Y la sirena de los bomberos se lanza en picada desde la alta cumbre de la noche. Siento en la nuca una trémula desconfianza: imagino una bomba cayendo sobre mí. Como solía decir Sonico, “pero qué haces si te cae una bomba nuclear en la cabeza”.
¿Qué hago? Dejo que explote. Imaginar el dolor de cabeza luego de que te reboten un par de toneladas de acero no lo siento saludable.
Mientras la sirena acaparaba la atención nocturna imaginé el tener que caminar por calles inseguras de un país en guerra. Lo primero que sentí fue ganas de correr a la casa. Después, lo ilógico de correr a casa si estás en pleno bombardeo. El Bushido enseña que aunque corras bajo la lluvia, te mojarás igual que si sigues caminando. Una cita pobre a la película Ghost Dog.
La pregunta “si ocurren incendios en la ciudad y dónde” la planteo fugaz y ocasional durante una caminata por la calle, arriba de la micro o vigilando un fósforo. La aguda sirena de guerra, de fuego, de bomberos voluntarios que se suben al elefante-rojo-lanza-agua responde.
De noche la ciudad se quema. Con o sin Nerón. Estén bombardeando o firmando tratados de paz.
Hay catástrofes que nunca se podrán evitar. Y otras, que por tratar de evitarlas, hacen sonar las sirenas.
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