sábado, marzo 03, 2007

Ocho años atrás, veamos cómo pensábamos.

Pontificia Universidad Católica de Chile

Facultad de Ciencias Sociales

Escuela de Psicología




Psicoanálisis I

Profesor: J. Coloma

Trabajo de Psicoanálisis

El Hombre de los Lobos

Matías Cornejo
Gonzalo Muñoz
Cristián Saavedra
Alejandro Sáez

Semestre, 1999.



..............................................................................

Introducción.

El trabajo que expondremos a continuación tiene su origen en los antecedentes arrojados por el análisis de un caso particular de neurosis grave, conocido por el nombre de El Hombre de los Lobos. Su historia clínica reveló que había sufrido de una fobia a los lobos a la edad de cuatro años, seguida por una neurosis obsesiva que duró hasta la edad de diez años. A partir de esta época, se mantuvo libre de sufrimientos. Empero a los dieciséis años contrajo la gonorrea, desarrollando la enfermedad que lo llevaría, luego de intentar con otros terapeutas(1), a la consulta de Sigmund Freud en el año 1910. Por tanto, “...este caso [...] debía concebirse como secuela de una neurosis obsesiva que se extinguió de manera espontánea, pero sanó deficientemente”(Freud, 1915).

Además de su excepcional complejidad, es una característica digna de mencionar que los datos aportados por el paciente, y que dieron lugar al diagnóstico de la histeria de angustia de la infancia, están sujetos a todas la limitaciones y distorsiones que representa la visión retrospectiva de la enfermedad y, por tanto, de su historia clínica. Pero, por otro lado, entrega una mayor riqueza de contenidos por cuanto el sujeto adulto está mejor capacitado para expresar en palabras y pensamientos las circunstancias de su enfermedad. En definitiva, si bien el análisis por observación directa de un niño tiene mayor valor probatorio (es más convincente), el análisis de un adulto seguirá siendo más instructivo. Gran parte del comentario de este caso se refiere al problema de saber si los traumas o fantasías primitivos databan de una época muy temprana de la vida o más bien eran fantasías posteriores proyectadas retrospectivamente.

Sobre la importancia de este caso en particular, dada su complejidad y singular potencialidad, Freud apunta: “Sólo se puede aprender algo nuevo de análisis que ofrecen particulares dificultades, cuya superación demanda mucho tiempo. Únicamente en estos casos se consigue descender hasta los estratos más profundos y primitivos del desarrollo anímico y recoger desde ahí las soluciones para los problemas de las conformaciones posteriores”(Freud, 1915).

Antes de entrar plenamente en los detalles y circunstancias especiales del caso, debemos decir que este análisis tuvo lugar en un momento en que Freud pone a prueba, de alguna forma, los conocimientos adquiridos durante años a través de la especulación y la experiencia. En este sentido, este texto se podría catalogar como una aplicación práctico-teórica de todas las herramientas de un Freud en el apogeo de su capacidad y representa, de cierto modo, un manual de terapia psicoanalítica.

En un principio, el tratamiento fue difícil e infructuoso. El paciente denotó una considerable resistencia, se oponía al acceso al inconsciente, al secreto de la neurosis. Freud intentó vencer este obstáculo poniéndo una fecha límite, de modo de presionar al paciente a revelar los contenidos ocultos: “Y bajo presión intransigente que aquél significaba [el propósito de respetar el plazo], cedió su resistencia, su fijación a la condición de enfermo, y el análisis brindó en un lapso incomparablemente breve todo el material que posibilitó la cancelación de sus síntomas” (Freud, 1915).

Los hechos que rodean esta historia clínica son fundamentales para entender el cuadro general. El paciente en cuestión era el menor de dos hermanos. Su hermana era dos años mayor que él y su relación con ella fue fundante en el desarrollo de la neurosis. Lo aventajaba en muchos aspectos. Era inteligente, sensual, abusiva. Constantemente sus padres remarcaban y valoraban sus virtudes, lo que despertaba la envidia del paciente. Solía maltratarlo sádicamente y, al mismo tiempo, tenía conductas de seducción hacia él que explicaba mediante analogía con la cuidadora del niño, su amada “ñaña”: “La hermana le agarró el miembro, jugó con éste y tras eso dijo a modo de explicación unas inconcebibles acerca de la “ñaña” (Freud, 1915). Su conducta, según Freud, podría atribuirse a una dementia praecox incipiente. Además, ambos padres padecían de algún tipo de enfermedad: su madre sufría de afecciones abdominales y su padre, entenderíase después, era maníaco-depresivo. Todos estos datos dan cuenta que nuestro paciente era dueño de una considerable herencia neuropática.

