viernes, abril 29, 2005

FUERA DE FOCO: Borrador Indeleble. 2002 (2ª parte)

ANDAR DESCALZO



Escribo para no dormir. Si duermo, la noche luego se convierte en un estado de letargo in-zombie, me quedo con los ojos incrustados en la pintura resquebrajada del techo, pensando, pensando, qué puedo escribir, qué hago tirado en la cama, por qué no estoy escribiendo. Por eso mejor me lanzo a escupir palabras mientras el sol aún cuelga del cielo, hoy como una ampolleta de bajo wattaje, el invierno suele ser triste.
La asquerosa preocupación por el reloj. Falta que se haga costumbre encender incienso todas las mañanas y adorar al dios Minuto o a la diosa Hora, yo soy un patán, un vagabundo con estilo y no me alcanza el tiempo para mendigar por la vida una que otra alegría, lunes, martes, miércoles, jueves, viernes, sábado, domingo, lunes, martes, miércoles, jueves, viernes, sábado, domingo, lunes, martes, miércoles...
La gente absurda me pregunta en la calle qué hora es, qué sé yo, respondo, me miran como si fuera el anticristo, yo no uso reloj, no ahora que el 2002NT7 se me viene encima, no señor, por quinientos pesos se compran el Tiempo y el Destino en la calle, encerrados ambos en un plástico receptáculo de cristal líquido. ¿Qué cresta es el cristal líquido?
Hoy, por suerte, un taxista me sacó de mi aburrimiento. Dijo: las lesbianas han aumentado en este país por culpa del hombre.
-¿El hombre ya no cumple sexualmente?- pregunté interesado en su reflexión y el taxímetro de cristal líquido.
-Sexualmente, no –inició su cátedra sociológica-, la cosa va más allá, es que la mujer ha tenido que salir a buscar pega y el hombre no se pone con lo que debiera en la casa, algunos se quedan sentados, esperando que la pega venga a ellos, cuando es uno el que debería salir buscándola, y las mujeres no se sienten seguras con el hombre... ¿me apuro? Parece que va tarde.
-No se preocupe, si llego tarde les va a importar un carajo, y si me dicen algo, les cuento que venía hablando de lesbianas con usted.
-¿Y usted qué opina de las lesbianas?- preguntó con un dedo de perversión. Miré por la ventana. Lesbianas. Qué pienso de ellas.
-Si mi hermana fuera lesbiana, no creo que me importaría.
-¿Está seguro que no lo es?- como buen taxista era un refinado copuchento.
-No tengo hermana, en realidad no podría responderle.

La verdad es que una vez conocí a una lesbiana. Se hacía llamar Lucy, en honor a Almodóvar.
-Pero Almodóvar es gay.
-Sí, y no es un huevón prejuicioso como tú.
-No digas eso, já, prejuicioso yo, cómo se te ocurre.
-Porque todos los hombres, todos, son unos maricones reprimidos.
Me quedé callado. No vale la pena opinar sobre la sexualidad de los demás. Lo importante es estar seguro de la propia. Supongo.
Lleno mis pulmones del rancio aire de mi habitación. Estoy contento. Una revelación me ha dado un tremendo cabezazo. La verdad no existe, no es al menos una piedra que te puedas encontrar en el camino, levantarla, meterla al bolsillo y salir silbando.
Nadie conoce La Verdad. Este descubrimiento me provoca un orgasmo en el hemisferio derecho. El izquierdo se queda mirando.

La cosa en la vida es ser valiente, pelear como Muhammad Alí, aguantar hasta el último round y después dar el fatal golpe maestro, que nadie lo vea, que nadie lo note, rápido como una ardilla hambrienta, certero como el lobo en celo. Las mujeres me aman, los hombres me envidian, soy el mejor, que alguien se atreva a retarme, sólo con la mirada puedo derribar imperios. Imaginen mis puños.
También hay cosas que me perturban. Aprieto los puños y me convierto en una bomba esperando, ingresando al núcleo mediocre, revolcarme como un gusano caníbal en las mentes de los idiotas, aquéllos que sonríen por el poder imaginario que les otorga (psicóticamente) el poder de adquisición, fenómeno cada día más amplio, las orillas del arribismo están carcomiendo las costas de la cordura. Soy una bomba que espera una excusa para estallar y llevarse consigo, entre el fuego y los escombros, toda la mierda del mundo más allá de los límites del universo.
Natalia (no es su nombre, pero será de aquí en adelante) es la mujer que amo. Es más, ella es la única persona con sangre viva por sus finas capas capaz de soportar el flujo inestable de mi literatura. Ella dice que tengo todo el derecho a sentirme escritor, uno es lo que piensa todo el día, dice Emmerson –lo cita ligeramente y yo no tengo idea de quién es ese tipo-, entonces como yo vivo caminando por las calles de la vida escribiendo en las murallas, en la cara de los desconocidos, sin tinta ni papel, en voz baja, un murmullo motivado por un cerebro neurótico, encajado en la etapa oral freudiana, Natalia me ama, dice que soy escritor y yo le creo.
Me lo dice con un beso.
Adoro a las mujeres, Natalia es la que amo, sin lugar a duda, pero sigue siendo refrescante cruzarse con una mujer y el olor de esa mujer y el cabello de esa mujer, las caderas de una desconocida, Natalia sabe que la amo, aunque tiene claro (¿por qué amas tanto a un escritor loco?) que los otros elementos femeninos dejados por Dios en las fértiles tierras del deseo seducen mis sentidos. Son sirenas las mujeres, cada una seduce con una particular voz, sea hermosa como un crepúsculo en la Polinesia o fea como una descomunal polilla.
Natalia cree que los hombres sólo somos niños altos.
-Vámonos a la India –me dijo anoche.
-Olvídalo. Allá no te puedes comer un buen bistec. Algo tienen con las vacas.
-Come chancho entonces- se apura Natalia en responder, le fastidia que tome todo tan a la ligera. Como si irse a la India fuera simple.
-El cerdo me cae mal. Es cochino.
-El perro es más cochino, se come sus propias heces.
En la tele daban Pulp Fiction.
-¿Y qué se supone vamos a encontrar en la India, Natalia?
-Una espiritualidad que aquí no podríamos conocer.
-Te reto a que digas ESPIRITUALIDAD lo más rápido posible.
Natalia se enfada, se levanta de la cama y como un gatito amurrado se acomoda en el sillón a leer los Grandes Autores.
Puede leer seis, siete horas seguidas, inmóvil, cual araña a la espera de la mosca caída en la red. Trato de seguir su ritmo, me siento, abro el libro que sea que estoy leyendo, pongo la cara de ensimismamiento (o intento) que Natalia pone tan dulcemente y leo. A la media hora termino cortándome las uñas, lavando los platos de la cocina o tirando conchitas de mar a los transeúntes que pasan justo debajo del balcón del departamento.
-Así jamás vas a escribir bien- me dice medio enojada, medio maternal.
-Woody Allen lo dice y John Nash (ojo, premio Nobel) también lo dijo: no prestes atención a tus profesores, ellos nada te pueden enseñar.
-Ya, pero cúal es la relación con la lectura.
-Los libros son pequeños profesores desparramados en letras.

