jueves, marzo 30, 2006

No eres el centro del centro, entiendes.

M no entiende y trata de entender, pero pierde la paciencia y luego prefiere no pensar en eso: por qué, aunque esté listo tres horas antes, llego tarde donde quiera que sea que tengo que ir. Yo le insisto que va en el código genético que mi padre encriptó cuando junto a mi madre decidieron tenerme. Pero eso tampoco es cierto: mi padre tiene la puntualidad de un inglés si el evento lo requiere y de un gringo si el reloj se lo permite.
Así que iba tarde como siempre, incómodo con el bolso, molesto con el sol, somnoliento, y para colmo, descubrí que la zapatilla tenía una grieta en la suela, por lo que tenía que ir atento a las pozas de agua para no mojar el calcetín. No encontré pozas, pero nunca se sabe, es cosa de tomarse las cosas a la ligera para que ocurra una catástrofe.

Un día de esos, donde levantarse es el mero trámite de abrir los ojos.

Pero tirado en la calle, junto a una automotora de lujosos autos europeos, vi tendido un bulto. Un bulto con los ojos cerrados, durmiendo al sol, vestido de terno color polvo y una barba de años. Primero pensé que el tipo estaba muerto. Vi que el pecho se le inflaba lo que me relajó un momento, seguí caminando, miré atrás y seguía el vagabundo tendido en el concreto, junto a los autos de lujo, durmiendo y soñando quién sabe qué, con el loto, con una cama, con la mujer que le rompió el corazón y lo mando directo al infierno.

Recordé la película de Thomas Vinterberg, It's All About Love, donde las personas, por extrañas razones atribuidas al amor, morían en plena calle de un infarto.

Aunque esa anécdota es de película. Un hombre al sol durmiendo sobre cemento es realidad de todos. ¿Qué hacer? Se supone que lo estamos haciendo. Mejorar el mundo, ¿no?

Tal vez me equivoco.
Y hoy dormía un hombre en el suelo...

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