sábado, septiembre 16, 2006

Disco C:

Debemos acordarnos sólo de aquellos momentos en el tiempo que dejan una marca positiva y particular en nuestra memoria; a saber, recuerdos agradables que valgan la pena evocar. Y más aún, aquellos particulares recuerdos deben estar siempre ligados a personas y situaciones que no parecen de la vida real, sino la escena de una película que uno vio hace muchos años.

Mi padre y yo en algún lugar del sector industrial de Quilicura –creo que era Quilicura- en dirección a una fábrica de lubricantes para auto. ¿Qué hacíamos camino a una fábrica de aceites? Pues la respuesta recae en un hombre mayor, el dueño de la fábrica, que nos esperaba a mi padre y a mí.

Llegamos. Mi padre nos presenta, dice que venimos a ver al señor D. Loibetich. Nos hacen pasar. Estoy, junto a mi padre, al interior de las oficinas de una fábrica de lubricantes para motores, y el ambiente es anacrónico, es la típica oficina de una fábrica de lubricantes, me imagino, no puede ser de otra forma.

Entramos a la oficina del señor Loibetich. Nos recibe un individuo pequeño, de gruesos lentes, pelo cano, afable, rasgos de Europa Oriental: si bien recuerdo, el dueño de la fábrica. En las paredes colgaban calendarios con la marca del aceite, habían afiches promocionales, las carpetas tenían el nombre del lubricante, estaba por todas partes, absolutamente todas partes.

Pero el tema que fuimos a hablar con ese señor dueño de una fábrica de lubricantes era otro: íbamos a hablar con él de relojes Cucú. Los relojes eran la pasión del señor Loibetich y había arreglado un reloj Cucú perteneciente a mi familia sólo por “hobby”. Habló también de los remates, de revistas especializadas en relojes, de su membresía en el Club de Coleccionistas de Relojes (o algo así). Y de lo costosos que eran.

Esa tarde la tengo bien marcada en mi memoria. Es que fue todo un evento.

1 comentario:

M dijo...

el arregló nuestro cucú???
m