jueves, agosto 23, 2007

Viajero: destino muerte.


(fragmento largometraje)


PANTALLA EN NEGRO. SONIDO DE METRO/SE FUNDE CON SONIDO MOTO.

CORTE A:

ext. camino rural- día

Miguel viaja sobre una motocicleta, vestido con el impermeable y el traje negro, y unos lentes de cuero similares a los de un aviador. Levanta una densa polvareda.

Miguel (v.o.)

Toda historia tiene un comienzo... todo viaje un principio... Lo único que no existe es el final, el que no puedes adelantar... o tal vez sí... todo depende si sobrevives...

Miguel pasa junto a un decolorado cartel que dice “La frontera”.

CORTE A:

ext. Bar la frontera- día.

Miguel estaciona su moto frente a un bar en medio de la nada. No hay otros vehículos. Golpea suavemente sus ropas para quitarse el polvo. Guarda las gafas en uno de los bolsos que cuelgan en la parte trasera de la moto. Miguel nota que del techo se sostiene un roñoso cartel que dice “Bar La Frontera”. La entrada al bar es similar a las puertecitas de bar de una película de cowboys.

CORTE A:

int. Bar la frontera- día.

Miguel entra al bar. Los clientes, tres hombres de mediana edad, sucios, vestidos con overoles azules, que sobre la mesa tienen seis botellas de cerveza, se fijan en su entrada. Un anciano de oscuras gafas sentado en la barra no le presta atención. Miguel se queda ante la entrada y su oscura figura se recorta contra la luz del mediodía. Uno de los hombres, de anchos hombros y notorio estomago, se arremanga el overol y mira despiadado a Miguel, quien le devuelve la mirada por un momento, pero luego camina hacia la barra. Los tres hombres conversan en voz baja. Miguel se sienta en la barra, cerca del anciano, y busca quien atiende. No hay nadie.

Anciano

Usted viene de lejos ¿no?... el sonido en el motor de su moto me lo indica. Ha viajado toda la noche.

Miguel bosteza. Vuelve a mirar si hay alguien por ahí que le atienda.

Anciano

Cansado ¿eh?

Miguel

¿Es usted el dueño de este local?

Anciano

(sonríe) ¡Ja! No, no, no. Yo solo vengo a tomar algo de vez en cuando.

Miguel se percata que el anciano no tiene ningún vaso frente a él. Busca entre los bolsillos de su impermeable una cajetilla de cigarros.

Miguel
(dirigiéndose al anciano)

¿Dónde exactamente estoy?

Anciano

Ah, es usted un viajero, de esos sin rumbo.

Miguel

Mhm... desde anoche.

Anciano

¿Y puedo preguntar qué fue lo que le hizo partir, señor...?

Miguel
(sin responder la pregunta)

Partí por algo que no quiero recordar...
(gritando por encima de la mesa)
¡Hey! ¿Alguien por ahí?

El anciano acerca su banco hacia Miguel. Éste mira extrañado el movimiento del anciano.

Anciano

Yo también partí hace mucho tiempo... pero aquí fue lo más lejos que llegué... y no por decisión propia, no señor viajante desconocido, sino por amor, un amor que pensé sería eterno y fiel...

Miguel

Yo tuve el amor de una puta, señor...

Anciano

Alegría. Cansino Alegría.

Miguel

Alegría. Un triste apellido para vivir por estos lados...
(gritando nuevamente)
¿Aló?

Anciano

Sí, es triste. Pero cuando llegué, años atrás, después de la Guerra, este desolado lugar parecía el paraíso.

Miguel

¿Fue en la Guerra que perdió la vista?

Anciano

¿Mi ceguera? Oh, no. Los ojos los perdí por una mujer.

Miguel

Cría cuervos...

Anciano

Después de la Guerra, cuando los camiones militares nos llevaban de regreso a la ciudad, pasamos por aquí, en interminables filas de soldados felices de no haber perdido la vida o algún miembro del cuerpo. Pero a mí nadie me esperaba. Claro que estaba contento de haber salido de las trincheras, pero en cierta forma me sentía más solo que nunca. No tenía con quien compartir mi vida. Entonces, bajo un árbol, el único que había divisado durante el trayecto, la vi a ella parada bajo la sombra, saludando alegre a los infantes... ¿Lo aburro, señor?

Miguel enciende un cigarro.

Miguel

No tengo prisa en marcharme.