Gonzalo P. tenía la seguridad que después de los treinta años la brecha entre un profesor y sus alumnos es imposible de reducir. El profesor de treinta nunca llegará a entender las mentecillas de sus discípulos, porque es comprobadamente imposible que dos esferas generacionales distintas lleguen a un acuerdo. Sucede hasta en las mejores familias: el hijo no entiende al padre, el padre cree que su hijo es drogadicto, la madre odia al padre, pero también sospecha que el hijo rebelde es drogadicto, el hermano menor no entiende ni jota y finalmente es el más feliz.
La comida china me distrae de tanta cavilación filosófica repugnante. Natalia prefiere mil veces comer a lo hindú, harto curry, bien hippie buena onda, mucho incienso. El humo de las varitas aromáticas se me mete en la nariz y paraliza mis glándulas gustativas. Además la comida china tiene ese misterio de no saber si lo que uno se come es carne o un pobre gato callejero atrapado por distraído para ser rebanado con las técnicas más milenarias del cuchillo del maestro de cocina chino, que en los últimos años se ha visto reemplazado por un cocinero chileno instruido en las artes orientales del menú para dos y los arrollados primavera.
Una nueva mañana. Las sábanas las tengo contagiadas a la piel, la cama es el útero que vagamente recuerdo. A esto me refería con ser patán. Qué más lindo, relajante, inspirador, que quedar flotando en los sueños, en el olor de la noche, cerrar los ojos y tratar de penetrar como una bala de fuego en lo que soñamos y no podemos recordar.
El café en la cama es un ritual sagrado para Natalia. Mi cabeza se tambalea por la embriaguez del descanso, mis ojos pierden la órbita y los labios los tengo secos. Anoche fue feroz el sexo, eres tan antiromántico, ¿antiromántico?, qué palabrota más cursi, no me trates entonces igual que si hubieses pasado la noche con una prostituta, no seas sensible y sensiblera, Natalia, olvídalo, lo digo en serio, las rarezas de tu clan son inexpungables, las mujeres provienen de reinos hundidos en el mar, viven sumergidas en fantasías amorosas, viejas historias de caballeros, dragones y espadas, héroes magnos, vigorosos....
-Cállate y tómate el café, ridículo.
Ah. Nada como la buena música. Me ayuda a recordar los sueños.

“Una pareja de casados, amigos míos, estaban sentados en sillas de mimbre alrededor de una mesa redonda de oro. Él leía el diario al revés, ella hervía aire en una de sus palmas. Cerca, acostado en una hamaca elaborada de trenzas de cabello rojo, descansaba mi cuerpo. Algo hablaban, no podía escuchar, en el techo revoloteaban mariposas de colores que canturreaban una canción de Elvis. El viento entraba por una ventana con forma de ojo. Mi amigo se reía entredientes de los artículos en el diario. Ella, mientras, vertía el aire caliente en una taza de cristal. Echó luego granos de café, similares a capullos, y ofreció la taza a su esposo. Él se negó amablemente y me ofreció la taza. Acepté. El problema era que no lograba zafarme de la hamaca escarlata, así que ella tuvo que acercarse y darme a tomar como si yo fuera un enfermo recluido. Bebí del sabroso elixir. Mis huesos comenzaron a crecer dentro de mi carne, pero yo no crecía, eran sólo mis huesos. El dolor era insoportable. Con una sonrisa él me ofreció el diario, el cual agarré con furia y lo rajé en dos. Ambos rieron con ganas, pensé que morirían de tanto reír. Mi amigo entonces tocó con su dedo índice los labios de su mujer. Tranquilamente se acercó ella, contenta, radiante, y fue un profundo beso suyo el que apaciguó el dolor de mi cuerpo...”

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