Como no le era posible volcar su pulsión sexual hacia su hermana, puesto que ella representaba un sujeto hostil, buscó su objeto de amor en la “ñaña” e intentó seducirla exhibiendo su onanismo frente a ella. Por supuesto, ella desautorizó aquella conducta y lo reprendió, diciendo que los niños que hacían eso se les producían “heridas”. Este discurso apuntaba a la concretización del complejo de castración, cuestión que vería confirmada cierta vez que vio a su hermana y a una amiga de aquella orinando. Ellas “no tenían pene”, habían sido castradas. Este desengaño tuvo como consecuencia directa un aflojamiento de su dependencia con su “ñaña”, lo que se tradujo luego en un verdadero encono hacia ella. Comenzó así a buscar en secreto un nuevo objeto de amor, que resultó ser su padre.

Por aquel entonces, su conducta sufrió un abrupto vuelco. Dejó de ser el niño apacible que había sido y se tornó un niño rebelde, violento y atormentador. Ese cambio tendría su origen en el deseo de satisfacción sexual masoquista que recibiría del padre. Sus ataques eran mayormente dirigidos hacia la figura paterna y buscaban el castigo por parte de éste, logrando así la satisfacción sexual por parte de su objeto de amor. “Así la incipiente vida sexual regida por la zona genital sucumbió a una inhibición externa y por el influjo de ésta fue arrojada hacia atrás, hasta una fase anterior de organización pregenital” (Freud, 1915), es decir, una regresión a la etapa sádico anal con sus respectivos caracteres sádico-anales (irritable, atormentador, etc.). Como su objeto principal de amor seguía siendo su “ñaña”, sus tormentos fueron dirigidos hacia ella. “Así se vengaba de ella por el rechazo sufrido [sofocación del onanismo] y al mismo tiempo satisfacía su concupiscencia sexual de la forma correspondiente a la fase regresiva” (Freud, 1915)

Todos estos elementos fueron el material de fantasía que pretendieron extinguir este recuerdo, que más tarde pareció chocante al viril sentimiento de sí del paciente. Es decir, en su fantasía él fue, o habría querido, ser agresivo. La verdad es que fue más bien pasivo, fue tocado y luego golpeado (meta pasiva).

De esta manera nos hemos acercado tangencialmente a la materia que nuestro trabajo pretende tratar en profundidad y que se refiere a la manera particular de resolver la situación edípica del paciente, que en este caso experimenta una tendencia homosexual. Lo principal, es revisar la óptica psicoanalítica al respecto.

Reflexión Creativa: La marginalidad como causa de la neurosis homosexual.

Este punto estará orientado a discutir el concepto de homosexualidad y su evolución en la teoría de Freud a partir del concepto de perversión. Este enfoque, apoyado en conocimientos personales, encontrará su resolución en una revisión de lo que se entiende por homosexualidad y cómo se trata el tema.

Ciertamente debemos aceptar la existencia de una conducta sexual alternativa a lo largo de la historia, orientada a satisfacer una necesidad que no parte del deseo de conservación de la especie, sino que provee una satisfacción que Freud anidó dentro del marco de las perversiones. Es decir, la homosexualidad es una perversión, puesto que hay una desviación de la meta sexual hacia un fin que no corresponde a la función de reproducción.

Aunque la homosexualidad se ha practicado (o vivido, en realidad) desde los albores de la historia y a todo nivel social, la sociedad ha procurado siempre , por un lado, sofocar estas tendencias homosexuales y por otro, ocultar su existencia. Bien cabe preguntarse por qué. Tal vez se subentiende a la homosexualidad como una conducta impropia del ser humano, por cuanto los animales no-humanos no están capacitados para comprender la existencia de un tipo de relación sexual más allá de lo que la conducta sexual instintiva les provee(2). Fácilmente podríamos de esta manera inferir que la homosexualidad tiene su origen en una determinada configuración psíquica cuya complejidad es sólo accesible al ser humano y al tipo de relaciones que se dan dentro de esta especie. Apreciado desde esta panorámica, no cabe más que adscribirse a la concepción freudiana, la cual es que la homosexualidad tiene un origen psíquico, es un acto psíquico de pleno derecho.

Una perversión como la homosexualidad aparece ante todo como una variante de la vida sexual, a saber, todos los individuos sin excepción, son capaces de elegir un objeto de afecto del mismo sexo, y que todos han efectuado esta elección en su inconsciente. De este modo, la homosexualidad sería, como cualquier neurosis, producto de una configuración psíquica aleatoria, pero no por eso sana; es a lo menos no deseable. Entonces a lo que apunta esta discusión es a recalcar que si bien Freud no condena la homosexualidad en sí, ya que cualquiera está sujeto a “padecer” esta enfermedad, la homosexualidad sigue siendo una enfermedad. ¿Será realmente una enfermedad o tendremos que aceptar que pueden existir una conducta sexual no conducente a la reproducción propia del ser humano y comprometernos, por tanto, a la existencia de una vida sexual alternativa y válida?

Evidencia biológica podría sofocar los planteamientos freudianos respecto de esta elección objetal, arguyendo evidencias que presentan a la homosexualidad como producto de una disposición hormonal especial, opuesta a los caracteres sexuales primarios, pero tendiente a experimentar satisfacción en un ser del mismo sexo. ¿Dónde está aquí la neurosis? Creemos que se origina por los siguientes factores: la población homosexual, cuya desviación de la elección de objeto es a causa de esta disposición hormonal, está expuesta a engendrar síntomas neuróticos debido al choque conflictivo con la sociedad que los percibe pero margina y que además reprime estas pulsiones sexuales no menos lícitas que las de cualquier persona.

