miércoles, febrero 17, 2010

Un desconocido amigo.

Tenía hambre, estaba en Providencia y terminé ante la caja de un McDonalds pidiendo un combo X. Ahora, para mi arrepentimiento, pienso que pude gastarme la plata en la Fuente Alemana o el Dominó. En fin, las lucas fueron malgastadas y la insípida hamburguesa me quedó en una muela.
Lo que ocurrió mientras comía sentado en las mesas afuera del recinto del satánico Ronald es otro asunto. Quién no ha experimentado esa sensación de familiaridad ante un extraño que te encuentras en la calle y te recuerda a alguien de tu pasado, de manera tan potente, que te queda el sinsabor luego y la duda si era la persona que conocías y perdiste la oportunidad de retomar el contacto. Estaba yo sentado, dije, cuando aparecieron dos perros vagabundos: uno feo como una hiena y otro negro, con la mejor cara de labrador travieso. El perro-hiena no me llamó la atención, pero el labrador sí, con esos ojitos cafés con cara de pena mirándome mientras atacaba las papas fritas. Entonces atacó la nostalgia, la memoria se expuso, el viento corría helado y el rumor de la gente se fue apagando: recordé a Bilbo, un labrador negro que tuvimos mientras vivía con mis padres, un labrador negro que durmió en mi cama desde su primer mes hasta los ocho años. Bilbo se creía -estoy seguro- hermano de mi hermano y mío. El patudo incluso aprendió a dormir como un humano, se estiraba, apoyaba la cabeza en MI almohada y, cuando tenía suerte, me lograba empujar hacia la pared para estar más cómodo. Pero cuando mi hermano se fue de la casa, cuando yo me fui de la casa, y mis padres decidieron vender la casa, no quedó otra opción que pensar en otro hogar para mi labrador llamado Bilbo. Dicen que terminó viviendo feliz después de todo en una parcela. No lo sé. Lo que sé es que hoy lo vi en los ojos tristes de un labrador callejero y, aunque me esforcé en convencerme que no era él, terminé por darle la mitad de la Mcnífica que estaba engulliendo porque no podía sacarme de encima el sentimiento -optimista- que tal vez era Bilbo, que había escapado de la parcela buscándonos hasta llegar a las calles de Providencia.

Me bastó mirarlo con detenimiento hasta caer en la cuenta que no era un Bilbo, era un ella.

Me paré, miré esos ojitos apesumbrados, y me alejé de aquel fantasma del pasado y del mundanal ruido.

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