miércoles, julio 20, 2005

Todo, de una manera u otra, se paga.

Era predecible. Pero no se suponía iba a ocurrir. Y, como todo en la vida, ocurrió, ¿por qué?, porque las cosas suelen ocurrir cuando no se supone lo hagan.

Llovía entre la fría neblina cuando el auto se detuvo. El manubrio se trabó. Se prendieron todas las luces del tablero. El auto frenó en medio de una complicada intersección. Un camión Scania doblaba en aquel momento. Justo en aquel incómodo, molesto, furioso momento. Hacia atrás los autos comenzaron a formarse en línea. Un viejo dentro de Su Fabuloso Jeep "algo" me dijo, Estoy en pana, ¡En pana!, ¿Qué se supone que haga? ¿AH?, le grité acercándome a su Sublime Auto con los brazos abiertos. El viejo enfiló hacia la carretera rápidamente. Ver al viejo en Su Impactante Auto me recordó a la gente que reacciona mal ante la impaciencia. Un tipo de gente arrogante. Me di cuenta que estaba haciendo lo mismo. Apareció un sureño desempleado de unos veinte a decirme si me ayudaba. Le pregunté cuánto salía el favor. Dijo: lo que sea, señor. Busqué. Tenía dos mil pesos en el bolsillo. En la billetera tenía bastante más. Sólo tengo dos lucas, le dije. Lo que sea, me respondió. Se fue corriendo hacia un local de "mote con huesillos". Pensé rápidamente. Tenía que lograr que me empujaran hasta una bencinera. Decidí decirles que podía sacar más dinero en el cajero automático. Así, al dueño de la camioneta no le quedaba más que decir: sí. Llegó una camioneta Chevrolet. Se bajó el señor X (nunca supe sus nombres). Le dije lo de empujarme hasta la bencinera. Le conté del cajero automático. No importa, ahí vemos, ¿es muy gastador este auto?, me preguntó, Mi camioneta es aperra', 'uta no le cuento, pero este es un auto de lujo, un buen auto. Confesé que no era mío. Repetí lo del cajero automático. Con una cuerda jubilada que encontraron detrás del local de "mote con huesillo" amarraron los autos. Uste' en la baja'ita me frena, pa' que no se me venga encima, me entiende. Entiendo, le dije. La sucia lluvia que ensuciaba mi parabrisas apenas me dejaba leer la calcomanía que el hombre llevaba pegada en el vidrio trasero de la camioneta: "CRISTO VIVE, hoy estuve con él". Pisé el freno. Lo pisé nuevamente para probar. Me dio la impresión de que no funcionaba. Podía ser que la camioneta me arrastrara por el camino local. El camino no se veía. Yo sólo veía barro. Llegamos a la bencinera. Me bajé. El sureño desempleado se me acercó. Le di los dos mil pesos. Tú luego le dices a tu amigo que se separen lo que le voy a pagar por el favor, así te quedas con unos pesos más, después de todo, te acercaste para ayudarme. El sureño desempleado me miraba sin entender. Abrió los ojos. ¡Buena idea! Así me quedo con unas monedas más, qué bien, qué bien. Le sonreí. Llené con 16 litros el auto. Le regalé una barra de cereal al sureño desempleado. Me miró y dijo: ¿ve la suerte que tenemos en un día como este? ¿Tan feo? ¿Con lluvia? ¿No tendrá trabajo que me pueda dar?

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