Hemos visto ya que homosexualidad y perversión son dos conceptos íntimamente relacionados. Puesto que el primero no es un concepto central en la teoría freudiana, buscaremos la evolución del concepto de perversión para dar solución a lo que se entiende por homosexualidad desde el psicoanálisis. Con ese basamento discutiremos su impacto en la conceptualización de la homosexualidad como manifestación en la cultura.

Debemos puntualizar primero que toda comprensión clínica del proceso perverso encuentra obstáculo en criterios morales y sociales que bien pudieron afectar en su tiempo las investigaciones del propio Freud. Pero debemos también decir en su favor que, en general, su teoría cuestionó dura y agresivamente el concepto de normalidad de su época; con Freud la perversión se inscribe en la norma misma.

Una primera concepción de perversión se relaciona con la noción de pulsión. La perversión podía ser una desviación relativa al objeto de la pulsión sexual o una desviación respecto de su meta. Establece una relación directa entre neurosis y perversión por cuanto los síntomas mórbidos representan una conversión de las pulsiones sexuales que cuando no encuentran expresión se convierten en neurosis. La sexualidad infantil es necesariamente perversa, puesto que impone objetos y metas que no son el objeto y la meta sexuales “normales”. De persistir estas pulsiones parciales en el adulto, serían consideradas tendencias perversas.

Se agregaría luego como complemento un acento en la plasricidad de los modos de satisfacción pulsional (variable en función de la historia del sujeto). Habrían cuatro tipos de destinos pulsionales: represión, sublimación, transformación en lo contrario y vuelta sobre la propia persona. En las perversiones operan , por una parte, la transformación en lo contrario (que denota un retorno de la actividad hasta la pasividad) y, por otro lado, una inversión del contenido del proceso pulsional (como la transformación del amor al odio). En esta etapa de las elaboraciones freudianas, las perversiones son sólo especificadas en cuanto aparecen como “contrapartida de la neurosis”.

Ambos momentos de la evolución del concepto de perversión sólo confirman las aseveraciones que hicimos en un principio, las cuales dicen que Freud entiende la homosexualidad, siendo ésta una perversión, como una desviación de la normalidad. Se subentiende que sería deseable que estas personas se “curaran” de alguna forma, por difícil que parezca.

No queremos contrariar de plano esta afirmación, pero creemos que puede estar limitada, en cuanto considera sólo la actuación de agentes psíquicos y no toma en cuenta algún determinante biológico. La sexualidad, en primera instancia, se apuntala hacia acciones que nuestra propia naturaleza hace intencionales. Parece lógico entonces pensar que la homosexualidad puede ser abordada desde dos planos: uno psíquico y uno biológico. En el primer caso, la homosexualidad es sin duda el resultado de una neurosis, producida o aumentada por acontecimientos vitales derivados de la infancia y se debe encauzar, para una mejoría de esta “enfermedad”, la sexualidad hacia la meta que debió orientarse naturalmente. En el segundo caso, habría que decir que la persona en su homosexualidad se encuentra en el campo sexual que le corresponde (de acuerdo a su constitución orgánica) y la labor de la sociedad no debería ser reprimir, sino aceptar y permitir el desarrollo de un mundo ajeno a la “normalidad”, pero con derecho a expresión.

Demás está decir, que estamos conscientes de las limitaciones empíricas de nuestras afirmaciones, pero nuestro cuestionamiento no deja de ser válido por este hecho.

Respecto de las últimas ideas planteadas, nos gustaría dar cuenta de que circunscribir a la homosexualidad dentro del marco de las perversiones puede definir una conducta social marginatoria de este grupo, más que cualquier otro que sea víctima de una neurosis. Las perversiones están estrechamente relacionadas a conductas humanas reprochables y abominables. Obviamente, quienes integren el grupo homosexual marginado tenderán a exagerar sus diferencias con el mundo que los distancia como forma de rebelarse ante él. Están expuestos a incubar neurosis debido al aislamiento social y por la necesidad de actuar de modo distintivo y exacerbar su condición aparentemente “especial”. El mundo los divide y se divide ante ellos.





(1)En su ensayo “De la historia de una neurosis infantil” dedica un par de líneas ciertamente irónicas a este respecto: “...el enfermo pasó largo tiempo en sanatorios alemanes y fue clasificado en esa época por las autoridades competentes de maníaco-depresivo.

(2)No queremos decir que no existan conductas homosexuales entre animales. Éstas se pueden dar. Sólo queremos enfatizar que no es posible que las entiendan como tales y que más bien son conductas azarosas que buscan la satisfacción sexual, pero que no corresponden a una identificación con una nueva categoría de orientación sexual.

No hay comentarios.: