sábado, febrero 09, 2008

Jaime Bond.

Iba de paso por la plaza Ñuñoa, acalorado, pensando en la suerte bendita de los esquimales y sus 44 nombres para “nieve”, carajo de sol, me arde el cerebro, y fue el cerebro el que me dijo, atina, tómate una chela helada, importada, en la sombra de alguno de todos los locales.

En la barra, la mano izquierda rodeando la redonda y refinada botella de una Corona, mirando mi yo en el espejo y las gotas de sudor en la frente. De pronto, un extraño de pelo canoso, alto, entre los cincuenta y los sesenta años, se sienta en el banco del lado.

-Un martini –dijo tranquilamente con acento gringo-, agitado, pero no revuelto.

Ja. Éste se cree James Bond.

-Qué tal, mi nombre es Bond, James Bond.

Con el vaso a medio camino hacia mi boca quedé fuera de órbita.

-¿Cómo?

-Soy inglés, y mi nombre es…

-Ya, si ya dijiste esa parte –un demente se sumaba a mi calurosa tarde-, que coincidencia que te llames Jaime Bond.

-¿Coincidencia, niño? Nunca pronuncio mi nombre en vano. ¿Jaime?

Solo. Aburrido. Qué más daba seguirle el juego al farsante.

-O sea, eres Bond, el comandante de la marina que trabaja para MI-6, que vive como un playboy, seduce a las minas más ricas mientras salva al mundo de las hecatombes provocadas por maniáticos megalómanos que intentan cibertrónicamente de apoderarse del mundo.

Me miró como si yo fuera un idiota irrespetuoso.

-Por supuesto. ¿O me parezco al freak de Austin Powers?

Se ponía entretenida la cosa.

-¿Y qué lo trae a la plaza Ñuñoa, míster Bond?

-Pues nada. Aquí de vacaciones, viajando por el sur del mundo, que está de moda en Europa, you know, la rara geografía de Chile y los excitantes paseos a las Torres de Zaire…

-Torres del Paine –corregí.

-Whatever.

-¿Ninguna misión en particular?

-No. Aquí no existen al parecer megalómanos con el poder de crear naves espaciales, palacios de hielo, ciudades submarinas, the usual… Esperemos que el tratado de libre comercio amplíe las posibilidades de maldad de algún genio en ciernes –bebió el martini de una-. Además estoy viejo para tanta parnafernalia, así que adelanté mi seguro social… ¡Otro, please, y agitado, no revuelto!

James Bond se sentía viejo. Más de cuarenta años de peripecias cansan a cualquiera, supongo.

-Este… -¿se cumpliría mi sueño?- me gustaría poder ver tu licencia para matar.

-Oh –exclamó a la inglesa mientras posaba la mirada en las redondas tetas de una rubia teñida-, give me a second.

Bond se levantó, absorbió el segundo martini, y tranquilamente desenfundó su WALTER PPK. De dos tiros en el pecho hizo desaparecer al barman debajo de la barra. Acto seguido sacó su billetera y me mostró la licencia. En efecto, license to kill con firma de M.

-I told him, agitado pero no revuelto.

Guardó la pistola, dejó unas libras esterlinas sobre el mesón y se fue directo hacia la teñida tetona.

Me fui en la micro pensando en cuál era la mejor James Bond movie. Definitivamente era Dr. No. Y después, claro, Desde Rusia con Amor.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Definitivamente, te pasaste con la dosis....