Anciano

Bien, bien... Bueno, ahí estaba ella, con un simple vestido rojo que el viento ceñía a su delgado cuerpo. ¡Dios mío, que figura más hermosa! Y su sonrisa... su sonrisa era la delicia de la inocencia, perdida para mí durante la guerra... No tuve que darle muchas vueltas. Bajé del camión y me quedé junto al camino esperando a que el último de los camiones se alejara. No quería tener ninguna posibilidad de arrepentirme.

El hombre del arremangado overol suelta un estruendoso eructo. Sus acompañantes ríen. Miguel se gira, molesto.

Anciano

No les preste atención. Aquellos que son simples merecen un trato simple. ¿En qué iba?

Miguel mira al anciano.

Miguel

No quería arrepentirse.

Anciano

Ah, claro. Bueno, todos se fueron. Y sólo quedamos ella y yo. El romance fue inmediato, espontáneo, como si ella hubiera estado esperando a que la Guerra terminara para yo aparecer.

Miguel

Como dicen: el amor es ciego.

Anciano
(sonríe)

Y bien lo sabré yo, si a las dos semanas estábamos casados. Oh, señor viajero, no le miento si le digo que fuimos felices, en todos los sentidos, usted comprenderá...

Miguel

Claro, hasta que ellas deciden probar otra cama.

Anciano

Oh, no. Ella era fiel. Demasiado fiel. Y ahí fue que comenzaron los problemas. Verá, yo tenía reiteradas pesadillas acerca de la Guerra. Terribles escenas me atacaban durante el sueño. Ella permanecía despierta toda la noche, cuidándome, dándome agua...

Miguel
(suspira)

Agua.

Anciano

Caminaba kilómetros para traer agua fresca. Y así, durante varias interminables noches las pesadillas se repetían. Hasta que un día ella me dijo triste como nunca la había visto que estaba embarazada.

Miguel

Ah, un hijo. ¿Hombre o mujer?

Anciano

Ninguno de las dos. Yo no quería el hijo, después de haber sufrido la guerra. Pero ella estaba tan feliz...
(guarda silencio)

Miguel apaga el cigarro.

Miguel

¿Ella lo dejó?

Anciano

No, no... una noche, la única noche que ha llovido en este lugar olvidado por Dios, desperté de mis pesadillas, pero no pude levantarme. Ella me había amarrado a la cama. Grité su nombre, desesperado, para que me soltara. La vi entrar con el mismo vestido rojo con el que la viera la primera vez, aunque no sonreía, al contrario, lloraba suavemente. Le pedí que me soltara. Se acercó a la cama con el jarro del agua y se sentó junto a mí. Me dijo “yo sé como puedes olvidar la guerra”. “Cómo”, le pregunté. Con un beso me cerró los ojos. Luego me besó la boca. Y entonces sentí que algo me quemaba la cara. Los ojos. Era ácido. Soltó las amarras y grité de dolor, me toqué los ojos quemándome las manos...

El anciano le muestra las palmas quemadas y un leve asombro aparece en la cara de Miguel.

Miguel

Y eso es amor fiel para usted. A mí me parece demencia.

Anciano

Pues claro. Ahora que no tengo ojos ya no pienso en la Guerra. Sólo trato de recordar el rostro de mi esposa.

Miguel

Mhm... Claro. Esa es la solución. Quemar los ojos de tu pareja y de pronto todo es un cuento de hadas... ¿Dónde está?

Miguel busca otro cigarro.

Anciano

Cuando pude levantarme de la cama, adolorido y ciego, la busqué por la casa. Finalmente salí y me topé con algo. Desesperado palpé qué era hasta que lo supe. Era ella, que se balanceaba de una viga con las ropas húmedas por la lluvia... Ella y mi hijo. No sabe lo difícil que es enterrar a alguien sin poder ver el cuerpo...

Miguel mira atento al anciano, conmocionado por la revelación. El anciano, cabizbajo, pareciera estar reflexionando.

Anciano
(melancólico)

Al menos ya no recuerdo la Guerra.

Miguel mira en silencio al anciano como si estuviera viendo su propio futuro. Observa las palmas quemadas del anciano y mira la mano con la cual sostiene el cigarro. Fuma.

Anciano

¿Quisiera ver mis ojos?

La mirada de Miguel rápidamente se fija en los lentes del anciano. Apaga el cigarro.

Miguel
(pausa)

No creo que haya mucho que ver...

El anciano se inclina hacia Miguel.

Anciano

Se equivoca.

Lentamente el Anciano se quita los lentes. Miguel, petrificado, no puede creer lo que está viendo.

(...)

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