablo nos reíamos a carcajadas. El mundo nos miraba como lo que éramos: tres extraños con mundo propio.
-Ahí viene Natalia –dije a Pablo.
-Pues anda y háblale –me motivó con una sonrisa irónica.
-No seas patético –intervino Chico -, nunca te va a pescar, acéptalo, no tienes estilo.
Cuando Chico se ponía extremadamente opaco en sus comentarios daban ganas de estrangularlo. Lograba hacerte sentir culpable, sobre todo si ya tenías decidido hacer alguna movida.
-No seas un amargado, Chico, que no te gusten las mujeres no significa que a nadie le pueden gustar –dije bromeando con sequedad.
-Tómate una Coca –dijo Pablo. Pero sabíamos que Chico no tomaba Coca-Cola: el brebaje aquél contenía cafeína y eso aceleraba a nuestro amigo tanto como si hubiese jalado. Reímos nuevamente. Los ojos de “los bacanes”, apodo que le habíamos puesto a nuestros compañeros cuicos y arribistas, se posaron nuevamente en nosotros, el trío de nerds. Pablo levantó su vaso y saludó a Iván, el bacán de los bacanes, que en ese momento repartía patadas en el aire al ritmo de Stereo MC´s. Iván le mostró los dientes y se tiró encima de Paula, la matea me-visto-a-la-moda, que soltó un agudo grito de sorpresa –cínico, por cierto- y se puso a bailar con el chimpancé que aprovechaba para correrle mano y tocarle las pequeñas tetas.
-El hombre es malo –comenté a Chico.
Chico frunció el ceño juntando por poco sus espesas cejas.
-No es malo –respondió sin mirarme-, sólo es ignorante.
Me gustaba proponer temas filosóficos existenciales de la nada, porque mis dos amigos seguían el juego y divagaban, aunque nunca llegábamos a la respuesta. Era un juego de niños que leían demasiado.
-No puede ignorar que es malo –contestó Pablo. Como siempre, una discusión entre Pablo y Chico se venía, claro que el primero lo hacía sólo para fastidiar al segundo. Entonces yo me mantenía al margen y observaba desde fuera el diálogo vacuo e intelectual que tanto detestaban los otros, ¿se creen mejores los huevones por hablar tanta huevada?
-No dije que ignorara la maldad, dije que es ignorante, lo que significa que no entiende, como tú –Chico arremetía contra Pablo.
-No sé –dijo Pablo-. Sólo sé que nada sé.
-Estúpido.
Pablo le dio unas palmadas en el hombro a Chico quien las rechazó sacudiendo con la mano el invisible polvo del sarcasmo.
-¿Y si le entrego la poesía? –dije mirando fijamente a Natalia.
-Si le entregas la poesía quedarás como fleto –agregó Chico-. Te digo que la poesía es de maricones sensibleros y a las minas le gustan los hombres, no un Lord Byron del siglo veinte.
-Y eso que la opinión viene de un hombre-hombre, Matías, hazle caso a Chico.
Sin aviso Chico lanzó un puñetazo al brazo de Pablo, pasando por encima mío, casi botando mi cerveza. Luego Chico volvió a su postura de gárgola que acecha maliciosa a los visitantes. Pablo tuvo que dejar el vaso sobre el parlante del equipo para carcajearse tranquilo. Natalia fumaba. Me dieron ganas de fumar también.
-¿Se pueden calmar el par de putas?
Pablo y Chico me miraron.
-Resulta que ahora te damos vergüenza, eh –dijo Pablo-. ¿Quieres ser bacán? ¿Quieres ser uno de ellos?
-Lo sabía. Un traidor en nuestras filas –dijo solemne Chico.
Ambos se apartaron de mi lado, ofendidos.
-¿Pero qué les pasa? –pregunté molesto por su actitud pendeja.
-Nada, qué nos va a pasar, ya sabía yo que la bacán de Natalia te iba a afectar el seso –dijo Pablo y tomó el vaso.
Agité la lata de cerveza. Nada. Vacía.
-Voy por otra.
-Y a mi qué. ¿Soy tu mamá acaso? –dijo un Chico resentido.
Me levanté. Para llegar a la cocina era necesario pasar cerca de Natalia. -Aprovecha y háblale –me aconsejó Pablo. O podía leer mis pensamientos o se me notaba en los ojos lo mucho que me gustaba Natalia.
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