Dormí y desperté. Hace quince minutos. Bajé a tomar café. Se supone debo seguir durmiendo, no tratar de mantenerme alerta. (¿Alerta a qué me mantengo?).
Suerte que quise café, la maquina seguía chirriando y el oscuro líquido bullía, calculé que llevaría un par de horas funcionando. Se supone que estas maquinitas están hechas para quedar encendidas. (¿O no?).
Tomo mi posición habitual frente a la pantalla del freaking computador. Ojeo las hojas con el resumen del libro que se supone debo convertir en escaleta. (¿Viene de noche la inspiración?).
Escribo cualquier cosa. Se supone que debería estar escribiendo sobre algo. (¿No es así que funciona?)
“Dos jóvenes, él y ella, se sientan a tomar desayuno una mañana de verano, un día refulgente, difuso por la fuerte luz, da la sensación de una escena onírica en la que ellos son protagonistas. Ella se levanta y corre la cámara digital que los está grabando. Él habla a cámara. Ríen. Suena la tetera y ella sale de cuadro. Él se acerca al lente, lo empaña, y da un mini-monólogo sobre el amor y la muerte. Él vuelve a la mesa. Ella sirve agua caliente en las tazas. Él entonces le pide que le pase algo que está sobre el mueble de cocina. Ella sale nuevamente de cuadro. Cuando vuelve, sostiene con ambas manos una Magnum. Él la toma y apunta a cámara. A ella le parece patético que juegue con el arma. Él, enojado, le dice que no tiene que preocuparse. En eso, un balazo se le escapa y destruye la cámara que los estaba grabando.”
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