En la oscuridad del mar profundo notó que le costaba respirar. El invento comenzaba a mostrar las fallas de los prototipos. Se relajó, no valía la pena consumir el oxígeno a causa del temor.
Temor a morir en el espacio que más amaba: el océano.
Palpó las cuerdas de la mochila para ascender. Un golpe de burbujas lo impulsó hacia arriba en el instante en que el aire de los estanques se acababa.
“Llegaré, no puedo morir, no ahora, hay cosas que hacer, maravillas por apreciar, quiero que el mar sea mi mundo, quiero vivir, quiero terminar el diseño de la nave...”
Perdió la conciencia. Seguía subiendo. El sol rebotaba en la superficie y un pequeño bote esperaba la llegada del joven Nemo.
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