domingo, noviembre 13, 2005

El sueño bolivariano.

Simón despertó alterado, la frente sudorosa, la respiración agitada. Secó su frente con la manga del camisón para dormir blanco con rayas azules que le regalara su madre el día anterior.
-Pero qué horror de sueño he tenido... -dijo bajando de la cama.
Caminó hacia la cocina con pequeños y ligeros pasos. No quería despertar a nadie en la casa, menos al padre, que anoche estuvo un tanto brusco durante la cena cuando alguien tocó el tema de los impuestos españoles a los cargamentos. Agarró un vaso y directo del balde se sirvió agua. Ya de regreso a la habitación, sintió que una delgada ráfaga de aire soplaba sobre su nuca. Giró, aguzando la mirada en la oscuridad, imaginado el recorrido del viento, y descubrió que la puerta principal estaba entreabierta. Fue hacia ella.
-Se supone que María le coloca el cerrojo antes de acostarse, que irresponsable -murmuró.
Junto a la puerta, la manilla ya en su mano, la luz de la luna descubrió para él la figura de varios desconocidos alineados frente a la casa. Vestían de manera extraña, con camisa y un pedazo de tela colgando del cuello. Ocupaban unos trajes muy simples que Simón pensó eran overoles de trabajo.
-Simón, hemos venido. Tal como lo soñaste.
Simón miró al que le hablaba: un hombre de ojos oscuros, ancho de espaldas, con sobrepeso.
-Lo soñado no se hace realidad -le contestó al hombre, un poco asustado ante la presencia de los fantasmas de sus quimeras.
-¿Cómo que no se hacen realidad? Somos los presidentes de las nuevas naciones de América y estamos construyendo el futuro como lo has soñado.
-¿Entonces es cierto? ¿Es mi sueño una posibilidad?
-Lo es, Simón. Míranos, todos nosotros creemos en el.
-Pero... -Simón no quería ofender a esas sombras que se hacían llamar presidentes-, en mi sueño todo se desmoronaba y los presidentes de las nuevas naciones terminaban por quemar los últimos vestigios de esperanza... de hacer real lo que sueño...
-Simón... ¿no confías en nosotros?
Simón repasó con la mirada a las oscuras figuras frente a su casa. De repente, tuvo ganas de llorar.
-Yo... -pero antes de que pudiera responder unos pasos le advirtieron que alguien se acercaba.
-¡Simón, qué haces afuera, entra que hace frío!
El niño vio cómo se desvanecían los desconocidos, entró, y cerró la puerta.
-Voy... sólo era... nada, sólo era el viento que abrió la puerta por un instante.
Y Simón, obediente como era a sus diez años, regresó a la cama. Pero no pudo dormir. No quiso dormir. No quería soñar de nuevo cómo la libertad se incendiaba hasta ser sólo estéril ceniza sobre las tierras del hombre americano...

"El modo de gobernar bien es el emplear hombres honrados, aunque sean enemigos."

Simón Bolívar

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