EPITAFIOS
No sé si creerle a un tipo que recomendaba para la depresión cocaína a sus amigos.
No sé si creer las teorías de un hombre que no buscó sanar una enfermedad, sino que él se convirtió en una enfermedad para atacar el mal.
No le creo a un señor que asegura que el orgasmo es la búsqueda del principio primitivo, la nada, la muerte.
Freud yace en esta tumba.
Bien. Perfecto. Soy el sepulturero de otra religión sin fieles, sólo esclavos. He liberado mi mente del peso de la moda.
-No sé, no me convence. Hay mucha rabia escondida, un resentimiento.
-O sea, ¿se nota el resentimiento?
-Claramente.
-Gracias, Natalia. Ahora podemos decir que soy un escritor.
A veces creo que soy imprevisible. Entro en un lugar, y nadie me nota, me deslizo como el humo, sonrío, las personas me rodean, pero no pueden tocarme. Invisible. El perfecto asesino.
-Hola.
-Eh... hola.
-Ya sé- bajó los ojos y volvió a mirarme- no te acuerdas de mi.
-No, es la verdad, no me acuerdo de ti.
-Lucía...- dejó la palabra equilibrarse en sus labios.
-Ah... Lucía- dije con voz de perdedor.
-¿En qué andas?- pregunta y se apoya en la pared, bien cerca, demasiado, maldita perra.
-Estoy con Natalia- Respondí como un autómata que sufre de retardo mental. Lucía. Cómo estaba. Estaba en la edad donde no necesita sostén para exhibir una blusa roja cuyo escote es una cascada que arrastra la mirada hacia abajo, al resto del cuerpo, años atrás, hasta el ático de su abuela.
-Natalia es tu chica.
-¿Mi chica?
-Tu novia.
-Bueno, sí, llevamos un par de meses... – qué hacía contándole mi vida a Lucía.
Trataba que no se fuera.
Lucía vive en la calle donde yo crecí. Su casa estaba en una esquina. Grande, estilo Bauhaus, no en su mejor momento, pero Bauhaus de todos modos.
La abuela ocupaba todo el segundo piso. Era una mujer terrible, un ser hipocondríaco, un arrugado caracol sin concha.
Pero la madre de Lucía quería cuidar a la vieja, algo tenía que ver con los evangélicos. Dios daba la orden. Dios mandaba. Dios debió mandarla a un asilo. La vieja lo único que hacía era gritar garabatos contra los comunistas, los rotos, las albóndigas y la democracia.
Para llegar al ático y follarme a la niña de catorce tuve que entrar por la cocina, reptar por la escalera y esperar quince minutos a que la vieja saliera del baño, “demócratas de mierda”, gritaba, “eso quieren, matarme, eso tratan al darme de comer albóndigas”, “una vez vi un koala, era tan lindo”.
Yo tenía dieciséis. Ya estaba enterado del sexo gracias a una niña del colegio que cursaba cuarto medio y yo octavo. Con ella perdí la virginidad, durante una fiesta organizada por su hermana, mi compañera de curso. Luego me acostaría con mi compañera.
Pero Lucía fue distinto. Me alegré cuando supe que era virgen, creí que me ganaba el Loto. Lucía venía genéticamente predeterminada al sexo. Con tanto saltar pensé que el suelo del ático cedería, caeríamos justo en la cabeza de la vieja, “comunistas, hijos de puta”, pero Lucía no habría parado, la niña quería romper los pétalos, “dale con fuerza, con fuerza, quiero ser una buena mujer”...
-Fue un gusto, nos vemos por ahí.
Lucía se fue justo cuando llegaste tú, Natalia.
La vida no muere, sólo cierra los ojos. Pero hay mucha gente que está muerta, cuando es uno quien debiera estarlo. ¿Por qué mueren los genios? Ellos no necesitan estar muertos, sin ellos la Humanidad es sólo un refugio de huérfanos.
-¿Es amiga tuya?
-Lo era. Ahora está muerta.
-¿Muerta? ¿Qué estás tomando?
-El piojo me regaló un cuartito de tripi.
-¿Otra vez? Un día el piojo va a aparecer en su cama con el cerebro en la almohada.
El hombre se fue a agarrar el peor ADN. Tiene conciencia y puede reconocer la muerte. Veo como duerme mi perro, plácidamente acostado sobre mi cama, sin importarle un carajo la muerte o lo que estoy escribiendo. Y si pudiera preguntarle qué piensa de la muerte me diría: la muerte es cuando dejas de comer huesos. Simple y hermoso.
¿Por qué esa tristeza? Algo se va para nunca regresar y en vez de sentirnos liberados, dueños de más espacio, nos sentimos aún más solos. Muerte... ¿existirá el cobro revertido?
-Vámonos.
-Natalia, qué pasa, por qué el apuro.
-Es tarde.
-Disfruta la vida. ¿Has pensado que la vida es tan corta y tan largo el proceso de descomposición?
-Aj, eres un inútil. No estás pensando bien, ¿entiendes?
-Estoy perfectamente. Sólo necesito una secretaria que anote mis ideas, antes que mueran, que se vayan en los pensamientos de otro, una secretaria y una grabadora...
-Se te ha freído el cerebro.
-Yo creo. Vámonos mejor a la casa, Natalia.
A Natalia no le avergüenza tener que cuidar a un desarrollado ser humano. No le molesta quererlo. Ella me cuida y me dejo cuidar. Cuando apoya su cabeza en mi hombro puedo descansar de mi pirotécnica mente.
La caspa es una espantosa muerte. Tengo los hombros cubiertos por los restos de mi incinerada superficie craneana. Son las ideas hechas sal. Dicen que el stress produce caspa, pero en verdad es la cabeza.
Hoy vi un grupo de escolares saquear los kioscos de diario del Paseo Ahumada. El aire era gris y retocaba los edificios. Los gigantes de la ciudad, torres de Babel construidas por arrogantes que nunca preguntaron si uno quería ver el sol mientras caminaba por el Paseo Ahumada. Los escolares también se veían grises. Actuaban gris. Algo horrendo está pasando en la sombra de la sociedad.
domingo, mayo 08, 2005
FUERA DE FOCO: borrador indeleble. 2002 (3ª parte)
tecleado por Mat. cerca de las 2:37 p.m.
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