martes, octubre 02, 2007

¿Quién se pone en tus zapatos?

z.

Terminó de comerse el plátano. O casi todo el plátano. Aún le faltaba botar esa como sea que se llame cosa negra al final (¿o principio?) de la banana y la cáscara. Lo pensó antes de corroborarlo: en la plaza no habían basureros. Sí juegos para niños, pasto bien cortado, carteles advirtiendo a quienes sacan a pasear sus mascotas -perros, siempre perros, nunca veremos un gorila, pensó, el gorila terminaría paseándote a ti- que el recoger en bolsas las defecaciones de los animalitos no corresponde al municipio, por tanto, son carteles que apelan al sentido común. Digamos, que te puedas sentar a la sombra sin preocuparte de ensuciar tus recién lavados pantalones con la mierda que un perro debe evacuar. La vida es así, reflexionó, tiene su parte natural pero asquerosa; aquel momento de intimidad en que se debe eliminar del sistema lo masticado, tragado y procesado. Y un pensamiento le hizo sonreír: le vino una sensación como eléctrica y ligera al pensar que en los pasillos de la Casa Blanca, una de tantas puertas debe ser el baño donde Bush entra cada día y, quién sabe, toma las decisiones más importantes respecto de la política interna y foránea de los Estados Unidos.
Alguien se sentó junto a él. No era extravagante ni llamativo, por lo que se ahorró la descripción mental del desconocido para guardarla en la memoria.
-Ponte en sus zapatos, ¿qué harías tú? -dijo mirando al frente, su rostro la verdad, porque sus ojos parecían perdidos en ese tenue mundo que existe sólo en el aire.
-En los zapatos de quién -replicó, algo incómodo ya con la cáscara de plátano y el olor que comienza a emanar si no te deshaces rápido de ella.
-En los zapatos de Bush; pobre tipo, con esa cara de elfo, ese porte de elfo, esa sonrisa lejana de inteligencia, ternos con tallas que nunca encajan con su cuerpo... Y tener que dirigir el país más poderoso del mundo. ¿Cómo te sentirías tú?
Dejó la cáscara a un lado para intervenir en la discusión con mayor comodidad.
-No entiendo cuando hablan de ponerse los zapatos de otro. Es como si de pronto los seis mil millones de seres humanos en el planeta calzaran lo mismo y los zapatos adquirieran poderes mágicos que nos permiten entrar al núcleo, al centro, colocarnos bajo las tormentas sinápticas y empatizar con el otro al punto de sentir lo que siente, de pensar lo que piensa, de temer lo que teme. Es una frase patética y deshonrosa, porque llama a extinguir los ideales propios, las batallas que uno enfrenta, a rendirse ante alguien que pide misericordia y llama a "que te pongas en sus zapatos". ¡Que se pongan en los míos! ¡Que Bush o cualquiera que requiera de mi comprensión se ponga primero en mis zapatos y damos una vuelta a la manzana cada uno con los zapatos del otro, comprendiendo al unísono qué es lo que tanto nos apremia que debemos llegar al extremo de compartir prendas de vestir! ¡COMO UNOS ZAPATOS!
El desconocido no se inmutó. Frunció la nariz y olfateó el aire.
-¿Ha comido banana?
-Sí.
-Mmm... -guardó silencio unos segundos-. Lástima que no hayan basureros cerca.

z.

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