viernes, agosto 24, 2007

El lado B de Perico.

Existen mujeres que se visten de cielo, ropajes ligeros de tono azulado, y que guardan la más refinada dedicación al arte femenino de la seducción, juego alegre y peligroso, febril y certero, el arte de cegar la vista del hombre y controlar su cuerpo. Mujeres he visto. Diosas altivas, esclavas profanas, prostitutas, castas, mujeres he tenido en variadas e incontables oportunidades. Son las mujeres una tentación que se desplaza y anida de una en otra; la belleza, el amor, el placer, la muerte. Y renace siempre -la tentación- del cuerpo desnudo de una mujer; el perfume es distinto en todas. Una mujer es un jardín de aromas.

Una mujer me quitó la vida. Pero ya llegaremos a eso.

Recorrí desde temprana edad las sucias calles de las grandes ciudades. Huérfano a los ocho años; mi madre murió de frío sentada en una gris acera. Yo era tan sólo un niño y mi única alternativa en aquel momento de mi vida fue un grupo de cuatro vagabundos.

Perdido, rodeado de adultos ebrios sin mayores metas que morir por el abuso del alcohol, a los trece años corrí lo más rápido que pude, alcancé uno de los vagones del tren que pasaba aquella noche por los rieles de alguna gran ciudad, y me alejé del fracaso con una sonrisa. Cinco años de mi infancia me cuidé solo. A los trece años ya no tenía miedo de avanzar por mi mismo; el tren me sacaría del túnel y el mundo se abriría ante mí como un arco luminoso.

Y así fue.


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