Me dice: muchacho, me siento pésimo, tengo el estómago convertido en un remolino, en un carajo de tormenta, me ahogo, me falta el aire y el aire que me falta se convierte en una presión, algo parecido al bototo de un militar demente que te aplasta contra el suelo, Yo, que he vivido las peores experiencias y las he contemplado con sonrisa de sicópata indolente, y ahora, y ahora muchacho, estoy como un bebé, a merced del cuerpo, de este puto sentimiento de impotencia, a esta angustia y a esta ansiedad asquerosa, creo que voy a morir, ¡morir! ¡de qué voy a morir si soy una piedra, un vampiro que le succiona la vida a la tierra y sus riquezas!
No sé...
Es sólo que no me siento bien, muchacho...
Es sólo que ella se ha ido de un portazo. ¿Será aquello, muchacho?
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